Buitre FinancieroMi Columna
Eugenio Pordomingo (18/1/2015)
El atentado contra la revista satírica Charlie Hebdo’ ha generado, ha dado lugar, a una especie de eslogan, etiqueta o consigna, que aglutina de alguna forma a los que se han  solidarizado con el semanario francés, aunque jamás hubieran sabido de su existencia o a los que lo conocían y no compartían su ideología, filosofía o estilo: ‘Je suis Charlie”. 

Hubo, eso sí, otros que a sabiendas de las críticas que iban a recibir, optaron por ‘Je ne suis pas Charlie’ (Yo no soy Charlie).

Ahora, tras el terrible atentado –el 11-M fue más terrorífico, pero, claro, ocurrió en España viene la andanada de medidas legislativas contra los radicales islamistas, aunque de paso los “daños colaterales” nos van a arrollar como si de una tormenta o tsunami se tratase. Ya se sabe, a río revuelto ganancia de pescadores.

Sin duda ese atentado, como el del 11-S o el 11-M -sobre todo el primero- trajeron una consecuencia importantísima –quizás era lo que perseguían sus autores intelectuales, si es que eso tiene algo de intelecto-, que es la merma, la reducción, el recorte de libertades. En roman paladino, el control de las masas.

Ya avisé en más de una ocasión, que de aquí a las elecciones de mayo se puede esperar cualquier cosa. La “maquinaria intelectual” está preparada, pero espera impaciente el resultado de las elecciones en Grecia, aunque la verdadera prueba será la de mayo de 2015 en España, mes en el que además de florecer los almendros habrá, si las circunstancias no lo impiden, elecciones autonómicas y municipales.

Pero a lo que iba. El eslogan de ‘Je suis Charlie” ha tenido su tiempo. Se han vendido millones de revistas y se han subastado números por cantidades astronómicas. Todo el que se precie tiene que tener el último, de momento, ejemplar de ‘Charlie Hebdo’, como todo progre que así se considere y tenga edad para ello, dice que estuvo en el Mayo del 68 en Francia. Por cierto, que aquello, se diga lo que se diga, lo montó la CIA para moverle la silla al general De Gaulle por su osadía de pretender que Francia fuese un país soberano y no se plegase a Estados Unidos. ¿Entienden?

Recobro el hilo otra vez. Hay que volver, tras el atentado parisino, a la realidad, a los problemas cotidianos que causan también desolación, injusticia, desigualdad y muertes.

Hace unos días nos enteramos que una familia, un hombre y su hijo, habían sido desahuciados. El hombre padece una discapacidad del 65%, su hijo tiene doce años, y el desalojo se produjo con nocturnidad, alevosía, mala leche y males intenciones. El hombre está en paro, cobra 364 euros mensuales por una pensión no contributiva, y  por si fuera poco, se encontraba hospitalizado por una neumonía y su hijo estaba alojado en casa de unos familiares a la espera de que su padre se recuperase.

Para más inri, la vivienda de la que le han desahuciado era de EMVS (Empresa Municipal de Vivienda y Suelo del Ayuntamiento de Madrid), que había sido vendida en el año 2013 al “fondo buitre” Blackstone, que gestiona Fidere, le exigía ahora 680 euros de alquiler al mes. Por entonces, ese “fondo buitre”  compró  1.860 viviendas públicas por 128,5 millones de euros, casi un regalo. Blackstone es un fondo de inversión privado estadounidense y uno de los mayores gestores de bienes inmuebles del mundo.

El caso de José Antonio, así se llama este desahuciado, no es el único ni será el último. A los “buitres” que venden y compran esos pisos les importa un bledo dónde dormirán él y su hijo.

Por eso yo lanzo mi grito de protesta, mi eslogan, mi consigna: ¡Je suis aussi un expulsé de ma maison! (¡Yo soy también un expulsado de mi casa!)