Internacional
Espacios Europeos (16/6/2019)
Gideon Rachman, comentarista-jefe de política internacional de Financial Times, resumió la esencia geopolítica de 2018 con una expresión: “la trampa de Tucídides”. Según Tucídides, historiador de la guerra del Peloponeso, el conflicto que enfrentó a las dos grandes polis de la Grecia clásica, la dominante Esparta y la aspirante Atenas, se hizo inevitable debido al auge del poder ateniense y el miedo que esto causó en los espartanos. Veinticinco siglos después, Graham Allison, profesor de Harvard, acuñó la expresión “la trampa de Tucídides” para respaldar esta hipótesis: la rivalidad entre una potencia establecida y una emergente suele acabar en guerra.

En 2019, por desgracia, la posibilidad de una guerra entre superpotencias es mayor que en 2018. La animosidad entre Estados Unidos y China prosigue, mientras los halcones de ambas orillas tratan de dominar el discurso. Preguntamos a los expertos si es inevitable un choque entre EEUU y China.

EEUU y China llevan más de un año enfrascados en un conflicto comercial que ha derivado en una guerra tecnológica con la multinacional china Huawei en el ojo del huracán, tras ser prohibida por Washington que duda de la seguridad de sus productos. Unos enfrentamientos que revelan la creciente competencia entre las dos superpotencias por liderar el planeta.

Se trata de unos choques que ponen de manifiesto que Washington y Pekín están cayendo por la pendiente de la trampa de Tucídides. Una situación en que EEUU, como potencia líder, recela del poder emergente de China y ha decidido evitar por todos los medios perder su supremacía planetaria. Un conflicto que antes se resolvía en una guerra caliente de consecuencias catastróficas y que ahora lleva trazas de desembocar en una nueva guerra fría entre las dos potencias.

Una colisión, sin embargo, que seguramente se limitará -al menos de momento- al sector de las nuevas tecnologías. Y es que tanto EEUU como China son conscientes de que su prosperidad, solidez económica y seguridad militar dependen de la capacidad e influencia internacional de su liderazgo tecnológico. Una hegemonía por la que están dispuestos a luchar hasta el último suspiro.

En este sentido, el caso Huawei es el primero de una serie de choques que enfrenta a dos modelos de desarrollo económico. Uno, el de la tradicional economía de mercado, representado por EEUU, y otro, el de una enorme economía centralizada, que funciona con otras reglas, a través de las cuales China pretende recuperar su estatus de imperio del centro. Un objetivo que se fijó el presidente chino, Xi Jinping, al asumir su liderazgo y al que calificó de “sueño chino”.

La ambición de Xi de conducir a su país al liderazgo mundial explica la puesta en marcha de las nuevas Rutas de la Seda, el plan ‘Made in China 2025’ y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (AIIB). Iniciativas todas ellas destinadas a extender la influencia internacional de China. Un plan que Washington no está dispuesto a consentir. El choque de gigantes está servido.

No, en modo alguno, como afirma el propio Graham Allison, que acuñó la expresión la trampa de Tucídides. A veces los enfrentamientos entre una potencia dominante y otra emergente han terminado en guerra y otras veces se han reconducido. El riesgo existe y la forma en que el conflicto se resuelva dependerá en buena medida de la capacidad de los líderes, no sólo de EEUU y China, sino también de las otras potencias, como Rusia y Europa. Es evidente que, en la era nuclear, un conflicto armado entre grandes potencias pudiera significar el suicidio colectivo. El entendimiento entre China y EEUU es, además, necesario para resolver otros problemas vitales para la humanidad, empezando por el cambio climático.

Donald Trump ha iniciado la guerra económica contra China por capricho: una war of choice, no una war of necessity. La Unión Europea también tiene un memorial de agravios a causa de las prácticas económicas irregulares de China, pero quiere resolverlos negociando, en el marco de la Organización Mundial del Comercio (OMC), y no recurriendo a aranceles o intentando destruir a las empresas competidoras que se atreven a retar tecnológicamente a las propias. Martin Wolf, de Financial Times, califica de matón a Trump.

No se puede excluir que la negociación ahora suspendida acabe bien, ante todo por la presión de las multinacionales estadounidenses, que mal pueden resignarse a perder el que pronto será mayor mercado del mundo. Si EEUU está dispuesto a parar el ascenso económico de China como sea, entraremos en una fase peligrosa. Recuérdese que fue el miedo de Esparta, la potencia dominante, y no la ambición de Atenas, la potencia emergente, la causa de la guerra del Peloponeso, según Tucídides. Y los halcones neomacarthystas americanos debieran recordar las palabras de Franklin Roosevelt: “No hay que temer nada salvo el miedo mismo”.

