Pedro Sánchez (foto Moncloa).

España
José Luis Heras Celemín
(10/7/2019)
España necesita con urgencia un gobierno que actúe y haga lo pendiente: Financiación de pensiones, Confección de los PGE que sustituyan a los de 2018 prorrogados, Activación del Consejo de Política Fiscal, Atención al déficit, etc. Se necesita gobierno, y los partidos políticos deben pactar uno en torno a Pedro Sánchez como líder del partido más votado en las Elecciones Generales. Es lo que dicen. Pero vician el razonamiento con figuras retóricas (sinécdoque o metonimia) repetidas que confunden la parte con el todo, conveniencia con necesidad urgente, y voto a un partido con voto inducido a otro sin considerar más. Con ello, se pretende un gobierno presidido por Sánchez con la única razón de que ha sido el más votado sin reparar en que sólo obtuvo el 18,9% del voto (7 millones en un censo de 37 millones); y que sus facultades pueden no bastar o ser perjudiciales. En caso contrario, advierten, habrá una repetición de Elecciones Generales, que consideran perjudicial, aunque pueda ser una opción mejor.

Veámoslo prescindiendo de figuras retóricas y desde la óptica propia de la democracia consolidada que disfrutamos. Parece lógico admitir que es mejor un Ejecutivo con plena capacidad para abordar las cuestiones nacionales que un Gobierno, como el actual, que, estando en funciones, tiene restringida su capacidad de acción. Sin embargo, eso no implica que el Gobierno al que se aboca, el posible de Sánchez, sea conveniente. Se ha visto a lo largo del tiempo (casi un año), que el gobierno en funciones usando los PGE que hizo Montoro y propuso el Gobierno de Rajoy, con la capacidad limitada que marca la ley, está obteniendo beneficios, aunque esté gestionado por quien se opuso a ellos. Este estado de cosas se sabe qué produce. En cambio, no hay certeza de que un gobierno Sánchez, con apoyo de independentistas, la extrema izquierda, o ambos juntos, vaya a ser mejor. Además, aunque no se puedan prever resultados, todo apunta a que su actividad y logros serán consecuencia de la forma de encajar en él los intereses de quienes lo apoyen. Como estos son variables y algunos desconocidos, el posible gobierno Sánchez, que está por hacer, puede derivar hacia una continuidad a peor del bautizado por un ilustre socialista como ‘Gobierno Frankenstein’ actual, que estaría expuesto a las imposiciones de los ‘socios’ sin la traba que frena al gobierno en funciones.

Podría haber una razón con la que contrarrestar, incluso anular, el razonamientoanterior: Las facultades que tiene el Presidente del Ejecutivo pudieran bastar para hacer y deshacer entre sus socios de gobierno, marcando ritmo y actividades y nombrando o cesando ministros. Eso conduce a ver a Sánchez como presidente de Gobierno. Detengámonos en ello. Sánchez es un político al que su partido echó de la Secretaría General por motivos que son públicos; y a la que supo volver tras una campaña y estrategia conocidas. Con ello demostró su capacidad para encajar adversidades y revertir situaciones en su propio beneficio. Abundemos en ello: ¿Es por ello la persona adecuada para presidir el Gobierno?, ¿Basta su capacidad para obtener beneficios personales para confiarle la gestión gubernamental? Para algunos, puede bastar, aún con lo que hay alrededor: Doctorado en cuestión por plagio. Libro de promoción personal escrito por colaboradora. O Moción de Censura que echó del gobierno a un PP supuestamente corrupto y que usó para alojarse en la Moncloa. Para otros, incluso conmilitones, la cualidad, más que habilitar, envilece, al trastocar la escala moral histórica del socialismo ‘España-PSOE-Personas’ por la inversa, ‘Personas-PSOE-España’, que relega los intereses principales (nacionales y del PSOE) al beneficio personal. Se produce así una divergencia de criterios en la que, buscando equidad, conviene considerar qué fiabilidad merece Sánchez. Si nos detenemos en lo conocido, nos encontramos una confluencia de astucia, tergiversación y trampas. Como ejemplos, pueden citarse: El intento de apropiarse de los éxitos (económicos, fiscales o laborales) debidos a la gestión del Gobierno de Rajoy. La tentativa de trocar el desplante al que le sometió Trump por un lance distinto. El triunfalismo por lograr en Europa el cargo de Borrell (ocultando su falta de apoyo a un cargo europeo para España que pretendía un español del PP). O el fiasco sufrido en el último reparto de cargos en la UE, en el que minimizó la pérdida de la Presidencia de la Comisión Europea del socialista Timmermans (por la que trabajó) y la burla que supuso, para él, el trato de un Macron que, a la postre, sólo cedió en un ‘cargo de compensación’ para Borrell.

Nos encontramos así con las dos opciones: Gobierno o Elecciones Generales. Optar por la primera, Gobierno Frankenstein en torno a Sánchez con los apoyos que logre, supone aprovechar la indefinición que la legislación produce para hurtar al electorado la capacidad de decidir y componer un ejecutivo basado en Sánchez con las limitaciones conocidas que tiene y las que puedan aparecer. Optar por la segunda, no interpretar delegaciones de voto y respetar la libertad de los ciudadanos, lleva aparejada la convocatoria de Elecciones Generales con una posible repetición del resultado electoral, dado que en unos meses no parece lógico un cambio significativo de voto.

A la hora de optar por una u otra opción, parece más acorde con el espíritu de la Constitución y la madurez demócrata, permitir que sea el pueblo quien decida. Es posible que deba decidir varias veces seguidas, que el proceso suponga un periodo de aprendizaje para ciudadanos y partidos políticos, y que estemos abocados a una sucesión de gobiernos en minoría breves y muy caros. Es posible, sí. Pero, con ello, el pueblo mantiene su capacidad de decidir; libre, cuantas veces sea necesario y sin ceder al vasallaje-imposición que supone fiar en quien solo cuenta con los votos, triquiñuelas, trampas y capacidades de Pedro Sánchez.


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