España
José Luis Heras Celemín (28/3/2019)
Se acaban de conocer las listas que presentan los partidos políticos a las Elecciones Generales próximas, y aún se desconocen los programas que ofertarán en una campaña electoral que no ha empezado; pero, antes de decidir el voto, toca buscar a quién votar.

Sin conocer Programas y teniendo como referencia sólo los candidatos de cada partido, hay dos cuestiones previas que considerar: Contra quién votar. Quién no se deja votar. Por este orden: Contra quién. Y quién no se deja. Hay algo más que podrían, incluso debería, tenerse en cuenta: Quién defiende mejor los intereses del votante; y, en función de ello, a quién votar. A bote pronto, podría abordarse esta decisión. Pero sería un proceder irreflexivo, acaso visceral y poco razonable. Es lógico votar en defensa y aprovechamiento propios, sin embargo, para sacar beneficio es necesario conocer los propósitos de una oferta electoral que a esta altura del calendario aún no se conoce. Por eso, lo lógico, ya está ocurriendo, es que el elector gradúe su decisión atendiendo, primero, contra quien votar y quién no se deja votar; y posponiendo su decisión última subordinada al contenido de los programas electorales.

Aunque no haya razón para anteponer una causa a otra, por lo que sea, primero se analiza contra quién votar. Hay quien afirma que buscar enemigos para votar contra ellos es consecuencia de algún atávico sentimiento de venganza. También quien lo ve como una forma de actuar en defensa propia, ya que, se razona, si se vota contra alguien se evitan los males que pudieran venir de ese alguien. Lo cierto es que primero se elige contra quién votar. En el caso de las Elecciones Generales próximas, los tomados como adversarios parecen claros: La izquierda radical y no radical es objeto de rechazo para una parte del resto del electorado (resto de la izquierda, centro y derecha) que vota contra ella para evitar lo que suponen ocurriría si ganara. La derecha radical y no radical es, a su vez, motivo de repulsa para una parte del resto del electorado (resto de la derecha, centro e izquierda) que evita lo que pudiera producir votando en contra. El centro, acotado o amplio, es también razón para que una parte del censo vote a la contra, a derecha o izquierda del espectro político, para evitar el lastre que creen representa.

Elegidos los efectos que se quieren evitar con resabios demócratas y algún que otro melindre, para determinar contra quién votar, lo inmediato es ver qué adversarios tienen capacidad de hacer daño, para, una vez agrupados, excluirlos. Como es lógico, la  condición de adversario es consecuencia de los efectos que cada uno haya elegido. En nuestro caso (Elecciones Generales), hay un efecto que prima sobre los demás: La disposición (de líderes y partido) para lograr los acuerdos de gobernabilidad que convengan sin comprometer la unidad del Estado. Después, con más o menos influencia, siguen los aspectos que propician esa gobernabilidad: Compromiso identitario. Exigencias de bases. Estabilidad de coaliciones. Equilibrios económicos y sociales, etc.

Fijado el grupo de contra quién votar, queda otro grupo que puede recibir votos. Es un grupo heterogéneo con cualidades definidas que condicionan y conducen ante la segunda de las cuestiones previas: quién no se deja votar. En principio, todo grupo político se deja votar, pero, para el elector normal, no todos merecen su voto. Para este elector, el voto es fruto de la coherencia del partido y la confianza que merece. Si esa confianza no existe, o se derrumba, se produce un efecto inmediato: Primero aparecen recelos y suspicacias; más tarde, discordancias. Como el elector no tiene compromiso con el partido al que pudiera votar y es soberano, no tiene por qué convertirse en un actor forzado a admitir mposiciones o sufrir discordancias. Al aparecer éstas justificadamente, puede retirar su confianza a quien, por discordancia, no merece el voto, o no se deja votar. Puede que el elector no culpe al partido discordante que impide el voto. Pero, aunque no los busque, encontrará motivos. Entre ellos, aparece uno que es noticia: La composición no entendida de las listas electorales produce un razonamiento inapelable que, como motivo de que el partido no se deja votar, normalmente, se formula en forma de pregunta.

Veamos algunas de esas preguntas, oídas hoy mismo, que son motivo de desilusión y comentario: ¿Votar a un partido que sacrifica a unos equipos, que no hace, ni busca, para mantener o colocar a candidatos sin valía? ¿Se deja votar el PP que da el 2 por Madrid a quien fracasó en Castilla-La Mancha y es hijo de quien es? ¿Votar al PSOE de Sánchez & Cía tras sus compromisos de moción y sus tratos de conmoción? ¿Se deja votar Podemos des-mareado, sin confluencias, semi-descangallado y sin apenas convergencias? ¿Votar PNV, ERC, PdCAT(o lo que quede), Bildu, IU, Vox…?

Antes de decidir el voto, estamos en la fase de ver contra quién votar y quién no se deja votar.