España/Marruecos
Diego Camacho (20/1/2012)rajoy-ante-mohamed-vi
Cuando se contempla el reportaje gráfico del viaje de Rajoy a Rabat que publica ´El Mundo´, 19 de enero, te quedas de piedra a poco que tengas cierta sensibilidad y sentido de Estado. En la foto de la portada se contempla a Rajoy, escuchando las palabras del Rey marroquí, en posición de firmes y con una actitud respetuosamente subordinada en presencia de un servidor de palacio, los tres en una balconada exterior. La segunda en páginas interiores, se contempla a nuestro Presidente que escucha sentado en un sofá compartido, atentamente inclinado, lo que gesticula Benkirán, mientras entre los dos asoma la cabecita de un traductor. Resulta evidente que en ambas se constata lo que me temía y expuse en mi artículo del pasado día 18, ´El viaje más difícil´.

El protocolo marroquí ha colocado a nuestro Presidente en una posición de inferioridad manifiesta sin que los numerosos asesores diplomáticos de Moncloa y nuestro embajador en Rabat lo hayan impedido. Mucha  incompetencia y desidia en los funcionarios responsables y gran dosis de papanatismo en nuestro primer gobernante al encarar un viaje de estas características sin prepararlo convenientemente.

Imaginemos que en esas fotografías en el lugar de Rajoy aparecieran Obama o Sarkozy. ¿Cree algún lector que alguna de esas fotografías  hubiera sido posible?

Lo peor vendría después cuando el visitante quiso hacerse el simpático al anfitrión y  soltó lo que este quería escuchar: «Marruecos un ejemplo para el mundo árabe».

Don Mariano sin darse cuenta ha evidenciado el poco aprecio y crédito que concede a los árabes, tanto desde el punto de vista político como cultural, cuando pone de ejemplo a seguir el sistema teocrático y absoluto que tiene nuestro vecino del sur. Una cosa es que nuestros marines desembarquen con mayor seguridad en las playas de Agadir que en las del Líbano, pero ello no implica que un marroquí sea más libre que un  libanés.

Un régimen feudal y teocrático no puede ser el paradigma o la fórmula para librarse de la amenaza terrorista del integrismo islámico. La pujanza de los movimientos islámicos de la década de los 70 no se debe ni a una locura colectiva ni a un plan diseñado para iniciar una yihad a escala mundial, sino al fracaso en la modernización de las estructuras sociales acometidas en los países árabes, que habían obtenido su independencia de los países europeos. Ese fracaso se dio tanto en monarquías: Irán, Egipto o Libia; como en repúblicas: Argelia, Líbano o Irak. Fracaso que hay que achacarlo a la incapacidad de una clase dirigente sólo preocupada por el interés de su clan, su tribu o su familia. El distanciamiento de los líderes árabes de la población por la vía de una corrupción generalizada hizo que los numerosísimos ciudadanos  que habían abandonado el campo, vieran sus esperanzas de mejora, muy pronto frustradas, y volvieran su esperanza hacia  el integrismo islámico como la única salida que les quedaba para el porvenir de sus hijos.

El sistema político social marroquí adolece de los mismos defectos que hicieron fracasar a los otros países árabes, con el agravante de tener además un  carácter teocrático. Su falsa estabilidad estriba en el fuerte control policial, en el apoyo exterior y en el carácter pacífico de su rama integrista más importante: Justicia y Caridad, que rechazan la potestad religiosa del sultán.

Pero dejando de lado la realidad social de Marruecos, nuestro vecino es un mal vecino. Incumple de manera sistemática las Resoluciones de la ONU referentes al Sáhara Occidental, ha invadido por la fuerza un territorio que no le pertenece y con la complicidad de EEUU, Francia y España mantiene urajoy-el-primer-ministro-de-marruecosn status quo que viola la Carta constitutiva de las NNUU y ejerce una violación permanente de los Derechos Humanos sobre los nómadas que residen en los territorios ocupados a la vez que explota sus recursos naturales, contraviniendo de manera permanente la legalidad internacional. H. Kissinger define como «Estado gamberro» a un país que se mueva por las pautas internacionales que utiliza Marruecos.

Por todo lo anterior, no puede ponerse como «ejemplo para el mundo árabe» una realidad política como es Marruecos. El lenguaje diplomático tiene los matices suficientes como para ser cortés sin por ello tener que hacer el tonto. Esperemos que alguien en Moncloa pueda «en dos tardes» enseñarle lo necesario para realizar un papel más airoso en su siguiente viaje y que su aprovechamiento sea mejor que el que tuvo ZP en economía. A no ser que esté más interesado en conseguir otra casa en Tánger al lado de la de uno de sus antecesores. 

N. de la R.
El
autor es coronel diplomado en Operaciones Especiales, licenciado en Ciencias Políticas y miembro de la Junta Directiva de APPA (Asociación para el Progreso de los Pueblos de África).