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Diego Camacho (25/3/2015)
La irresponsabilidad parece ser la nota más dominante del carácter de Mariano Rajoy pues nada de lo que pasa parece que le afecte, sea por lo penal o por lo político, aunque sea el responsable más directo del entuerto. La prueba nos la da repetidamente y además sin aparente esfuerzo, señal que este rasgo de su personalidad es
innato y por lo tanto anclado en lo más profundo de su naturaleza.
La ausencia de autocrítica del Presidente ante la debacle de su partido en las elecciones andaluzas, ha perdido 17 escaños y 500.00 votos, ha sido llamativa pues él ha sido el principal responsable del fracaso. La utilización de su dedo como principal argumento para designar al cabeza de lista y su implicación personal en la campaña hacen baldío su intento de pasar por un inocente don Tancredo.
Es para estudio por la ciencia política, como un partido que esta en la oposición puede perder tanta intención de voto mientras que el que gobierna, asediado por los casos de corrupción y mal gobierno, gana las elecciones. Puestos a hablar de corrupción los andaluces han castigado con prioridad la corrupción que asola al gobierno central que al autonómico. En esa valoración no les falta razón, pues la corrupción autonómica es más irrelevante y puede ser cortada de raíz por el gobierno central si se lo propone, solo con utilizar los mecanismos constitucionales, mientras que la corrupción gubernamental no puede ser erradicada desde la Comunidades Autónomas. Orientar el voto en clave nacional, con la que está cayendo, es una clara muestra del patriotismo andaluz aunque en Génova no quieran aceptarlo.
El paradigma de la corrupción en la que se encuentra sumido el partido gubernamental es la conclusión a la que ha llegado el juez Pablo Ruz sobre la financiación ilegal del partido, sobresueldos, y la utilización del dinero negro para campañas electorales y reformas de inmuebles. La trama corrupta se inició con José María Aznar en 1990, aquel Presidente que nos pedía por Televisión que le creyéramos “que en Irak había armas de destrucción masiva”. También aquel que nada más ganar las elecciones en 1996, en una entrevista, decía que había limpiado el CESID de corrupción con la expulsión de 28 agentes, cuando la realidad era que había colocado al frente del servicio de Inteligencia y de la Seguridad Nacional en Moncloa a los golpistas del 23–F y de paso había ascendido a los responsables de la guerra sucia y de las escuchas ilegales.
Los 28 agentes expulsados eran “la cortina de humo” utilizada para engañar a la opinión pública. En 1997 tuve el gran honor de denunciar esa indignidad. Aznar evidenció que a pesar de su cargo, no era un caballero y mucho menos el estadista que ambicionaba ser. Hoy sabemos que además fue otra cosa nada honorable.
Rajoy estaba ahí desde el inicio fue el elegido por el dedo del líder, aunque el iniciador de la trama corrupta fue su jefe, al estallar el escándalo tuvo el descaro de mentir en el hemiciclo afirmando que su partido no se había financiado ilegalmente y que no había recibido sobresueldos. Es un baldón para el prestigio de España, ahora se entiende mejor su inacción, está pillado y él lo sabe. Con semejante losa de nada sirven las mayorías absolutas. Sería deseable que los militantes del PP que se consideren decentes le pongan en la puerta de salida.
Por otro lado, si tuviéramos un régimen político democrático Pedro Sánchez presentaría una moción de censura, pues existen razones políticas suficientes y razonables. No hacerlo supone no cumplir con su papel de jefe de la oposición y un compadreo impresentable de cara a esa regeneración y lucha contra la corrupción que tanto publicita.
N. de la R.
El autor es Coronel del Ejército de Tierra y Licenciado en Ciencias Políticas.
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