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España
José Luis Heras Celemín (6/6/2019)
No es éste el peor momento de nuestra historia. Reforma Política, Golpe de Estado y Gobierno de Rodríguez Zapatero fueron hitos con dificultades que superó la clase política de cada momento. Lo que hace este momento muy difícil (y acaso peligroso) es, precisamente, la clase política actual: la más átona en convicciones e ideología, la menos comprometida y la peor preparada. La situación es tal que conviene detenerse en ella.

Porque así lo marca la Constitución, los instrumentos para participar en la vida pública son los partidos políticos, que ‘expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos’. Eso es lo que establece la Constitución en su artículo 6, sólo eso.

Con esa base, la actividad política se ha ido desarrollando en torno a los partidos políticos, unas organizaciones en las que, con el tiempo, se ha asentado el conjunto de personas que se conoce como ‘clase política’. Ha habido algún intento, más teórico y nominal que efectivo, de eliminar el lastre de unas facciones elitistas a las que se llamó ‘casta política’. Pero lo cierto es que la ‘clase política’ actual, con casta o sin ella, es un grupo (aparentemente amorfo y vago pero internamente muy activo y estructurado) que, aislado del resto de la sociedad, desarrolla la actividad partidista. Con el tiempo, ese tipo de actividad ha ido creando unas burbujas, en cada grupo o partido, con vida propia en las que progresan, principalmente, las carreras políticas de los llamados aparatich: Militantes de oficio que hacen vida y buscan futuro en la organización en la que militan sin otro afán que su medro personal.

Desde esa realidad, la actividad de la ‘clase política’, con los aparatich en primera línea, produce tres efectos: Suprime los hábitos de preparación, trabajo y estudio que van en pos del beneficio general, para supeditar todo al interés de los ‘miembros del aparato’. Crea una barrera, de autodefensa, que dificulta el acceso y participación de quienes pretendan el desarrollo de una vocación política desde fuera del aparato, con independencia de su valía. Robustece una clase, aislada e independiente, que impone dictados al margen de los intereses nacionales y locales; y lo que convenga a la organización.

Nos encontramos así, con cúpulas partidistas aisladas, poco imbricadas en las realidades nacionales o locales y supeditadas no al aparatich más capaz, sino al que haya tenido más capacidad o picardía para hacerse con las riendas de la organización y con independencia de su valía ¿Sánchez, Casado, Rivera, Iglesias, Abascal, Aitor Esteban…? Puede, pero no sólo.

Tras las Elecciones, con unos programas electorales poco respetados que pueden ser sometidos al pacto o cambalache que convenga, la situación es inquietante: La unidad territorial del Estado y la estabilidad política están en precario. La recesión económica amenaza a la vuelta de la esquina. Hay reformas estructurales pendientes. La competitividad nacional no progresa como debiera. La balanza de pagos y el PIB nacionales muestran debilidad… Y los gobiernos, nacional, autonómicos y locales están por configurar.

En esta situación, con la actividad política en manos de una clase tan peculiar como la que forman los aparatich que ocupan las cúpulas de los partidos políticos, para mejorar las posibilidades de éxito sin transgredir las leyes, cabe, al menos, usar lo que voy a llamar ‘Poso de provincias’: el residuo democrático de autonomías, provincias, ciudades y pueblos que a lo largo del tiempo y en beneficio de las parcelas locales ha decantado lo mejor, más inteligente y práctico que ha ido saliendo.

Si analizamos el ‘Poso de Provincias’, veremos que, normalmente, en beneficio y defensas propios, ha ido conformando una forma de hacer, práctica y local, que ha resultado útil. Por otra parte, si las decisiones se aplican al ámbito local independientes de ámbitos superiores (provincial, autonómico o nacional), se evita el denostado efecto del conjunto de subordinaciones y trueques que aparecen próximos, dificultan el respeto interterritorial y amenazan la cohesión y unidad nacionales.

Por ser una posibilidad actual que ofende a los militantes de algunas fuerzas políticas, veamos el siguiente ejemplo práctico: Tras las Elecciones, en unos pactos genéricos, hechos desde un ámbito nacional para lograr gobiernos autonómicos o locales, existe la posibilidad de que PP, C’s y Vox lleguen a un acuerdo, malhadado, en virtud del cual las cúpulas centrales (y madrileñas) de los tres partidos acuerden otorgar la presidencia de la Comunidad Autónoma de Castilla-León a Ciudadanos, en la persona de Igea, como compensación del acuerdo-trueque de entregar la Presidencia de la Comunidad Autónoma de Madrid y la alcaldía de Madrid a los populares Martínez-Almeida y Díaz Ayuso.

Si frente a la propuesta de las cúpulas centrales se alza el ‘Poso de Provincias’, de Castilla-León y Madrid (municipal y autonómico), y se logra que las decisiones no sean impuestas sino acordadas por el poso provincial de cada territorio, se habrá conseguido evitar el dictado de los aparatich, corregir la ofensa que supone el trueque de nombramientos, y marcar una nueva forma de actuar de la ‘clase política’.

De esta forma, el ‘Poso de Provincias’ puede contener los dictados no útiles o insensatos de las cúpulas de los partidos políticos; y, lo que es más importante, enmendar una forma de hacer que se ha revelado mejorable.


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