Foto: El rey de España, Felipe VI, y el de Marruecos, Mohamed VI, durante la ceremonia para conmemorar los 100 años del final de la Primera Guerra Mundial celebrada en París, Francia, el 11 de noviembre de 2018. GETTY.

España
Espacios Europeos (18/11/2018)
Las relaciones entre España y Marruecos vuelven a atravesar tiempos difíciles. No se terminan de cerrar las visitas de Estado ni de los Reyes ni del presidente de gobierno español, Pedro Sánchez. Los asuntos migratorios y de seguridad dominan la agenda. En España, el flujo de inmigrantes sin papeles continúa: hasta octubre, más de 50.000 personas, el 98% procedentes de Marruecos. Para enrarecer más el ambiente, en agosto Rabat cerró el puesto aduanero comercial marroquí de Beni Enzar, fronterizo con Melilla. Preguntamos a los expertos por los focos de tensión en la compleja relación bilateral.

Haizam Amirah Fernández, Investigador principal en el Instituto Elcano
Las relaciones entre España y Marruecos han mejorado mucho desde el desafortunado conflicto de Perejil en 2002. Los lazos entre ambos países se han vuelto más extensos, profundos e interdependientes en una multitud de ámbitos, lo que ha mejorado el entendimiento bilateral a muchos niveles. El contexto regional y global, cargado de retos comunes y amenazas compartidas, así lo aconseja. Sin embargo, y a pesar de que hay muchos motivos para estrechar más esos lazos y aprovechar mejor las complementariedades existentes, los niveles de cooperación e intercambios entre ambos países siguen siendo inferiores al potencial que tienen los dos vecinos, por separado y juntos. A pesar de los avances, siguen existiendo contenciosos y focos de tensión, tanto manifiestos como latentes, que condicionan las relaciones de vecindad.

Los principales focos de tensión siguen girando en torno a cuestiones de soberanía y delimitaciones territoriales, terrestres y marítimas. La situación de Ceuta, Melilla y los islotes españoles genera tensiones y está asociada a fenómenos espinosos como la gestión de la inmigración irregular, el contrabando (conocido como “comercio atípico”), el tráfico de drogas y el blanqueo de dinero, entre otros.

El conflicto del Sáhara Occidental, aunque esté desaparecido de los titulares, sigue siendo un punto de desencuentro entre las opiniones públicas de ambos países, y puede reactivarse si se producen episodios de represión. Las tensiones intramagrebíes, debido a las malas relaciones entre Marruecos y Argelia, pueden provocar algún quebradero de cabeza a las autoridades españolas.

Otro foco de tensión, de intensidad cambiante, son las sentencias europeas que no satisfacen las expectativas marroquíes en cuanto a su soberanía sobre el Sáhara Occidental, así como a los fondos europeos que Rabat espera recibir. Los problemas de inseguridad jurídica y corrupción que afectan a empresas españolas también generan fricciones en la relación bilateral. Lo mismo ocurre con las percepciones mutuas, cargadas de estereotipos y escasas de conocimiento mutuo y contactos entre actores sociales y políticos. Por último, una posible –aunque hoy poco probable– inestabilidad política y social en Marruecos puede conllevar una radicalización del discurso contra España. Algo parecido podría ocurrir en sentido inverso si se produce un auge de la extrema derecha y la islamofobia en España.

Ignacio Cembrero, Periodista y escritor
El 1 de agosto las autoridades de Marruecos cerraron la aduana comercial de Melilla acordada en el Tratado Hispano-Marroquí de Fez de 1866. Lo hicieron sin consultar, ni siquiera informar, previamente al gobierno de España, según reconoció en septiembre el ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, ante la correspondiente comisión del Congreso de los Diputados. Es una iniciativa más grave que la toma de Perejil en 2002 porque viola un tratado y contribuye a asfixiar económicamente a la ciudad. ¿Qué hizo el gobierno español ante un gesto inamistoso? ¿Protestó? ¿Convocó a la embajadora de Marruecos? No. Anunció la creación de un grupo de trabajo hispano-marroquí para resolver el problema que a mediados de noviembre aún no se ha reunido y ni siquiera está constituido.

La débil reacción española demuestra que a día de hoy es imposible que surjan tensiones con Marruecos porque el ejecutivo socialista, y también antes el del Partido Popular, hacen todo para evitarlas. Motivos sobran para que afloren las tensiones, desde el récord histórico de inmigrantes irregulares llegados a España hasta octubre de este año (53.382), un 98% de ellos procedentes de Marruecos; hasta la nula colaboración de Rabat para repatriar a los cerca de 9.000 menores marroquíes tutelados por las comunidades autónomas; pasando por el caos crónico en las fronteras de Ceuta y Melilla. El gobierno español no solo no se queja, sino que en la Unión Europea y en Naciones Unidas la diplomacia española está discretamente volcada en ayudar a Marruecos, sobre todo en lo concerniente al Sáhara Occidental.

