Sin Acritud…
Manuel Funes Robert (3/1/2010)camille-flammarion
Estamos observando en los últimos años la cantidad de fenómenos climatológicos extraordinarios que sacuden a nuestro planeta. Tsunamis, inundaciones, olas de frío desproporcionadas, también olas de calor. Los escépticos afirmarán que se tratarán de fenómenos cíclicos; los fervientes defensores del cambio climático lo achararán a este.

Ninguno de los dos lo calificará de excepcional. Y observando el incremento de estos cataclismos hete ahí que tuve para mí la siguiente reflexión, en la que el recuerdo de Flammarion tuvo su influencia.

Camille Flammarion, astrónomo francés, nacido en 1842 y que fue famoso por su divulgación y popularización de la astronomía tuvo enfrentamientos con muchos de sus colegas debido a su escepticismo acerca de la teoría de que el cometa Halley, en su primera aparición a principios del siglo pasado  fuera a chocar con la tierra. Este fenómeno, también cíclico inspiró su novela «Le Fin du Monde» que fuel llevada al cine por otro genial galo, Abel Gance  en 1931. Flammarion, que  en soledad no descartaba tal idea, puso coto a la ola de desesperación incluso suicidios que los catastrofistas anunciaban.

El citado científico francés tiene en sus obras una tan conocida y brillante como ignorada: «Historia del cielo», en el cual analiza la evolución del universo y dice que esa evolución tiene para todos los planetas una manera cambiar continua, haya o no haya vida en su superficie. Pero añade que los ciclos duran  miles de años  lo que nos lleva a pensar en el fin de nuestra presencia errática, que puede tardar en culminarse miles de años, pero que posiblemente ha empezado ya. No hay precedente alguno en la historia humana en la intensidad.

El cambio climático del que se viene hablando desde hace muchos años, ha sufrido en los dos últimos la intensidad y la perennidad y la universalidad de su alcance no tiene precedentes en la historia humana reciente. A simple vista podría parecer que la Tierra ha decidido expulsar al hombre, bien por evolución natural, bien por respuesta a las agresiones que recibe por parte de aquél.

Acaba uno de sus capítulos con esta bella frase: «más allá todavía estrellas cuya luz llega a nosotros al cabo de centenares de millones de años (…) Pero el impulso de nuestras fatigosas concepciones se debilita al final extenuado y confuso y nuestra alma cual águila posada en remota isla se admira de no tener ante ´si nada más que el vestíbulo de una inmensidad que se aleja sin cesar»