Política y Amor

Sin Acritud…
Ángel Luis Martín (15/7/2024)
Relacionar amor con política es un dislate. Todo lo que puede relacionase con ella es lo no recomendable, lo peor.

De acuerdo: existe una idea noble, la polis, el trabajo muy meritorio por la comunidad, el deseo de progreso…

Aunque el vocablo progreso, hoy ya no sea el de antaño, cuando se iniciaba el gran despegue de la Ilustración y personajes como Benjamín Franklin, Jhon Adams, presidente de los USA, se hubieran quedado perplejos si algún “liberal”, como ellos se consideraban, dijera que el progreso era algo relativista.

Algo, incluso despectivo, en su acepción: “progre”.

El autodenominado liberal de nuestro presente, bien nutrido de la economía de Stuart Mill, en cambio desdeña el sentido de lo progresista y se aferra a lo inmóvil.

Más bien aparece, con la boina roja del tradicionalismo del carlismo. Extraña mezcla, que el decimonónico Baldomero Espartero, liberal progresista, vencedor militar del carlismo, no hubiera vacilado en definir como argucia digna del gran Maquiavelo, bobería o rotura de lógica racional.

Volvamos al amor y la política. Afirmemos con rotundidad que el amor, maravilla humana, es del todo irracional aunque haya estudios científicos sesudos que lo intenten racionalizar.

La política es poder, ya saben, la erótica del poder.

El amor y lo erótico suele estar relacionado. No hablamos del amor místico del anacoreta, liberado del instinto carnal.

Y el poder, se pongan como se pongan, es corrupto en sí.

Don Mihail Bakunin, acertó de pleno en esta cuestión aunque se confundiera en otras.

Al César, lo que es del César. Si el amor fuera aplicable a lo político, sería el aspecto sexual y erótico, determinante hasta extremos insospechados: sin duda, estaría basado en lo sádico, en la violencia, en la traición…Ya se dijo: poder y corrupción moral y económica. Joe Biden sueña, en forma de pesadilla, que le suceda en el cargo Donald Trump: ve, con pavoroso realismo, cómo se besa su sucesor con Vladimir Putin y termina la guerra de Ucrania.

Joe Biden, pese al deterioro que la edad conlleva y a sus comportamientos llamativos de ausencia mental, no es bobo.

Sabe que el beso bucal entre ellos no es amor porque él es un político profesional y por tanto, que la política y el amor son opuestos imposibles si se entiende el amor, como ternura, desprendimiento etc.

Joe Biden, aún introducido en su propia pesadilla, recobra la calma pero le viene una duda, una duda que siempre tuvo, como profesional:

Y sí la gente, algún día y de forma masiva, fuera racional y de la premisa cierta sobre la imposibilidad total de relacionar amor humano con política, infiriera que, entonces, lo que entendemos en el presente como política, es asocial, ajeno a lo auténticamente humano.

Joe Biden se despertó y dijo:

Eso nunca sucederá.


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