España
Juan Torres López (21/)
Las últimas elecciones generales proporcionaron un resultado bastante claro: el bloque de la derecha (PP, Cs y Vox) no tenía posibilidad alguna de gobernar mientras que el PSOE ganó claramente. Sin embargo, el partido socialista no obtuvo escaños suficientes para formar gobierno sin depender de otras fuerzas. Bien de Ciudadanos, para disponer entre ambos de mayoría absoluta, o de Unidas Podemos, para recabar conjuntamente apoyos complementarios puesto que los dos juntos no sumaban mayoría suficiente.
Los problemas comenzaron con un error de planteamiento democrático esencial. Como ha escrito Javier Pérez Royo, los partidos se enfrentaron a la investidura como si fuese un punto de llegada, un objetivo en sí mismo, en lugar de lo que debe ser, un punto de partida. No basta con tener votos para ser investido, sino que hay que seguir teniéndolos después para sacar adelante día a día la política del gobierno.
Ciudadanos manifestó su negativa más rotunda, para gobernar o simplemente para apoyar con su abstención la investidura de Pedro Sánchez. Y Unidas Podemos, por su lado, exigía tener una amplia presencia en el gobierno que se constituyera después para apoyarla.
Algunos dirigentes del PSOE y máximos responsables del gobierno ni siquiera han dudado en manipular documentos, en faltar a la verdad o en actuar con una evidente falta de principios, ofreciéndose a gobernar con el apoyo de cualquiera, para hacer por tanto cualquier tipo de política con tal de mantenerse en el gobierno
Inicialmente, el PSOE no engañó a nadie y manifestó lo que había expresado en la campaña electoral, que su deseo era formar un gobierno monocolor, si acaso contando con algunas personalidades independientes que le permitieran presentarlo como de un perfil más allá del socialista y colindante o incluso muy próximo al de Unidas Podemos.
Pero esta última fuerza, también sin engañar a nadie, se reafirmó en su criterio de no satisfacer ese deseo del PSOE y la situación se empantanó.
El resultado ha sido que ninguno de los dos grandes polos de la izquierda española ha sabido afrontar un problema que no tiene solución sin ponerse una en el lugar de la otra y sin renunciar las dos a parte de su preferencia particular. Es decir, justo lo que hay que hacer para poder gobernar y transformar sociedades diversas y complejas como la nuestra.
El PSOE renunciaba a la realidad presente de la investidura por mirar a un futuro que intuía lleno de problemas si incluía en el gobierno a dirigentes de UP que considera tan inexpertos como poco leales. Pensaba, seguramente con razón, que tendría dificultades para abordar los llamados «asuntos de Estado», como el que planteará muy pronto la sentencia del procés, la estrategia en Europa o la relación con las compañías eléctricas y los bancos que siempre tratan de determinar lo que se hace y lo que no se hace en la política española. Los dirigentes de Unidas Podemos, por el contrario, no pensaron en el futuro y -quizá para disimular con el éxito de su entrada en el gobierno su continuado declive electoral- dejaron de lado las consecuencias que, para una fuerza política que se proclama «anti-régimen», con toda seguridad tendría el formar parte de gobierno de un PSOE que (según se denuncia constantemente desde Podemos) hace suyos los compromisos «de Estado» y los intereses «de la casta» y de los grandes poderes fácticos.
Sin poder lograr lo que deseaba, el PSOE puso en marcha una estrategia que no tenía otro objetivo que transmitir la idea (construir el relato lo llaman ahora) de que Pedro Sánchez hacía todo lo que estaba en su mano para garantizar la estabilidad y evitar unas elecciones que todo el mundo considera -con razón- como un gran fracaso de nuestro sistema político de representación. Con ese objetivo, por una parte reclamó el apoyo al Partido Popular y a Ciudadanos, en contra de los principios que en su día le llevaron a abandonar el escaño y sabiendo que nunca iba a darse. Y, por la otra, realizó todo tipo de triquiñuelas para hacer creer que estaba ofreciendo a Unidas Podemos una verdadera oferta de gobierno conjunto cuando en realidad le presentaba caramelos envenenados, propuestas estúpidas o francamente deshonestas (como hacer creer que el problema ideológico o político a la hora de formar gobierno con otro partido es sólo la persona de su máximo responsable y no la de su segunda, con la que comparte mucho más que plenamente su estrategia y que, para colmo, es todavía más inexperta en materia de gestión y de gobierno).