Todo indica lo contrario: China es el principal socio comercial de EEUU tanto en bienes como en servicios. Preocupa a EEUU, sin embargo, que dentro de unos años sobrepase a la economía americana y su tecnología electrónica y espacial. La guerra de aranceles que EEUU ha iniciado para mejorar los términos de su comercio e inversiones en China, pese a la gravedad de sus consecuencias, tendrá que resolverse mediante negociaciones.

Más preocupa a EEUU el creciente rearme de China, sobre todo el énfasis en una marina de alcance global y las amenazas que representa respecto a Taiwán, Japón, Corea del Sur, así como su creciente influencia en el Sudeste asiático, Asia Central, Océano Índico, África e incluso Europa. Halcones en ambos colosos preconizan acciones bélicas, incluso preventivas, pero mientras sus respectivos gobiernos logren moderar esos afanes preferirán seguir lo que la lógica apunta.

Mientras EEUU pueda impedir la independencia de Taiwán, China esperará a pesar de la irritación que le supone la venta de armas a la isla. La militarización de arrecifes e islas artificiales en el mar del sur continuará generando incidentes por la disputada libertad de navegación por aguas internacionales, pero China solo ha desplegado sus guardacostas. Ambos preferirán negociar una escalada que se produjese por error o accidente.

Aunque China comparte con Corea del Norte su política de retirada militar de EEUU de la península, no permitirá que la arrastre a un conflicto bélico con EEUU. Enfoca de la misma manera su política respecto a Corea del Sur y Japón, confiando en que su influencia se extienda a la larga sobre toda la región y el Sudeste asiático.

El presidente de EEUU Donald Trump sube a su avión para dejar China, en noviembre de 2017/WHITE HOUSE

Por último, la sensacional influencia de China en Asia Central, en África y en el sur de Asia y en la misma Europa tendrá que ser tratada dentro de sus coordenadas comerciales y políticas, por mucho que preocupen a EEUU y la UE sus violaciones de derechos humanos, el autoritarismo de su régimen, sus tácticas depredadoras y la competencia por recursos mineros, petrolíferos y agrícolas.

Las transiciones hegemónicas no sólo se encuentran en los libros de teoría de las relaciones internacionales. Un siglo después de que EEUU sustituyera al imperio británico como potencia dominante, somos testigos de una nueva redistribución de poder en el sistema internacional. Y, por primera vez desde la Revolución Industrial, el causante de esa transformación es un actor no occidental, con un régimen político autoritario.

Aunque la crisis financiera global aceleró el ascenso de China, como de Asia en su conjunto, EEUU ha tardado en reaccionar a sus implicaciones. Pese al hincapié en los asuntos comerciales, lo que preocupa a la administración Trump no es su déficit bilateral con Pekín, sino el desafío que representa la República Popular para su liderazgo tecnológico en la era de la inteligencia artificial, así como para su dominio naval del Pacífico Occidental. Parafraseando a Tucídides, el aumento de capacidades chinas ha provocado el temor de EEUU a la pérdida de su estatus. Washington ha pasado a la ofensiva, pero de manera unilateral y en contra de las bases del orden que él mismo creó tras la segunda guerra mundial.

China, por su parte, confiada en su nuevo poder —y en su simultánea percepción de una merma de influencia norteamericana—, ha pecado de impaciencia en la reforma del statu quo: sus dilemas demográficos, financieros y medioambientales pueden cerrar en menos de dos décadas la ventana de oportunidad estratégica con que cuenta para situarse como potencia central.

Trump y Xi han exacerbado las tensiones entre los dos gigantes. Pero la rivalidad es estructural: antecede a ambos líderes, y continuará una vez que hayan abandonado la vida política. Que su competencia resulte inevitable no predetermina, sin embargo, un conflicto militar como en otros episodios de transiciones de poder. La clave, como señaló en su día Lee Kuan Yew, es que “el desplazamiento por China del equilibrio mundial es de tal magnitud que el mundo debe encontrar un nuevo equilibrio”. Si se opta por mantener una ambición de primacía en un mundo que será multipolar, no sólo se retrasará la formación de ese nuevo orden—mediante la articulación conjunta de las reglas e instituciones que se requieren—, sino que podrá recaerse en el tipo de consecuencias bien conocidas por la Historia del siglo XX.

Fuente: Política Exterior.