Soldados alemanes y británicos juegan un partido de fútbol en Navidad, después se mataron unos a otros

Sin Acritud…
Espacios Europeos
(22/12/2019)
JF-Cordura nos envía un breve texto en el que nos incita a “rescatar” un artículo suyo sobre la Paz y la Navidad. Esta es su invitación y el texto aludido:

Hola a tod@s:

Me permito rescatar un texto corduril de hace ya diez años. Espero que se entienda que los deseos, en realidad, son de lo más positivos.

Pero, por si hubiera alguna duda, ¡feliz Navidad SIEMPRE!

Y un saludo fraternal,

Por una Navidad sin tregua (o por qué estos días son una farsa)

Cordura (25/12/2009)
Vuelve el Aguafiestas…

Hace años oí por primera vez la conocida historia de una tregua navideña durante la Primera Guerra Mundial (PGM). Luego he leído otras versiones, más o menos similares (véase, p. ej., ésta).

Según las crónicas, la acordaron los propios soldados (alemanes en un lado, británicos en el otro). Cantaron villancicos, se intercambiaron regalos e incluso leyeron la Biblia juntos. Milagro de camaradería entre dos bandos que parecían condenados a exterminarse.

El episodio es bonito, pero a mí siempre me resultó tristísimo. Por definición, una tregua no es más que un paréntesis de paz entre dos choques bélicos, una simple interrupción. Pero una paz efímera, con fecha de caducidad, ¿es una verdadera paz?

Vanidad
Bien miradas, las fechas navideñas también se nos presentan como una especie de tregua. Durante unos días hay que sonreírse y comunicarse buenos deseos. Se suavizan las relaciones personales. Echamos a un lado la acritud y las querellas entre nosotros.

Durante unos días… Por una curiosa circunstancia del idioma castellano, la palabra ‘Navidad’ tiene un tremendo parecido fonético y gráfico con ‘vanidad’. Tanto, que el juego de palabras resulta facilón. No por ello es menos atinado.

El sabio Qohélet repetía: «¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad!». Aludía a lo efímero de la vida, pero también al carácter esencialmente inútil de casi todo lo que hacemos. Podemos solazarnos en ello, pero pasará. Poner todo el empeño del mundo, pero se olvidará. Es como «correr tras el viento», según apuntó el mismo predicador en el Eclesiastés. Sólo conseguiremos acabar exhaustos.

Porque la presente condición humana está marcada por la finitud. Y la superficialidad preside sus inclinaciones básicas. «Comamos y bebamos, que mañana moriremos», decía Pablo de Tarso parodiando a los paganos de su tiempo, o quizá más bien a los superficiales (ver una interesante reflexión al hilo de esto, con villancico de Juan del Encina incluido).

Pero, ¿puede haber algo más triste que una vida así? Volviendo a la Navidad, ¿cabe algo más necio que decidir querernos sólo por un tiempo? Y encima breve, no vaya a ser que nos acostumbremos. Seamos alegres, juerguistas y bondadosos (todo a la vez) por unos días, que ya volveremos luego a la tediosa rutina.

¿A quién pretendemos engañar?

Cuanto más honda sea la ebriedad, más dura será la resaca. Cuanto más nos engañemos, más crudo y terrible acabará siendo nuestro inexorable encuentro con la verdad.

«Esta noche es Nochebuena y mañana… te mataré»

La tregua bélica arriba mencionada tuvo lugar en la Navidad de 1914, a los pocos meses de empezada la PGM. Al parecer, los mandos del Ejército (al menos, del británico) se enojaron al enterarse de ese gesto de debilidad e hicieron lo posible por evitarlo en lo sucesivo. Su éxito fue evidente: la guerra se prolongaría cuatro años más. El poder es siempre enemigo de la paz (lo que ocurre es que a menudo llamamos «paz» a una tranquilidad aparente que oculta gran violencia soterrada).

Aquellos soldados alemanes y británicos no tuvieron la suficiente fuerza como para plantarse. Incapaces de creerse que ya era posible la paz, no una pírrica tregua, eligieron seguir matándose. Le temieron más al pelotón de fusilamiento.

En Palestina nunca hay Paz.

Pero lo nuestro es más grave. Me refiero, de nuevo, a la Navidad. Nadie, sino el calendario, nos obliga a celebrarla. Que sepamos, ningún comandante nos pone cada año una pistola en la sien para que nos sometamos a tan grotesco paripé. Todos los años lo empezamos y todos los años lo acabamos. «Esta noche te quiero mucho y mañana volverás a darme igual».

No nos levantamos frente a una tiranía tan boba y sin embargo eficaz (¿qué será cuando lleguen otras aún más sutiles y peligrosas?). No decimos: «¡Ya está bien! Este año no queremos Navidad-tregua. Queda declarada la Navidad Permanente.»

Pero es comprensible. A fin de cuentas, ¿no resulta ridículo desear «Feliz Navidad» pasados los primeros días de enero? Esa alegría peculiar, ese gozo entrañable, quedará pasado de moda hasta un año después, cuando el pagano ritual vuelva a imponernos su actualidad.

Seamos realistas, pues, y resignémonos a la mediocridad, al simulacro y al autoengaño. Aunque siempre haya un aguafiestas, loco y extemporáneo, que nos grite lo mismo ahora que el 14 de mayo o el 23 de septiembre:

¡Feliz Navidad SIEMPRE, hermanos!

N. de la R.
Este artículo se publica con la autorización de Cordura.