Sin Acritud…
Daniel Raventós (4/10/2012)
Es un estúpido y viejo mantra: la política económica que se hace es la única posible. No hay otra opción, no hay alternativa. Utilizó la expresión en un sentido campanudo el darwinista social y liberal Herbert Spencer hace más de un siglo y medio, pero fue Margaret Thatcher quien la llevó a la fama. Hasta fue conocida como Thatcher «Tina» (there is no alternative). Es la absurda idea según la cual las decisiones económicas son exclusivamente técnicas. Cualquier decisión, según este sedicente razonamiento, es producto de la conclusión que la técnica nos aconseja. Fue John Kenneth Galbraith uno de los muchos que escribió ya hace algunos años contra semejante pretensión: «[L]a economía no existe aparte de la política, y es de esperar que lo mismo siga sucediendo en el futuro» [1]. Pero el supuesto argumento de «no hay alternativa» tiene muchos adeptos. Es así porque se repite sin cesar desde gobiernos, algunos medios académicos y muchos medios de comunicación, y hasta parece que a veces lo lamentan.
La política económica, tal como indica el orden de las palabras, es primero política y después económica. No hay nada más falso que las cantinelas más repetidas por casi todos los gobernantes europeos: «son las medidas que el país necesita», «son necesarios estos sacrificios para salir pronto de la crisis», «la situación económica impone estas desagradables medidas», «todos debemos sacrificarnos para salir adelante», etc., etc. Ni una medida de política económica mínimamente importante es neutral en un sentido preciso: que perjudica o beneficia a toda la población. Toda medida de política económica perjudica a unos sectores sociales y beneficia a otros. Ejemplos, meros ejemplos: bajar los impuestos a los más ricos, congelar o bajar las pensiones, facilitar y abaratar los despidos laborales, gravar con aranceles productos extranjeros, bajar el sueldo de los trabajadores del sector público, destinar menos recursos a la educación pública, introducir el copago sanitario, idear unos presupuestos públicos de austeridad en plena recesión… ¿Es difícil descubrir quien gana y quien pierde en cada uno de estos casos? Cosa bien distinta es la (supuesta) justificación que se da en cada caso por parte de los responsables gubernamentales. Primero se decide a qué sectores sociales va a favorecerse y después se instrumentan los medios económicos que hará posible lo primero. En palabras de Joseph Stiglitz: «El gobierno tiene la potestad de trasladar el dinero de la parte superior a la inferior y a la intermedia y viceversa» [2].
Si existe confusión, o se quiere sembrarla más bien, con lo que realmente es una política económica, también la hay con lo que es el «mercado». Sin ninguna duda, ambos términos están muy relacionados. Para empezar no existe el mercado en singular. Existen muchos mercados y con características muy diferentes entre ellos. El mercado semanal de muchos pueblos y el mercado de los artículos de alta montaña, poco si algo tienen que ver. El mercado de libro de viejo y el mercado financiero (si aquí también está justificado hablar en singular) menos aún tienen en común, etc. La configuración de un mismo mercado varía también históricamente, claro está. La ley Glass-Steagall, vigente de 1933 a 1999 en EEUU, configuró unos mercados financieros harto diferentes a los modelados por la ley Gramm-Leach-Bliley que sucedió a la anterior. El mismo mercado tenía unas prohibiciones o no las tenía antes y después de esta ley. Tenía una configuración política distinta en uno y otro momento.
Todos los mercados, absolutamente todos, están configurados políticamente y son producto de la intervención del Estado, mediante legislaciones, normas, decretos y regulaciones. Cualquier mercado es el resultado de opciones políticas que se concretan en determinados diseños institucionales y reglamentaciones jurídicas.
