Ana Colau
Ana Colau

España
Javier Perote (30/5/2015)
Creo que de todas las frases  importantes oídas en mi  vida,  la más impactante, la más profunda, la más redonda,  se la debo a  Nicolás Redondo:Felipe González tiene menos sensibilidad social que una almeja”.

Yo creo que el batacazo que se ha pegado el  PP en estas elecciones ha tenido algo que ver con  esto de la almeja.  Sus miembros y miembras han demostrado, durante toda la legislatura tener la misma falta de sensibilidad social que Felipe González.

Recuerdo la gran decepción y desconcierto de la gente cuando empezaron los desahucios. De fuera habían llegado cantidades importantes de dinero que se suponía eran para ayudar a la gente a pasar el trago de la crisis pero en vez de eso se emplearon en ayudar a los bancos, causantes de esa crisis. En muchas ocasiones los directivos de esas entidades, con frecuencia culpables del desaguisado, como  el ex ministro Narcis Serra, y el también socialista Fernández Moltó y otros, cesaban en sus cargos llevándose unas escandalosas indemnizaciones. Se decía que era muy importante salvar el sistema financiero, para lo cual siempre se empezaba por salvar a los directivos  del sistema.

A la pobre gente, muchos emigrantes, hipotecada hasta las orejas por la compra de un humilde piso: una patada en el culo y  a la calle con toda su familia, incluidos hijos menores. Hacía daño leer esas noticias. Verdaderamente el PP adolecía de una falta de sensibilidad de almeja.

En estas, apareció una mujer, como venida de Oriente, una hada, Ada Colau,  de la que no se podía decir que tuviera una falta de sensibilidad de almeja como le ocurría al PP.  Nunca habíamos oído hablar  de ella, pero resultó ser una hada original que en vez de utilizar su barita mágica  como las demás hadas,  para crear una lluvia de estrellas,  se dedicaba  a tocar las narices a esos señores que se beneficiaban de las ayudas y que echaba a la gente a la calle.

Ada Colau al frente de su Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) organizaba pitadas y otras protestas bullangueras, cuando aparecían  los funcionarios del juzgado. Pero pronto se dio cuenta que con esas protestas no conseguía gran cosa, que lo más que conseguía era retrasar el lanzamiento, pero que al cabo de unos días o meses éste se realizaba. No obstante, hasta mediados de 2014 pararon 1.135 desahucios. Entonces pensó  que a donde había que ir a protestar era al origen del problema, y empezaron a llevar las protestas a la puerta de los bancos y al domicilio de los responsables. Esto ya era demasiado y la pusieron a parir. Justo entonces aparece un palabro venido de Argentina: escrache, con un inmediato éxito.

Escrache es palabra más dura, más cabrona; suena a romper, machacar,  y lo más reaccionario de la sociedad enseguida la utilizó con afán de desacreditar aquellas acciones de protesta. Desaparecen los acosos pero se imponen los escrache.

Entonces  se  produjo un hecho grave: se montó un escrache con  gritos y pitos en el portal donde vivía un importante personaje, con el agravante de que pisos arriba  donde vivía el importante  había un pequeño  de poco más de un año o dos. Esto se presentó como un intolerable atentado a la infancia y parece que influyó  en el cambio de percepción del problema de los desahucios. No sé como ocurrió ni cuándo, pero en un momento determinado se dio la vuelta al problema, y lo grave ya no fuero los 200.000 desahucios ni que se quedaran  las familia en la calle, ni el medio centenar de suicidios.

No, a partir de entonces lo grave eran los escraches de Ada  Colau.