Sin Acritud…
Aniceto Setién (26/6/2023)
Huyo como del cólera de la tentación de aportar datos cuya veracidad no haya constatado de manera fehaciente, pero me voy a permitir una excepción. La noticia está muy asentada si bien no he sido capaz de encontrar la referencia y fuente primaria.
Parece que, a resultas de un trágico accidente de ferrocarril acaecido en Tárrega (Lleida) el 24 de junio de 1876, el Diario de Barcelona incluyó la siguiente frase: “afortunadamente, todos los muertos eran de tercera”. La insólita frasecita aparece en manuales de estilo como ejemplo de lo que NO hay que hacer aunque, insisto, yo no la he encontrado. Ser clasista no está muy mal visto, pero parecerlo con tan poco pudor puede herir susceptibilidades.
Más cerca en el tiempo, el 3 de marzo de 1988, en la estación de Campo Grande (Valladolid), un tren nocturno que iba hacia Bilbao empotró al de Santander, parado en la vía, con el resultado de ocho muertos y treinta heridos. Aquella historia la conozco bien porque yo tomaba en la época aquel convoy, al menos, un par de veces por semana; en concreto, lo había hecho la víspera. Fue una enorme tragedia que conmovió a la sociedad cántabra por las razones que explicaré más adelante.
Por una avería en los frenos, el Costa Vasca embistió al Estrella Cantabria y la estructura metálica del vagón destinado a los vehículos actuó como una potentísima cuchilla sobre el penúltimo coche, que era de pasajeros.
“Franco acabó con la tercera en los trenes”, se nos decía. Ahora la tercera se llama “Turista”. En aquellos expresos había tercera, llamada “segunda” y que estaba destinada a estudiantes, zarrapastrosos y otras gentes sin posibles (huelga decir que la padecí con frecuencia); tercera menos cutre, denominada “departamentos de literas”, en los que se podía dormir aunque olía a choto y cabrales y roncaba sonoramente; primera y primera VIP.
Esta última, primera VIP, eran los vagones de coche-cama, ciertamente confortables y carísimos. Era más caro ir de Madrid a Santander en coche-cama que en avión. Por este motivo, y sobre todo entre semana, los usuarios de aquel pequeño lujo eran empresarios, políticos o sindicalistas que asistían a reuniones en la capital, viajaban de noche y…
Es necesario explicar todo esto para decir que el vagón de coche-cama era, justamente, el penúltimo y, por ello, principal víctima de aquella monstruosa y asesina estructura metálica. Los fallecidos eran gente “bien” de Santander, entre ellos, el entonces Consejero de Obras Públicas del Gobierno de Cantabria. Otro director general del mismo ejecutivo fue víctima del suceso. Algún conocido empresario, un catedrático… ¡Los muertos no eran de tercera!
¿Qué hizo RENFE? Cambió los vagones de ubicación. Como digo, en aquella época yo tomaba muchísimo aquel tren y la semana siguiente volví a viajar en el Estrella Cantabria y no salía de mi asombro: habían recolocado los vagones y habían dejado los de localidades más económicas en el lugar que antes ocupaba el lujoso coche-cama.
No busquen referencia de esto, no la encontrarán, pero, créanme: yo lo vi. RENFE (acrónimo de “robamos, estafamos, nunca fallamos, españoles”, según el chascarrillo escolar de mi infancia) había decidido que si había muertos, que fueran de tercera.
En estos días ha habido muchos muertos, de primera y de tercera y parece que nuestras prioridades no han cambiado.
Miren si no el espacio dedicado en redes sociales, medios de comunicación escrita, carísimos minutos de televisión etc. a la desgracia del submarino Titan, en el que han fallecido cinco personas –“los millonarios del submarino, en el fondo, están bien”, he llegado a leer en un ejercicio de surrealista humor negro–. Luego comparen con la atención que se presta, también en estos días, a la enorme cantidad de tragedias, incluidos niños, que tienen lugar en el Mediterráneo o el Atlántico. Huelga hacer una relación exhaustiva. Cualquiera puede verlo en la prensa a poco que busque pero, por supuesto, el nivel de interés es ínfimo.
En los mismos días en que se dedicaban recursos ingentes y fuerzas navales de varios países en intentar rescatar, aunque fuera los cadáveres, de unas personas que se meten en una peligrosísima aventura porque quieren (y defiendo que para salvar una vida se dedique lo que haga falta), y porque pueden gastarse en un entretenimiento el dinero que daría de comer a una familia durante muchísimos años, los gobiernos de Marruecos y España juegan al “pío, pío, que yo no he sido” con la vida de decenas de personas.
Pero estos no son millonarios, son personas normales, –podríamos ser usted y o yo, que no somos millonarios–, y que se ven empujadas por el hambre, las guerras –muchas veces alimentadas por nosotros mismos– y el expolio de los recursos naturales perpetrado por Occidente, a huir con lo puesto, con sus hijos, a veces bebés, y poner en riesgo sus vidas que, con demasiada frecuencia, pierden.
Mucho han cambiado las cosas desde 1876 y el accidente de Tárrega. O no. Cuando los muertos son de tercera, ni siquiera somos tan cínicos como para dejar de usar el siniestro adverbio: “afortunadamente”.
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