España actúa así por dos razones. Considera fundamental la cooperación antiterrorista con Marruecos, que algunos réditos le ha dado en Ceuta y Melilla, y también en la lucha contra la inmigración clandestina. Con un incremento del 200% de las llegadas por mar con relación a 2017, que ya era un mal año, el resultado es decepcionante.

Irene Fernández Molina, Profesora de relaciones internacionales en la universidad de Exeter
El roce hace el cariño. Y el roce es tabú. Los focos de tensión entre España y Marruecos no han dejado de ser los dos mismos que han marcado la compleja relación bilateral poscolonial durante décadas, con lo territorial como denominador común: el conflicto del Sáhara Occidental y la presencia española en Ceuta y Melilla, que complica la cada vez más difícil gestión de la frontera compartida. La diferencia y la paradoja es que, hoy, estos dos viejos asuntos espinosos funcionan ante todo como focos de entendimiento y cooperación fluida entre “buenos vecinos”. ¿Buena noticia? Depende de cómo se mire, ya que el triunfo de la cooperación se ha basado en anteponer los intereses compartidos a cualquier cuestión de principios.

En relación con el Sáhara Occidental, el gran quebradero de cabeza actual de las autoridades marroquíes son las sucesivas sentencias del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE), que desde hace tres años vienen estableciendo que los acuerdos de cooperación bilateral UE-Marruecos no pueden aplicarse al territorio no autónomo del Sáhara Occidental, con un estatus jurídico diferenciado. Esto ha hecho temblar los cimientos mismos de la política exterior de Marruecos. La Comisión Europea y Marruecos buscan ahora la base (o argucia) legal para renegociar acuerdos comerciales y de pesca sin excluir al Sáhara Occidental –posibilidad inaceptable para Marruecos– pero evitando que los echen abajo en los tribunales. España no tiene un papel directo en esta historia, pero Marruecos espera que actúe como aliada suya en Bruselas, y así lo ha hecho hasta donde sabemos. Por si acaso, la dejó claro el Issue linkage que las autoridades de este país establecen entre la comprensión europea hacia su “cuestión nacional” y la continuidad de su papel de “gendarme” de la frontera y las migraciones con destino al Norte, es decir a España.

En este segundo asunto, Marruecos ha visto cómo aumentaba su influencia a medida que crecían el tránsito migratorio por su territorio hacia Europa y el nerviosismo de las autoridades españolas. La convergencia bilateral es ahora mismo absoluta, con un objetivo claro: blindar la frontera. Y pasa por encima –por ambas partes– de principios normativos, Derecho Internacional y derechos humanos. Si el gobierno español ha estado en algún momento insatisfecho con el control fronterizo del país vecino, ya sea en cuestión de eficacia o de derechos humanos, se ha cuidado mucho de no hacer reclamaciones o acusaciones públicas.

Rachid El Houdaigui, Profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Abdelmalek Essaadi e investigador sénior en el OCppc
La desconfianza estratégica es sin duda el nudo gordiano de la complejidad de las relaciones hispano-marroquíes. Esta desconfianza nace de la vecindad y de las secuelas de la historia, y carga con ella una élite apegada a los hitos históricos del pasado. Marruecos hace tiempo que considera a España como un simple vecino con el que tiene que acomodarse, sin necesidad de plantear sus posiciones para beneficiarse acercamiento pragmático múltiple, carente por tanto de una doctrina escrito sobre la materia. España, por su parte, siempre ha pensado que su estabilidad y prosperidad descansan, entre otros, en la debilidad de su vecino del sur. Esta visión inadaptada a las incertidumbres mediterráneas actuales parece haber dado paso, por fortuna, a una lectura más objetiva de Marruecos y la importancia de su desarrollo y su estabilidad para la seguridad de España. Las transformaciones políticas que vive el norte de África y la crisis migratoria abogan por ello.

Este cambio de rumbo en la visión española no es lo suficientemente visible en el lado marroquí. En primer lugar, no debemos olvidar las consecuencias de la crisis de Perejil y las lecciones políticas y estratégicas que Marruecos extrajo. Por tanto, creo que existe un problema de comunicación entre los dos países, no tanto en el ámbito técnico y de seguridad como en el estratégico o de “alta política”. La visión española aún no está bien explicada en Marruecos, ni entre los políticos ni en la sociedad. Finalmente, Marruecos todavía no ha sido capaz de consolidar su imagen en España a través de una diplomacia cultural activa, lo que contrasta con una importante presencia humana, cada vez más visible, en el espacio público español.

Ha llegado el momento de un nuevo consenso en torno a tres procesos racionales independientes entre sí (estratégico, de seguridad y socioeconómico), pero que deben interrelacionarse y fortalecerse mutuamente para crear una situación nueva y constructiva. No importa si el miedo y/o el interés es el determinante del acercamiento bilateral, la clave es generar una nueva dinámica para “deconstruir” la desconfianza estratégica.

Fuente: AGENDA PÚBLICA Y POLÍTICA EXTERIOR