El PSOE reclamó el apoyo incondicional de Unidas Podemos y cuando no lo tuvo, como era lógico, no ha tenido otro afán que mostrar (con razón o sin ella, que para el caso es lo mismo) que sólo Unidas Podemos -otra vez, como en 2015- será responsable de que no se pueda formar gobierno y de que vuelva a haber elecciones en noviembre. Y para ello, algunos dirigentes del PSOE y máximos responsables del gobierno ni siquiera han dudado en manipular documentos, en faltar a la verdad o en actuar con una evidente falta de principios, ofreciéndose a gobernar con el apoyo de cualquiera, a la izquierda o a la derecha, para hacer por tanto cualquier tipo de política con tal de mantenerse en el gobierno.
El PSOE estaba en su derecho, fue coherente y seguramente hacía bien (a la vista del comportamiento de los dirigentes de Unidas Podemos) cuando afirmó que no deseaba someterse a la hipoteca de un gobierno en el que estuvieran presentes los máximos dirigentes de un partido que le come terreno electoral y que está lleno de incoherencias y conflictos internos. Pero ha cometido un engaño detrás de otro cuando ha ido ofreciendo alternativas que no lo eran y que no perseguían nada más que el rechazo de UP para poder hacerle responsable del fracaso conjunto.
Pero si los dirigentes del PSOE no parece que hayan actuado con honestidad, los de Unidas Podemos han mostrado un infantilismo y una incompetencia nuca vista antes en la política española (si se excluye el caso paralelo de Ciudadanos que es peor, puesto que, en lugar de haber sido acosados por los medios y los grandes poderes fácticos, como le ha ocurrido a Podemos, han tenido su total apoyo).
La única explicación posible de la torpeza de los dirigentes de Podemos radica en su falta de experiencia profesional y vital, en sus trayectorias personales muy alejadas de las de la gente corriente que día a día negocia, cede, pierde y gana y llega a acuerdos con personas de ideas o intereses diferentes. O por la influencia de una ideología que no se lleva bien con la diversidad o la transversalidad, como demuestra que hayan ido abandonando Podemos quienes defendían formas de acercase y hablarle a la sociedad basadas en esos valores.
Han sido ingenuos creyendo que en la política el poder se determina en función matemática del resultado electoral, y al no valorar las consecuencias a medio plazo de formar parte de un gobierno que no puede admitir bicefalias, y cuya estrategia iba a ser necesariamente diseñada y dirigida por un partido comprometido con los intereses del Estado y de los grandes poderes económicos.
Además, si es normal que un PSOE que en realidad no quiere llegar a acuerdos con Podemos ataque a sus dirigentes (como hizo Pedro Sánchez con Iglesias), es muy infantil dedicarse (como hace Podemos cada dos por tres) a descalificar continuamente a quien le está pidiendo que lo admita como socio, y no ser consciente de que autoerigirse en el validador de la virtud del PSOE no es precisamente lo adecuado si de verdad busca cooperar con él y le reclama ir de la mano en el gobierno.
