
El vicepresidente Teodoro Obiang Mangue con la Embajadora Extraordinaria y Plenipotenciaria de los Estados Unidos, Susan Stevenson.
Internacional
Oumar Salaou (4/6/2021)
Me atrevo a recoger y comentar la reflexión de Jean-Baptiste Placca, prestigioso editorialista de Radio France Internacional (RFI), ya que su análisis me parece acertado y lo comparto.
La semana pasada, París fue el epicentro del continente africano, África fue la invitada a la cumbre sobre la sensibilización de los socios y financiadores sobre la necesidad de buscar más financiación y nuevos socios. Apoyar a las economías africanas -se dice- ha sido el objetivo de esa cimbre. Como digo, los países africanos están mal debido a la crisis provocada por la pandemia del coronavirus, pero no es la única causa.
¿Por qué volver al problema del declive de la democracia, siendo que la actualidad está centrada en la deuda, los derechos especiales y otros préstamos concesionales?
La respuesta a esa pregunta es simple y compleja a la vez: y se vuelve a tratar porque la economía está estrechamente vinculada a la política. Sería inútil y estéril esperar un desarrollo de las naciones africanas en un ambiente político malsano, carente de libertades y poco atrayente. Los gobiernos africanos no atraen inversiones de calidad, que son el mejor barómetro de la credibilidad de una nación.
Hay que alejar de nuestro análisis la perpetuación del llamado “pacto colonial”, como son las inversiones en la extracción del petróleo y minerales, que sacan de zonas lejanas y exportan. Ese tipo de inversiones muestra lo menos atractivo que son esos países que ceden sus yacimientos para ser explotados durante largo tiempo, a cambio de unos avances ridículos en su tesorería y unos acuerdos dudosos.
Donde el Estado de Derecho está en cuestión, la economía muestra una cara nebulosa (un ejemplo es el caso de Guinea Ecuatorial bajo la dictadura de Teodoro Obiang Nguema). Recuerden el mensaje inequívoco de Nana Akufo-Addo, presidente de Gana, a los inversores que buscan en África una rentabilidad exorbitante, que no se atreven a exigir en otras partes del planeta: “No os queremos aquí, iros a otra parte del planeta”. Hay que ser un país serio y tener una gran confianza en su sistema jurídico para permitirse el lujo de decir esas palabras. Y es que Gana es uno de los raros países en África que lo puede hacer; el gobierno español no se ha equivocado en basar su programa africano en ese país.
¿Que sería entonces de los que no son serios?, o sea, los que carecen de libertad y democracia, como es, por desgracia, el caso de Guinea Ecuatorial.
Se trata de los tontos de la democracia, los torpes del Estado de Derecho. Acuerdan y pactan con los inversores sin escrúpulos, con los fondos buitre, unos delincuentes y traficantes internacionales que están en busca de beneficios faraónicos que solo pueden conseguir en países tiránicos y corruptos. Vuelvo a mencionar el caso de Guinea Ecuatorial.
Esos países están agobiados por los contratos minados de cláusulas leoninas. El saneamiento de la vida política es un imperativo económico y social, porque el respeto del bien público pasa por el estado de Derecho, es decir que la tiranía conlleva siempre la corrupción, el saqueo de los bienes públicos y la violación de los Derechos Humanos. El pueblo guineano es un buen ejemplo de eso. El pueblo y la Cámara de Representantes del Pueblo desconocen el contenido de los contratos de los Hidrocarburos y, asimismo, se desconoce la entrada del dinero de esos acuerdos en las arcas públicas.
¿Por qué alarmarse hoy en día, si la democratización empezó en África hace treinta años? Basta sobrevolar el continente africano para darse cuenta que la mayor parte de África del oeste y toda África Central están viviendo la misma situación de deterioro del Estado de Derecho de los años 1970-80. No ha habido evolución. Son países que engañan con sus propias leyes, usan la violencia contra sus pueblos, afirmando que son democracias; celebran elecciones falsificadas con resultados dignos de los déspotas más oscuros de la historia de la humanidad, sin preocuparse por ello. Son los mismos sepultureros de sus propios países. Dicen siempre que es el precio a pagar para alcanzar un desarrollo y una democracia perfecta.
Promesas sin ninguna garantía, ya que continúan siempre con la misma nefasta gobernanza y corrupción, con la que llegaron al poder. Se creen legitimados para remodelar las leyes fundamentales de su país a su gusto y en beneficio propio.
África no ha avanzado, o ha avanzado muy poco desde el punto de vista del Estado de Derecho y de Bienestar. En democracia y libertades tampoco se registran pasos positivos. Las sucesivas crías económicas y sociales en África tienen una fácil explicación. Pensar que los pueblos van a aceptar que los regímenes tiránicos sigan confiscando su libertad es una apuesta muy arriesgada. Poco a poco, el declive del Estado de Derecho en los países africanos ha ido generado una inseguridad que explica la peligrosa inestabilidad permanente de los países africanos, una desgracia para esos pueblos. Para ayudar a los países africanos, hay que analizar en profundidad las causas y tratar de darles solución. África no quiere tiranos ni que esquilmen sus riquezas.
B. de la R:
Oumar Salaou Adebayo es Doctor en Medicina, neurocirujano, y miembro del MLGEIIIR (Movimiento para la Liberación de Guinea Ecuatorial III República).