El economista Dean Baker plantea la misma cuestión en otros términos. Para Baker la idea tan extendida de que la derecha sería partidaria de la «desregulación» del mercado y la izquierda sería, por el contrario, partidaria de la «regulación» es completamente falsa. Este economista afirma que «[L]a derecha tiene tanto interés como los progresistas en que el sector público se implique en la economía. La diferencia radica en que los conservadores quieren que el sector público intervenga de un modo que redistribuya el ingreso en provecho de los más pudientes. La otra diferencia está en que la derecha es lo suficientemente lista como para ocultar estas intervenciones, tratando de que parezca que las estructuras que redistribuyen el ingreso hacia los de arriba no son más que el resultado del funcionamiento natural del mercado».
Algunos ejemplos de la configuración política de los mercados: en un mercado laboral puede haber o no salario mínimo interprofesional, posibilidad de despido libre o determinados requisitos más o menos severos para el despido. Y otros: la ley puede permitir en determinados mercados la existencia o no de monopolios y oligopolios. Y aún otro ejemplo más concreto: si Bill Gates no tuviera la cesión por parte del gobierno de Estados Unidos del monopolio sobre Windows en el mercado del software, no sería tan rico. En el escrito citado de Dean Baker: «Sin el monopolio creado por la protección de los derechos de autor, cualquiera en cualquier lugar del mundo podría bajarse instantáneamente los programas de Microsoft sin coste alguno». Sea dicho de pasada: la innovación está reñida con los monopolios. Recuérdese que Microsoft, por seguir con este monopolio, no ha sido la empresa que haya inventado el primer navegador, ni la primera hoja de cálculo, ni el primer procesador de textos, ni el primer reproductor de productos audiovisuales, ni el primer motor de búsqueda… Las oligopólicas compañías farmacéuticas, otro conocido caso, gastan más en mercadotecnia que en investigación puesto que los precios de los fármacos son tan superiores a los costos de producción que sale a cuenta dedicar recursos a convencer (o comprar) a médicos para que recomienden determinados fármacos. Las compañías oligopólicas de las tarjetas de crédito obtienen una comisión de los comercios, cuando un cliente paga por este medio, superior al dinero que obtiene el comerciante por la misma transacción. Poco tiene que ver eso con la investigación y la innovación y mucho con la llamada búsqueda de rentas [3]. Y la lista es mucho más larga.
La actual configuración política de los mercados explica perfectamente que los ricos sean cada vez más ricos antes y durante la crisis económica, junto al hecho de que la mayor parte de la población sea cada vez más pobre. No es la primera vez que recurro a los datos de los informes World Ultra Wealth Report. Muy recientemente se ha publicado el informe correspondiente a 2012-13. Cabe recordar que este informe entiende por Ultra High Net Worth Individuals (UHNWI), es decir, individuos con altísimo valor neto, a los que tienen activos superiores a los 30 millones de dólares. En el bien entendido que no se contabilizan entre esos activos la primera residencia, los bienes consumibles, los bienes coleccionables y los bienes de consumo duradero. Es decir, se trata de evaluar en estos informes lo que estos ricos tienen como efectivo y en activos fácil y rápidamente convertibles en líquido. Se trata, como resulta evidente, de personas con una riqueza real muy superior a los 30 millones de dólares. Los 30 millones de dólares que definen a un UHNWI son pues de bienes inmediatamente convertibles en efectivo. Pues bien, en el reciente informe 2012-13 apenas ha habido cambios en el año 2012 respecto al año anterior. En total el informe contabiliza 187.380 UHNWI en todo el mundo (un 0,6% más que el año anterior) y una riqueza conjunta de 25,7 billones de dólares (un 1,8% menos que el año anterior). Algunas precisiones son interesantes. Dentro de estos 187.380 hay diferencias también muy grandes. Los sujetos que tienen unos activos, tal como se han definido un poco más arriba, superiores a mil millones de dólares suman 2.160 en todo el mundo. Estos 2.160 no son el 1% más rico, ni el 0,1%, son exactamente el 0,00003% de los 7.000 millones que formamos la humanidad. Tienen unos activos acumulados (recuérdese la restrictiva definición) de 6,2 billones de dólares (el PIB del Reino de España es aproximadamente de 1,4 billones de dólares). En el año 2012 los situados en esta franja privilegiada han aumentado un 9,4% y su riqueza conjunta lo ha hecho un 14% [4]. No puede decirse lo mismo, ni en términos remotamente proporcionales, de la mayoría de la población.
