TertuliaMi Columna
Eugenio Pordomingo (29/6/2015)
Con los últimos atentados terroristas, todo lo demás ha pasado a segundo plano. Ya casi nadie retiene en su pabellón auditivo o en su retina, que a Grecia, al pueblo griego, la van a expulsar de la Unión Europea y del euro. Pero lo hacen, sobre todo, porque no quieren que el pueblo griego manifieste su opinión en un referéndum. Por nuestras pantallas de televisión y emisoras de radio pasan fugaces los numerosos casos de corrupción habidos en las comunidades socialistas y populares. Y lo del espionaje de la NSA (Agencia  de Seguridad Nacional de Estados Unidos) a los últimos presidentes de la República francesa, otro tanto. Los centenares de muertos a causa de drones y ataques aliados no cuentan, pues como ya es algo habitual, pues… ¡Ah, pero como a nosotros nos toquen a uno de los nuestros se enteran! Todo es muy confuso, sumamente confuso.  

Por eso creo que es importante hacer pedagogía, enseñar lo poco que sabemos a los que saben aún menos. Que de éstos últimos hay muchos. Entrenar sus frágiles y debilitadas neuronas es casi una obligación. Y así aprender todos. Esa pedagogía no debe ser dogmática, ni contener efluvios ideológicos. Ya lo decía el maestro Ortega y Gasset: “las ideas se tienen y en las creencias se está. Hay que pensar en las cosas contar con ellas».

Para fomentar el interés por la comunidad, por la Polis,  por lo que nos une, es conveniente, necesario e importantísimo –digo yo- dialogar sobre todo lo que nos concierne, que es todo. Hay que contrastar pareceres, darse a la conversa. Los antecedentes los tenemos en los “fuegos de campamento” del hombre de Cromagnon.

Luego vino el lenguaje propiamente dicho y los diccionarios, cuyo precursor fue Asurbanipal, el último rey de Asiria, hoy prácticamente destruida por la “coalición internacional”. Ese rey creó la primera biblioteca y el primer diccionario de la Historia. Muchos decenios después llegaron los “móviles” o “celulares” e Internet.  La información pudo aumentar, pero el conocimiento decayó.

La moda de las tertulias no es de ahora. Ya en la antigua Grecia, a la que determinados poderes quieren expulsar de la UE, era algo habitual. Por entonces las llamaban Simposios. Ahora un Simposio –Simposium dicen los cursis- es una reunión de zánganos y zánganas, encubiertos en jubones de marca, que a sueldo de otros, dialogan sobre algo –generalmente nuevas tecnologías o asuntos comerciales-, cuya conclusión  ya está determinada.

Por entonces, allá por el año 400 antes de J.C.,  en aquellas tertulias, según relata el sabio ateniense Jenofonte,  se adormecían las penas y se despertaba el instinto amoroso. Vamos, que tras engullir abundantes viandas y selectos caldos, los asistentes –todos hombres-, con el beneplácito de la diosa Hera, y el dios Zeus y su hijo Apolo, peroraban sobre lo divino y lo humano. Mientras los hombres se deslizaban por los placeres que ofrecían las tertulias, sus mujeres, ante la constante ausencia de sus cónyuges, se entregaban placenteramente a los ya cultos esclavos.

Pasaron lo años, y las tertulias tuvieron sus altibajos, de acuerdo con la pugna entre los hombres por alcanzar el poder o gozar de ciertas libertades.

En la Historia de España ha habido tertulianos de calado. Citaré algunos y que vuesas mercedes me dispensen si no menciono a sus preferidos. Algunos de ellos: Lope de Vega, Cervantes (que preso en Argel ya presagiaba el calvario de su cadáver en un precipitado trasiego para mayor gloria de la alcaldesa Botella); Valle-Inclán, Torrente Ballester, Unamuno, Ortega y Gasset, Martín Gaite, Umbral, García de la Concha, Gómez de la Serna, Benito Pérez Galdós, Ramón Gómez de la Serna, Ramón y Cajal (que entre charleta y charleta, mientras llegaba el Premio Nobel, echaba una canita al aíre), Menéndez Pelayo, Buñuel, Lorca, Melchor Fernández AlmagroManuel y Antonio Machado, Antonio Díaz-Cañabate, José María de Cossío, Alfonso Sastre, Rafael Sánchez Ferlosio, Ignacio Aldecoa.

El Café Aquarium, Café Lyon d’Or, Café Gijón, Café de Fornos, Café Colonial, Café la Ballena Alegre, Cervecería de Correos, Café literario Novelty, fueron algunas de las ágoras que consiguieron que se hiciera popular el dicho de que en Madrid “se huele a café”.

Una regla para todos los tertulianos, nunca hay que abandonar la tertulia antes de que termine, así se evitará que le pongan a uno  de chupa domine.

En España hay más tertulias que cerezas en Extremadura. Las hay de todos los colores. Hasta creo que dentro de poco alguna Universidad, de estas que tanto abundan –de pago, claro- van a lanzar un Master denominado “Graduado en Tertulias de Radio y Televisión”.

Galapagar, localidad serrana del noroeste de Madrid, ha tenido varias experiencias en eso de los debates tertulianos. Creo que esa actividad ha decrecido, aunque no lo puedo asegurar. En cualquier caso, manos a la obra, comencemos la tarea. En La Navata (Galapagar), nos han ofrecido generosamente un ágora, un Tablao, un hueco para exponer nuestras quitas, debatir, indagar, conocer lo que opinamos unos y otros.

¡Vamos a ello!