Saturnino Fernández Vallejo en el parque infantíl que lleva su nombre.

Mi Columna
Eugenio Pordomingo (30/3/2019)
Greta Thunberg, una niña sueca de 15 años de edad, que padece el síndrome de Asperger, se ha hecho famosa por su peculiar forma de denunciar la inacción que existe en los gobiernos por tratar de salvar el Clima. Thunberg, pancarta en ristre, en la que se puede leer “Huelga en la escuela por el clima”, se suele poner frente al Parlamento de Estocolmo para tocar las conciencias de los políticos. Thunberg intervino en la conferencia de la ONU sobre cambio climático, celebrada en la ciudad de Katowice en  Polonia. Fue dura, muy dura en sus críticas -el asunto lo merece-, ¡salvar el clima! El planeta se calienta, cada vez hay más contaminación, el plástico y los residuos lo inundan todo. Y no se ven avances en mejorar la situación. Hoy Greta Thunberg se ha convertido en un símbolo en defensa de la justicia climática.

Esta joven activista ha revolucionado al mundo durante unas horas, quizás unos días, pero mucho me temo que los grandes medios de comunicación y las empresas multinacionales, con intereses en que nada relacionado con el clima mejore, y una clase política que solo piensa en permanecer en el poder, trataran de silenciar su mensaje. Ya se sabe, muchas palabras y promesas, pero escasos hechos.

Ella ha conseguido contagiar de su preocupación por el clima a muchos jóvenes de todo el mundo, algo tremendamente importante. Un éxito que debería tener sus consecuencias, y no nefastas, sino todo lo contrario.

El preocupante estado del clima y el movimiento juvenil que está surgiendo fue el tema que nos ocupó, en uno de nuestros encuentros ocasionales o concertados, a un servidor y al doctor (Psiquiatra), Ricardo Ruiz.

Ricardo es una persona ocupada y preocupada en el cuidado de nuestro planeta, y no solo en lo concerniente al estado mental de los ciudadanos que lo habitan, sino también a la nefasta degradación medioambiental que provoca una minoría. Yo tengo serias dudas si los culpables son una minoría o una mayoría.

Como digo, en uno de esos coloquios que mantenemos, a través de los cuales nuestra amistad y confianza se acrecienta y consolida, él me habló de una persona, que sin pregonar a los cuatro vientos lo que hace, es un auténtico activista en defensa del Medio Ambiente.

“Eugenio –me dijo Ricardotienes que conocer a Don Saturnino. Es una persona extraordinaria”. Y me dio amplia cuenta de su quehacer en la defensa y cuidado de la Naturaleza.

Y una mañana nos presentamos en su casa. Ricardo había concertado con él nuestro encuentro. Don Saturnino se presentó hecho un “pincel”, chaqueta y pantalón de sport, sombrero y, por supuesto, corbata. Estuvimos en un bar cercano a su domicilio, donde degustamos tres cafés. Entre sorbo y sorbo Don Saturnino Fernández Vallejo –así se llama nuestro personaje-, se adentro en lo que los psicólogos y psiquiatras –espero no meter la peana, pues sé que al menos un psiquiatra va a leer esto- denominan memoria a largo plazo, la que persiste, la que no se olvida. Y Don Saturnino nos contó detalles de su niñez y adolescencia que, en un rápido viaje por recuerdos hilvanados, conducían hasta ahora.

Cuando le pregunto por el motivo o la causa por la que dedica buena parte de su tiempo a podar árboles, limpiar caminos y senderos, así como recoger  los desperdicios que algunos desalmados arrojan al suelo –sí, desalmados-, con esa mirada llena de bondad, me contesta: “pues, me gusta hacerlo; creo que debo hacerlo”.

Don Saturnino no da importancia a su labor. Lo considera un deber. Hasta hace poco, este vecino de Galapagar, con más de 90 años a sus espaldas, se dedicaba todas las mañanas a salir al campo –ahí le conoció nuestro galeno-, equipado con botas de goma, una pequeña escalera, alguna que otra bolsa para recoger la basura que encuentra y, sobre todo, las herramientas precisas de corta y poda.

Nunca se adentra en fincas privadas, él solo actúa en terrenos municipales. Los agentes forestales y policías locales saben de su buen hacer, por el que ha recibido más de un galardón. El último, de momento, ha sido poner su nombre a un parque infantil en la zona de Ríomonte.

Las vías pecuarias y caminos de Navatornera, Los Cañales, El Barrizal, Casa Patata, Colonia las Cuestas, Mirador y Brisas, han sido testigos silenciosos, de esta su labor. Nos dice que hasta el año 2017, eses trabajo de podar y limpiar lo hacía en solitario, pero desde entonces, un empleado municipal de la Concejalía de Medio Ambiente le acompaña, especialmente cuando lo ejerce fuera del caso urbano.

Todo un ejemplo el de este nonagenario, que debería cundir entre nosotros. ¡Menuda pareja la que hacen Greta Thunberg y Saturnino Fernández Vallejo!

En nuestra próxima entrega glosaremos la vida de Eladio Greciano Regodón, más conocido como Yayo, que fuera Juez de Paz de la misma localidad, que un aciago día de julio de 2015 se lo llevó, en plena juventud,  la señora de la guadaña.