Mi Columnaeugenio-pordomingo
Eugenio Pordomingo (25/6/2005)
Creo que este era, también, el título de una canción de la tonadillera Lola Flores, la «Lola de España». Pero no voy a comentarles de Lola Flores ni de Manolo Caracol, ni del «Pescadilla», ni de los amores, aventuras o desventuras de cada uno de ellos; que, la verdad sea dicha, me importa un bledo. Tampoco, fíjense bien, me voy a ocupar de Carmen Sevilla, ni de Sara Montiel, ni de Operación Triunfo...

Lo de «pena, penita, pena», viene a ser algo así como lo que siento en lo más profundo de mí ser, por todo lo que está aconteciendo en nuestra «querida España», como glosaba con su peculiar voz y mejor estilo, la cantaautora Cecilia.

A este respecto, podría citarles algunas reflexiones de Ortega y Gasset, pero seguro que habría quien me calificaría de fascista o algo similar. El colmo si las citas son de Fiedrich Nietzsche, entonces los calificativos ascenderían en la escala de los insultos: ¡descerebrado nazi…!. Aunque ahora, como los dos se han puesto de moda y están siendo reivindicados por los rojillos, pues no se…

Opinar está muy difícil. Si se te ocurre mencionar una más justa distribución de la riqueza o algo similar, entonces, también, la has fastidiado. El calificativo en este caso es de «comunista trasnochado»; o peor aún: «anarquista utópico». Los más cercanos, los que te conocen un poco, dirán: «es que es un idealista, está un poco loco…».

La verdad es que todo está un poco, como decir, liado, enmarañado. Por no emplear la verdadera palabra, la que daría sentido a mi comentario, o sea, jodído.

¿De qué se puede hablar entonces?  ¿De qué se puede opinar…?. Pues sólo de lo banal, de lo superfluo. Y hacerlo con mucho cuidado. Hay que opinar de aquello que no moleste.

Si criticas alguna gestión de Zapatero, eres -repito- un «facha» asqueroso; aunque sea por haber recordado algún incumplimiento de su programa o por llevar a cabo acciones, aparentemente, contrarias al ideario socialista y en total sintonía con los «nuevos conservadores norteamericanos».

Si osas mencionar algunas de las decisiones que tomó Aznar -todavía Rajoy no tiene demasiados enemigos-, te ven como un «antiespañol», y de la «cera de enfrente», no de los recientemente legalizados del barrio de Chueca, sino del otro lado de la orilla política.

O eres de los que opinan como yo o estás frente a mí. Esa línea de separación, de incomprensión, se acentúa aún más cuando los que opinan son «cuadros» o militantes de partidos y sindicatos, por poner un ejemplo. El colmo es cuando los que dialogan han «vivido» la guerra, sobre todo si han estado en la retaguardia. Los que ocupaban las trincheras suelen ser más comprensivos…

Si el partido en el poder toma una decisión, los «suyos» lo ven bien, incluso se aprestan a defenderla con uñas y dientes frente a los críticos. Claro, que si la misma medida la toman los «otros», la crítica se trastoca en acerada, demoledora y despiadada.

Y es que no hay hechos, sino interpretación de los mismos. Mandar tropas a un país extranjero, es bueno o malo, depende de quién haya tomado la decisión. La explicación, la justificación vendrá después… Plegarse ante sátrapas políticos es bien o mal visto, según de donde parta la decisión y quien opine. Y así nos podríamos eternizar…

Es sabido que el trajín de la vida moderna impide al hombre «ensi­mismarse» como afirmaba Ortega y Gasset -¡que error, que inmenso error!, lo acabo de citar-, y es entonces cuando surge el salvador, el hombre síntesis, el que «nos saca las castañas del fuego», el líder al que siguen las masas (aunque cada vez menos). Estos falsos líderes se arrogan con la volun­tad de los demás y sientan cátedra sobre esto o aquello. Pero es más, muchas veces su misión más importante es obstacu­lizar cual­quier intento de las masas por lograr un objetivo común.

La tremenda presión que existe para acallar las concien­cias y silenciar las mentes se transforma en aparente posicio­na­miento ante cuestiones vitales. Y ya se sabe, «cuando los hombres no tienen nada claro que decir sobre una cosa, en vez de callarse suelen hacer lo contrario: dicen en superlativo, esto es, gritan».

El mercado de los comediantes de feria y de los líderes de salón es enorme. Son profesionales en imagen (gastan en ello cantidades ingentes) y sobre todo discuten y discuten; el caso es estar en el primer plano de la actualidad. La mayoría de las veces no aportan nada nuevo. Y como dijo Nietzsche, «en torno a los inventores de nuevos valores gira el mundo: gira de modo invisible. Sin embargo, en torno a los comediantes giran el pueblo y la fama: así marcha el mundo». Su crítica más acerada no para ahí: «Espíritu tiene el comediante, pero poca conciencia del espíritu. Cree siempre en aquello que mejor le permite llevar a los otros a creer -¡a creer en él!-. Para conseguirlo, a veces, grita su mensaje; que unas veces es uno y otras otro, depende de como esté el merca­do».

Fue Ortega y Gasset -¡otra vez!- quien dijo: «Y el grito es el preámbulo sonoro de la agresión, del combate, de la matanza. ‘Dove si grida nom è vera scienza’ -decía Leonardo- Donde se grita no hay buen conocimiento».