Nueva York

Sin Acritud…
Pilar Iznart Salto (12/8/2023)
El agua del retrete se desplazaba lateralmente en movimiento armónico simple y el palito que cuelga de las persianas, bailaba como el péndulo de Foucault. Como no creo en fantasmas, llegué a la conclusión, que el edificio se estaba moviendo.

Fue entonces, cuando guiada por mi curiosidad, quise comprobarlo y salí al pasillo con una pelota. Un pasillo con ondulaciones que dificultaban la llegada al hogar; que cuando andabas por él, la sensación era como si fueras en un barco y corroboré mis sospechas, la pelota, con un leve impulso, fue cogiendo velocidad y escorándose a la izquierda, el edificio tenía inclinación.

Era un pasillo largo, estrecho y escueto, como el de la película El Resplandor, en el que te tenías que tomar tu tiempo para recorrerlo y llegar al final, donde estaba nuestro apartamento, pensando cada vez que pasabas por una puerta, que iban a salir las «gemelas».

Luego me trataron de convencer, que el edificio tenía que ser una estructura elástica, para aguantar terremotos y huracanes y que se bambolea por el viento, varios metros a los lados.

Pero el problema con el viento, no es que se muevan las estructuras, sino que haya sincronización entre la longitud de onda del viento y la longitud de onda propia de la estructura, con lo cual aparece resonancia y una fuerza enorme que tiende al infinito y destruye la estructura, como pasó en Canadá, donde un viento relativamente suave, destruyo un puente colgante y bla, bla, bla… eso lo he mirado yo en google.

Mandaron un día una nota los del edificio, diciendo que venía un huracán, que cerráramos las ventanas, echáramos los pestillos y metiéramos los muebles de las terrazas, que se esperan tormentas con rayos, truenos y centellas. Yo me veía volando como Mary Poppins cuando tuviera que sacar al perro a pasear.

Por la noche, se veían luces verdes y rojas que se aproximaban, a través de las persianitas venecianas de oficina que se estilan aquí y que permiten que te levantes al alba, como las gallinas, poniendo en hora el reloj biológico y no respetando los fines de semana, ni fiestas de guardar. Con el susto en el cuerpo por si eran OVNIS que venían a abducirnos, me asomé  y vi que eran aviones, que tenían su ruta hacia al aeropuerto en nuestro campo visual a 200 metros y a cuyos pasajeros podía ver saludarme con la mano mientras me tomaba el café.  Ellos también n. contribuían a la vibración de la estancia.

N. de la R.
La primera de estas crónicas la publicamos en enero de este año, su autora nos muestra en esta ocasión la compra de muebles en IKEA y el lugar donde vivieron, apuntando las ´diferencias´ que existen entre la ciudad de Nueva York y Madrid. Con unas breves pinceladas, Pilar nos sitúa ante esas pequeñas, o no tan pequeñas, dificultades parta buscar casa, comprar muebles, adaptarse a las costumbres del país, etc.

Las anteriores crónicas están AQUÍ.