Sin Acritud…
A.L. Martín (13/8/2023)
Casandra me ha contestado y no es la respuesta esperada. Hubiera preferido un enfado o una contestación airada, insultante, indignada. No ha sido así, es muy sabido que es difícil acertar en las cosas humanas. Claro es, Casandra, apretada por los calores se pasea por su apartamento en ropa interior. No es cuestión afirmar que es presa de fuegos sensuales, que el vulgo califica de uterinos con intenciones malévolas y de bajos instintos. Sólo es cosquilleo placentero, algo natural y reconfortante, algo que a nadie ofende aunque tampoco es pregonable.
Todo esto se dice con el permiso del marido de ella, pues es varón de mundo, dotado si no de una masculinidad excesiva, a decir verdad es bastante amanerado sin que ello sugiera humoradas o despreciativos comentarios de anticuado patio de vecindad presa del afán discriminatorio por todo lo que se mueve de manera no conveniente, si de una masculinidad probada. Tal es así que no me atrevería a confesarle mis observaciones nocturnas, a través de los peligrosos tejados, con riesgo de caída, con tal de admirar el magro cuerpo de Casandra en paños menores mientras la brisa mueve los visillos de su ventana.
Casandra ha contestado:
-Me duele la cabeza y no me apetece escribir nada.
Por el momento, el estudio queda en suspenso por razones de salud.
Casandra, tocada de pamela pajiza, que se ha quitado pues las dimensiones del auto que ahora ocupa, son reducidas (estas son las vicisitudes de la medianísima clase media).
Conduce su marido que porta gafas solares acopladas magnéticamente a su miopía.
Ella imagina que el marido es un empleado conductor, de gorra de plato y guantes blancos, que anteriormente le ha abierto la portezuela, descubriéndose.
Casandra se repinta sus labios, de rojo subido. No oculta su odio por el rojo, incluso se disgustó por no poder devolver el auto rojo del marido, concesión de la empresa a empleados de cierto nivel. Pero, en lo tocante al color de labios, no aplica su discriminación cromática que algunos juzgan como excentricidad y otros como inestabilidad mental.
Mientras el marido se aleja, con su auto de despreciable color rojo, por las calles aledañas a la Puerta del Sol, Casandra sube la escalinata, opina que su ascenso lento y disfrutando cada escalón, es no solo lo apropiado sino lo obligatorio. Lo constata en la mirada del guardia civil, abajo, en el vestíbulo del edificio de gobierno de la Comunidad de Madrid. No necesita ser anunciada ni mucho menos esperar en esas butacas de lujosa tapicería. Desde la entreabierta puerta, escucha la voz de Isabel Ayuso:
-¿Eres tú, Casandra?
– Sí, Majestad
– Pasa, pasa
Casandra siente una satisfacción inclasificable una sensación de estar flotando en un sueño. Cerca de su oreja nota un aliento conocido y una voz carrasposa familiar:
– Casandra, son las ocho.
No, esa voz masculina no puede ser la voz de Isabel… Abre de golpe los párpados, vuelve a cerrarlos y vuelve a abrirlos. En ese instante, Dios la perdonará, odió con fiereza el rostro y el poco pelo alborotado de su marido.
N. de la R:
Ángel Luis Martín es nuestro excelso viñetista, además de extraordinario escritor e historiador, como lo ha demostrado en su primera colaboración con nosotros: Ser y estar de Ángel Pestaña. Además, su pluma surrealista nos sumerge en un mar plagado de fantasías que provocan un despertar apasionante.
Esperamos y deseamos que el futuro le depare importantes éxitos con nosotros, que es como decir con el mundo.
La viñeta que acompaña e ilustra este texto es suya, bajo la firma de Grus, cuya etimología desconocemos y quizás también él. Así son las cosas.
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A. L. Martín, Casandra, Isabel Ayuso, política, surrealismo