Las terribles consecuencias sociales y psicológicas para muchísimas personas causadas por el empobrecimiento de porcentajes altísimos de la población ya es irreversible. De aquí que muchos prefieran hablar de la desigualdad en privado. Como Mitt Romney, por ejemplo. El candidato ultraderechista a la presidencia de EEUU dijo en un programa de televisión el pasado 11 de enero: «Creo que lo mejor es hablar de la desigualdad en lugares discretos.»
Las grandes desigualdades no son producto de la crisis. La crisis las acentúa, pero la configuración política de los mercados que ha posibilitado las grandes desigualdades es anterior a la crisis. Un par de datos, el primero referido a EEUU y el segundo al Reino de España, que muestran la magnitud de la catástrofe. Primero, justo antes de la crisis, en el 2007, «el 0,1 por ciento más rico de EEUU recibió en un día y medio aproximadamente lo que el 90 por ciento inferior recibió en un año» [5]. Segundo, la participación de los salarios en el PIB ha sido menguante en el Reino de España desde el año 1981 (73%) al 2012 (57,3%), y la Comisión Europea calcula que para 2013 la participación será del 56,3%. Esta realidad, quiénes son sus causantes y beneficiarios, quiénes sus perdedores… resulta cada vez más evidente para las poblaciones que principalmente en Europa, «el enfermo del planeta (…) que está a la vanguardia de la idiocia organizada», protestan, luchan y expresan su malestar. Atenas, Lisboa, Bilbao, Barcelona, Roma, Madrid… no en todas partes de forma igual (ojalá las cosas fueran tan sencillas), pero las poblaciones que sufren las políticas económicas y las configuraciones políticas actuales de los mercados lo comprenden, lo ven. ¿Cómo es que la mayor parte de gobernantes (o dicen que) no lo ven? De las posibles respuestas, hay dos de muy destacadas. Una la menciona, por ejemplo, Paul Krugman cuando se refiere a la atención que recibe la «gente muy seria», un tipo de humanos muy particulares definidos por este autor como «personas que expresan opiniones que son consideradas razonables por los que mueven los hilos» [6]. Pero quizás mejor es aún la que ya hace años señaló Upton Sinclair: «Es difícil que un hombre comprenda algo, cuando su salario depende de que no lo comprenda.»
Notas:
[1] John K. Galbraith, Historia de la economía, Ariel, Barcelona, 2007.
[2] Joseph Stiglitz, El precio de la desigualdad, Taurus, Madrid, 2012.
[3] La «búsqueda de rentas» no produce riqueza añadida y es un mecanismo por el cual la renta cambia de manos. Se puede realizar mediante leyes, facilidades concedidas por los gobiernos, etc. Los ricos han captado muchas rentas de la mayoría de la población gracias a las legislaciones que han logrado imponer mediante, aunque no de forma única, los muchísimos cabilderos que actúan cerca de los legisladores para ese fin.
[4] Este enriquecimiento no tiene nada que ver en la inmensa mayoría de casos con mérito alguno. Véase, por ejemplo, George Monbiot, «Mitt Romney and the myth of self-created millionaires», The Guardian, 24-9-12, que puede leerse traducido en Sin Permiso en http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=5287.
[5] Pueden consultarse los datos que cita Stiglitz en www.cbo.gov/sites/default/files/cbofiles/ftpdocs/115xx/doc11554/averagefederaltaxrates2007.pdf.
[6] Paul Krugman, ¡Acabad ya con esta crisis!, Crítica, Barcelona, 2012.
N. de la R.
Daniel Raventós es profesor de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona, miembro del Comité de Redacción de sinpermiso y presidente de la Red Renta Básica. Es miembro del comité científico de ATTAC. Su último libro, coeditado con David Casassas, es La renta básica en la era de las grandes desigualdades (Montesinos, 2011).
Este artículo se publica con la autorización de SinPermiso.
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