El presidente francés, Emmanuel Macron, en una imagen tomada el pasado 18 de junio en Suresnes. — Gonzalo Fuentes / REUTERS

 

Internacional
Eugenio García Gascón (26/5/2022)
La crisis del Sáhara Occidental sirve para reubicar la posición de las dos grandes potencias europeas en el Magreb, que aprovechan el boicot argelino a Madrid para repartirse el botín.

No es ningún secreto que la política exterior europea es un desastre en todo lo tocante a la ocupación israelí, Irán y el norte de África, y que eso se debe a que Berlín y París anteponen sus parroquiales intereses nacionales a los del conjunto de Europa, dictando políticas claramente antieuropeas ante las que los restantes miembros de un Club cada día más en crisis tienen que callarse para no disgustar a los mandatarios alemanes y franceses.

Esto ha sido así desde tiempo inmemorial y va a continuar de esta manera mientras París y Berlín mantengan sus cínicas posiciones y obliguen a sus socios a pasar por el aro una y otra vez sin dar una explicación pública, aunque con un lenguaje no verbal claro y entendible. Un buen ejemplo de ello son los escabrosos movimientos que se observan en el Magreb desde hace algún tiempo y que hoy se hacen particularmente transparentes.

El grave error cometido por el presidente Pedro Sánchez con el Sáhara Occidental ha dado el disparo de salida para que otros países se apresten a ocupar el lugar de España. En las últimas semanas numerosas capitales europeas han empezado a tomar posiciones para repartirse el pastel argelino, y entre ellos, además de la vecina Roma, se encuentran Berlín y París, algo que no es mera casualidad.

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En lugar de ayudar al socio español a superar la crisis con Argelia, Alemania y Francia se han lanzado a la caza y captura de los contratos que hasta ahora tenían las empresas españolas, una indicación de que las dos grandes potencias aplican una política de buitres. Los mismos mandatarios que se desgañitan con toda clase de aspavientos cuando hablan públicamente de la unidad de Europa, en realidad aprovechan con descaro una crisis como la de España y Argelia.

Esta crisis evidencia que Europa anda por mal camino, y puede servir de advertencia no solo a los socios más débiles, sino también al eje París-Berlín de que sus ambiciones están sembrando minas en la construcción de una Europa que quizá sigue siendo necesaria, pero que si nos atenemos a cómo están cambiando las cosas, incluidas las legislativas francesas del fin de semana, es razonable pensar que al continente le esperan profundos cambios entre los que no hay que descartar un desmoronamiento.

No debe ignorarse que la caída de Europa interesa a grandes potencias como Rusia, EEUU o Israel, pero lo más grave en la ecuación es el cínico comportamiento de París y Berlín que no solo no fomenta una unidad europea progresista y solidaria sino que desbarata un sueño que ha durado algunas décadas pero que cada día que pasa es más borroso y precario.

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La crisis del Sáhara Occidental ha provocado un acercamiento de Alemania y Francia a Argelia, pero también cierto acercamiento, todavía demasiado vago, de España a Marruecos, un país que ha demostrado sólidamente, y lo sigue demostrando, que no es un socio fiable. Es como si Madrid hubiera visto que París y Berlín le están quitando los negocios en Argelia sin pestañear y procurara sustituirlos con negocios marroquíes.

El viernes, el presidente Emmanuel Macron telefoneó a su homólogo argelino Abdelmadjid Tebboune justamente para «desarrollar las relaciones» entre los dos países, se entiende que sobre todo será en el ámbito económico, dada la decisión de Argel de congelar las relaciones con España. Es una puñalada a Madrid pero responde de lleno al juego «supremacista» de París y Berlín que los demás estados europeos deben acatar sin protestar.

Argelia condiciona un acercamiento a Madrid a la salida de Pedro Sánchez de la Moncloa, algo que todavía tardará en producirse, de manera que Alemania, Francia e Italia cuentan con un precioso tiempo por delante para suplantar a las empresas españolas, y en eso están. Esta circunstancia revela que Europa anda por mal camino, especialmente ahora que los partidos más extremos de derecha e izquierda acaban de mostrar sus dientes en las elecciones francesas.

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París trata de llenar el hueco de España en Argelia justo cuando sus relaciones con Rabat son frías y las visitas de altos funcionarios franceses y marroquíes al otro país están congeladas desde hace tiempo. Macron no ha hablado telefónicamente con Mohammed VI desde hace casi un año, y el rey de Marruecos acaba de estar en París en visita privada sin reunirse con el presidente galo.

El interés de Marruecos
Esta coyuntura explica, según el diario Al Quds al Arabi, que Marruecos ande interesado en relanzar las relaciones con España. Considera que Francia no se ha ocupado de sus asuntos durante la presidencia de la UE en la primera mitad de 2022. Pero conviene insistir en que Rabat nunca ha sido un socio fiable y que sus políticas se han movido bruscamente de un lado a otro cuando lo ha considerado conveniente.

Una política europea unitaria probablemente habría evitado los problemas con Marruecos y Argelia, pero ni París ni Berlín han mostrado el menor interés en ello, sino que dirigen sus acciones en función del rendimiento económico nacional.

Pedro Sánchez parece haber tomado nota y está impulsando la cooperación con Marruecos, como se ve con la adquisición de gas natural en el mercado internacional que llega a Huelva antes de transportarse a Marruecos, que ha perdido el gas argelino también a causa del embrollo del Sáhara Occidental.

El contexto no invita al optimismo a corto, medio y largo plazo.

Al no existir ningún indicio de que París y Berlín quieran cambiar de dirección, y ante los negros nubarrones que se observan tras cada una de las elecciones europeas, lo más probable es todos los europeos pronto acaben pagando un elevado precio por las decisiones de Francia y Alemania.

Fuente: Público.