Sin Acritud…
Miguel Torres (28/5/2023)
Hace unos días, la semana pasada en concreto, todas las alarmas saltaban en nuestra querida España. Resulta que insultaron gravemente a un famoso jugador de fútbol del Real Madrid, millonario y negro. Algunos dicen -los entendidos en eso que llaman fútbol- que es  un personaje muy conflictivo y provocador en el terreno de juego. Parece ser que su superioridad técnica, física, además de regateos y demás, aparte de pertenecer a un importante club, le lleva a mostrar esa superioridad mofándose de sus rivales en el terreno de juego. Por lo pronto es un maleducado.

El domingo pasado, durante el transcurso de un partido del futbol entre el Real Madrid y el Valencia CF, Vinícius fue insultado, llamándole “mono” y “tonto”, algo con lo que, por supuesto, no estoy de acuerdo. Pero añado que, a pesar del revuelo que se ha organizado a nivel mundial, creo que fueron insultos leves comparados con los que se oyen habitualmente en los campos de fútbol españoles (e internacionales); insultos que enumeró y recordó en rueda de prensa su entrenador italiano, blanco, Carlo Anceloti.

Insultos similares se repiten jornada tras jornada en todos los campos de futbol, desde las categorías más bajas y a temprana edad, hasta en los más grandiosos estadios. Lamentable, pero es lo que hay.

La Policía Nacional ha detenido el martes pasado a tres personas (entre 18 y 21 años) por los insultos racistas que recibió Vinicius. Eso, además de sanciones al club valenciano.

Pero lo grave del asunto, según mi modesta opinión, es que en el caso que nos ocupa, fueron miles de energúmenos (bárbaros) los que insultaron al pobre-rico futbolista negro. Y hablando de pobres, recuerdo los vergonzosos episodios recurrentes de maltrato y vejaciones a jornaleros negros que laboran en los invernaderos de muchas localidades de España, entre ellas El Ejido; o los abusos sexuales y agresiones a las temporeras marroquíes de la fresa en Huelva; los continuos incendios intencionados de las chabolas donde malviven los jornaleros negros en Lepe, etc., etc.

Pero estos son negros pobres, no importa. Ellos están acostumbrados a vivir en chabolas de plástico, sin agua corriente ni electricidad y con deficiente alimentación y largas e interminables jornadas laborales. De Seguridad Social, en muchos casos, nada; de vacaciones, menos y de inspecciones de Trabajo escasas.

Volvamos al caso del pobre-rico futbolista negro que nos ha puesto contra el espejo, donde hemos visto reflejada una imagen racista de una parte de la sociedad española. Enorme descubrimiento aunque muchos dicen que esa imagen no es real, que los españoles no somos racistas, que el espejo miente como mentía el espejo de la madre de Cenicienta. Bueno, pues quizás no sea la sociedad española racista, pero es inmensamente hipócrita y cínica, porque todos hemos conocido los casos anteriormente citados y nadie movió un dedo en favor de esas mujeres y de esos pobres negros jornaleros.

Vinicius

Lo sucedido con Vinicius ha dado la vuelta al mundo. Ocasión que han aprovechado para cargar de nuevo contra España, contra los españoles. Pero, qué pasó cuando unos energúmenos tiraban monedas en plena Plaza Mayor de Madrid a un grupo de indigentes –creo que eran mujeres rumanas-, para que las recogieran, incluso las sugerían que hicieran flexiones. Y en ese ejercicio fueron más generosas, las tiraron billetitos de cinco euros. Pues no pasó nada. Esos bárbaros, desgraciados, estaban poniéndose morados a cerveza y divirtiéndose como si tiraran trozos de pan a unos canes. El suceso aconteció en España, creo que en 2016, pero los bárbaros eran del PSV Eindhoven, holandeses nada menos.

La entonces presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, dijo que se “sentía avergonzada”, ¡qué cojones, avergonzada! Debiera haber dicho que le daba vergüenza del comportamiento de esos ciudadanos holandeses. Ni más ni menos.

No quiero recordar, ¡Dios me libre!, de los muertos en batallas campales en campos de futbol iberoamericanos, incluso alguno que otro se fue de este mundo a consecuencia de un disparo o de un ahorcamiento.

Somos una sociedad racista, hipócrita y cínica, no nos importan nada las calamidades que puedan pasar –que pasan- los pobres negros, pobres magrebíes, pobres gitanos o gentes distintas, diferentes. No nos importa si mueren en el Mediterráneo intentando llegar a esta sociedad racista, pero nos ofendemos y nos ponemos exquisitos si le insultan a un futbolista negro millonario. Aplaudimos a rabiar a un cantaor flamenco gitano que vende miles de discos; hacemos tratos sin ningún rubor con Mohamed VI, el moro rico que tiene en la miseria a su pueblo en Marruecos. O con el dictador Teodoro Obiang Nguema que lleva más de 40 años sometiendo a una cruel dictadura a su pueblo.

Y lo peor de todo es que tenemos en nuestras instituciones un partido racista, xenófobo y supremacista blanco que dice barbaridades y azuza el odio contra estas gentes y además cada vez le votan más.

¿Somos o no racistas? No lo sé, pero hipócritas, sí.