Eugenio Pordomingo

Mi Columna
Eugenio Pordomingo (2/5/2017)
Ya he comentado en más de una ocasión la influencia de las agencias de prensa internacionales –la mayoría de ellas en manos del Imperio Anglosajón (USA, Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda y en menor medida, Canadá, además de Israel, que está siempre en todos los ajos)- en la tarea de desinformar a la opinión pública y crear corrientes de opinión favorables a los intereses que sirven. Con la desinformación se crea una opinión generalizada de los hechos que no es la real,  que unida a la carencia de una cultura cívica y social, alejada de esa realidad, orienta a la mass media en la dirección que los poderosos designan. La difusión de noticias falsas y la ocultación de la verdad son dos de las armas más importantes de la desinformación.

Un ejemplo reciente lo tenemos en el conflicto de Corea del Norte. Si los norcoreanos lanzan misiles de prueba –aunque sean de pequeño alcance y muchos fracasos- se difunde miedo en la población mundial a que el régimen de Pionyang nos extermine, nos invada o nos lance un ataque nuclear en toda regla. ¿Alguien conoce un país que haya sido bombardeado, invadido o arrasado por Corea del Norte? Seguro que no, a menos que una noticia sobre ello se fabrique por determinadas agencias de comunicación o por servicios de inteligencia de algún país.

No había “armas de destrucción masiva” en Irak, como no hay peligro real de que Corea del Norte acabe con el mundo. Eso está claro. Pero a base de introducir en nuestro cerebelo la mentira, llegamos a conformar una realidad inexistente.

Que yo no escogería Corea del Norte para vivir, está claro. Pero tampoco lo haría en naciones, cuyos dirigentes alardean y se ufanan  de ser la mayor democracia del mundo. Estoy muy bien  donde estoy.

En estos días nos han refregado por las narices el asalto al Parlamento de Macedonia, llevado a cabo el pasado jueves por “una turba de violentos”, que protestaban por la elección del albanés Talat Xhaferi, como Presidente de la Cámara de ese país. Las fuerzas de seguridad actuaron con presteza y dureza, y sofocaron ese conato de rebeldía con tintes de confrontación étnica entre albaneses y macedonios.

La población de Macedonia es de unos dos millones, de los cuales el 25 % son albaneses. Durante la dictadura de Josep Broz, Tito, no había problemas entre albaneses ni macedonios, todos ellos pertenecían a la antigua Yugoslavia y convivían sin problemas, pero el “divide y vencerás”, llevado a cabo por  Estados Unidos –más tarde se incorporó la Unión Europea y la OTAN-, solo ha traído conflictos y serios enfrentamientos. Pero eso no merece ni un renglón.

Dentro de la estrategia USA-OTAN-UE, de cercar a Rusia, los medios de comunicación han obviado un tema importante, que es el de la votación habida en el Parlamento de Montenegro para integrar al país en la Organización del Tratado del Atlántico Norte.

46 de los 81 diputados apoyaron la adhesión a la OTAN -varios de ellos se ausentaron-, mientras, en el exterior del Parlamento, miles de personas manifestaban su oposición al resultado de esa votación. Para la OTAN y Estados Unidos, la entrada de Montenegro en la organización es importante, pues controla el último tramo del Mar Adriático antes de llegar al Jónico, en la frontera con Albania. Lo de menos es su escaso territorio y sus 600.000 habitantes.

No debemos olvidar que Montenegro fue sometido a intensos bombardeos por la OTAN allá por el año 1999. Y tampoco debemos olvidar que por entonces  el socialista Javier Solana, era el secretario general de esa organización militar internacional. La Alianza Atlántica bombardeó el país, entonces parte de Yugoslavia, entre marzo y junio de 1999, en medio de la denominada “guerra de Kosovo”. El bombardeo se llevó a cabo sin autorización de la ONU, con la participación de cazas F-18 del Ejército español. La cifra de muertos en esos bombardeos, sobre tierra y combates en el aire, causó varios miles de muertos, entre militares y, sobre todo, población civil. La OTAN nunca ha reconocido esos hechos. Y los medios de comunicación corrieron un tupido velo.

La votación para integrarse en la organización atlántica se llevó a cabo la semana pasada en el Parlamento de Montenegro y, como era de esperar, el resultado fue favorable a la entrada del país en la OTAN. Otra cosa es lo que el pueblo piensa, o hubiera votado, que al parecer no coincide con lo que han decidido la mayoría de sus representantes en el parlamento.

Canillitas (repartidor de prensa).

Sin duda la entrada de Montenegro en la OTAN, que se está haciendo sin contar con la población montenegrina, va a contribuir a desestabilizar aún más la zona. Eso también se oculta.

Un ejemplo claro, nítido, y sin posibilidad de que sea interpretado de manera insana y torticera, es el que aconteció durante el reinado de Felipe IV, al nacimiento de su hijo Carlos II, El Hechizado, el último Rey de la Casa de Austria.

La versión de ese nacimiento, vista desde dos perspectivas dispares y con intereses contrapuestos, fue la siguiente: Para el periódico “La Gaceta de Madrid”, el varón nacido era robusto y de hermosísimas facciones, cabeza proporcionada, pelo negro y algo abultado de carnes.

Por su parte, el embajador en Madrid de la Francia de Luis XIV, envió un comunicado a su Rey en el que afirmaba lo siguiente: “El Príncipe parece bastante débil, muestra signos de degeneración, tiene flemones en las mejillas, la cabeza llena de costras y el cuello le supura…”. No se sabe si para agradar a su Rey o para defenestrar al nuestro -el caso es lo mismo-, el embajador añadió una gracia: “asusta de feo”.

No pretendo entrar a valorar la belleza o fealdad de Carlos II “El Hechizado”, sino, simplemente, que analicemos el hecho: el niño nacido era el mismo, sin embargo nuestra percepción de la realidad es muy distinta según la versión que elijamos. Un francés de la Bretaña o un endomingado parisino lo verían de una manera. Mientras, un cortesano de Lavapiés o de la calle Mayor, ambas de Madrid, lo verían de otra.

“Una prensa cínica, mercenaria y demagógica producirá un pueblo cínico, mercenario y demagógico”, afirmó el estadounidense Joseph Pulitzer, editor conocido por los famosos premios de prensa que llevan su nombre.