Han mostrado a la sociedad que las izquierdas son incapaces de entenderse y que no saben trascender de su interés particular, que las formas que utilizan para dialogar son desagradables y marcadas por una mala uva que a la gente no le gusta que tenga quien aspira a gobernarla
Unidas Podemos no ha sido consciente de que, incluso aunque el PSOE de verdad quisiera un gobierno como el que ofreció, tendría muchas presiones exteriores para formarlo, de modo que lo más conveniente para lograrlo sería el apoyo y la comprensión y no el someterlo a una tensión permanente. Y sus dirigentes han estado completamente tontos, si de verdad querían estar en el gobierno, cuando no aceptaron los ministerios que Pedro Sánchez les puso sobre la mesa. Una presencia ciertamente limitada desde el punto de vista del poder efectivo, pero muy significativa y valiosa por la extraordinaria relevancia simbólica y política que supone que una fuerza política como Podemos esté en un gobierno de la Unión Europea. ¡A saber lo que habría inventado el PSOE, para evitar el acuerdo, si Pablo Iglesias llega a aceptar la oferta!
Ahora, dudo de que todo este desastre tenga arreglo.
Me parece que el problema más grave no es la dificultad para articular un acuerdo que permita sacar adelante la investidura o incluso poner en marcha un gobierno que tome medidas de regeneración política y recuperación económica y social. Quizá lo peor sea que el PSOE y Unidas Podemos han hecho que cada día sea más difícil que la sociedad de la gente corriente se sienta identificada con su forma de hablarse y de hacer política. Han mostrado a la sociedad que las izquierdas son incapaces de entenderse y que no saben trascender de su interés particular, que las formas que utilizan para dialogar son desagradables y marcadas por una mala uva que a la gente no le gusta que tenga quien aspira a gobernarla. El clima, el contexto, las sensaciones, los pálpitos son, casi siempre, tanto o más importantes que los meros acuerdos formales para transformar la realidad. Y eso es lo que los dirigentes del PSOE y de Unidas Podemos han hecho añicos.
Yo me niego a entrar a valorar quién ha sido más irresponsable, peor intencionado y más torpe o maleducado que el otro. Imagino que eso se manifestará en las próximas elecciones si definitivamente se vuelven a convocar. Lo que me parece decisivo es que era imprescindible llegar a un acuerdo para poner en marcha medidas que necesita la inmensa mayoría de la sociedad española y muy en particular la gente más desfavorecida, y que no han sido capaces de conseguirlo. Los dos partidos me han defraudado y los dos, creo que han traicionado los intereses de quienes dicen defender.
Hace unas semanas escribí un artículo mostrando que venían tiempos difíciles y una nueva crisis pero que, a diferencia de la anterior, podría proporcionar buenas oportunidades a España si sabía aprovecharlas. Un gobierno de progreso podría estar trabajando ya en esa línea pero, en lugar de eso, los líderes de las izquierdas se han dedicado a enfrentarse para ver quién está por encima del otro. Unos dicen promover un proyecto feminista y los otros se definen en femenino, pero a la postre actúan como dos machos agresivos defendiendo un territorio que en realidad no es suyo.
Lamento decirlo, pero mi opinión es que el PSOE y Unidas Podemos (insisto en que me da igual el grado o la proporción exacta de responsabilidad de cada uno) no sólo nos han defraudado sino que, para colmo, están poniendo en peligro a España. Hacer frente a una situación como la que viene con un gobierno en funciones es una barbaridad que nos puede poner en una situación muy, muy difícil y peligrosa.
Como dije antes, a estas alturas no creo que haya solución y Casado y los demás líderes de la derecha deben estar gozando de la irresponsabilidad e incapacidad de las izquierdas españolas. El clima de desafecto, de desencuentro y de confrontación al que se ha llegado va a causar estragos porque hará muy difícil la complicidad social que necesita cualquier gobierno, suponiendo, claro está, que llegara a formarse, ahora o después de unas próximas elecciones. Si la política tuviera algo que ver con la vida civil, por llamarla de algún modo, o con las empresas, quienes han fracasado en esta ronda de negociaciones deberían haber dejado ya sus puestos. Con Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Echenique o Carmen Calvo… al mando de las naves no me parece que haya mucho arreglo a la situación en la que estamos.
N. de la R:
Este artículo se publica con la autorización de su autor, Juan Torres, que fue editado en su página de internet Ganas de escribir el 24 de agosto de 2019.
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