Internacional
Xulio Ríos (28/6/2023)
La visita del secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, a China tiene como principal mérito el haber recuperado cierta normalidad en el diálogo bilateral, poniendo de manifiesto que hay un relativo potencial para el alivio de las tensiones.
También parece haber allanado el terreno y despejado algunas incógnitas a propósito del desempeño bilateral en algunas cumbres que se avecinan como la del G20 en India (en septiembre) o la de la APEC (en noviembre) en EEUU, que destacan en la agenda del segundo semestre del año. Esto supone garantías de que no se producirá una escenificación desastrosa como la exhibida en el reciente Diálogo de Shangri-La.
A buen seguro, de no haber habido avances, Xi Jinping no le hubiera dedicado a Blinken esos 35 minutos en el Gran Salón del Pueblo. El encuentro se anunció una hora antes de su inicio y fue el mejor indicador del resultado de la visita de Blinken. Para Xi, con una agenda interna pletórica de desafíos, también importa dar pasos en la dirección de desenredar la madeja con EEUU y, por extensión, con los países occidentales. En lo que sea posible.
Sin embargo, el diálogo militar seguirá en suspenso, probablemente en tanto no se solucione el problema de las sanciones al ministro de Defensa Li Shangfu, impuestas en su día por la compra de armamento ruso cuando era jefe de departamento de desarrollo de equipos en la Comisión Militar Central. Se trata de sanciones unilaterales ilegales, recuerdan en Beijing. Habida cuenta de la reiteración de incidentes por mar y aire y la evolución negativa en el contencioso de Taiwán, este diálogo debiera ser una de las prioridades, pero para Xi lo primero es retirar las sanciones. Lo contrario sería muy difícil de explicar.
En las reuniones mantenidas por Blinken, las autoridades chinas le transmitieron una clara exigencia de respeto a sus intereses centrales: soberanía e integridad territorial, sistema político, modelo de desarrollo…
El margen de compromiso de China en estas cuestiones es en extremo limitado, como lo revela el hecho de que ambas partes acordaron persistir en las consultas para concretar los “principios rectores” de la relación bilateral. Blinken recordó los “cinco no” del presidente Biden, abjurando de cualquier intención de recrear una nueva guerra fría, de buscar un conflicto con China, de querer cambiar su sistema, establecer alianzas contra China o apoyar la independencia de Taiwán. Xi, por su parte, reiteró a su interlocutor que China no busca desplazar o desafiar a EEUU y que aspira legítimamente a culminar su modernización y desarrollo.
La medida del acuerdo la dará no tanto ese tono semántico inmediato adaptado por ambas partes a los imperativos políticos y diplomáticos o los avances en cuestiones periféricas que puedan darse en las próximas semanas, con expectativas más bien modestas, como el cese efectivo de las recriminaciones y la moderación en las áreas de fricción.
Esto debiera ser suficiente para estabilizar los lazos, pero los hechos deben rubricar las palabras y no será fácil en un contexto en el que las divergencias de fondo siguen sin resolver.
En suma, muy poco se ha concretado. Pese a ello, se esperan señales en cooperación cultural o en las conexiones aéreas, como también en la cuestión del fentanilo, con la creación de un grupo de trabajo conjunto. Se abre un interregno hasta la devolución de la visita por parte del ministro Qin Gang. Habrá que esperar y ver.
Al plantear la necesidad de elegir entre diálogo o confrontación o entre cooperación y conflicto, la diplomacia china sugiere que si EEUU plantea una vía de dos direcciones encontradas, los tropiezos están asegurados. En la actual encrucijada, no habría holgura suficiente para optar por las dos cosas a la vez.
NOTA:
Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China
Fuente:
GLOBALTER.
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