Sin Acritud…
Ángel Luis Martín (5/5/2024)
Los tres caminantes, Marco Aurelio, Epiceto y Friedich Nietzsche, iban caminando por la campiña. El escritor y explorador, Erling Kagge, hubiera constatado sus propias ideas, plasmadas en su muy recomendable libro, sobre la profundidad y las bondades tanto para el cuerpo como la mente, del simple caminar.
El título del libro, con total sobriedad: Caminar.
Marco Aurelio, con una escolta mínima y dispuesta a varios metros a su espalda, dada su condición de emperador de Roma, hablaba serenamente y con la bella voz que le caracterizaba:
– El objeto de la vida no es estar en el lado de la mayoría, sino escapar de formar parte de los insensatos. Rechaza tu sentido de prejuicio y el prejuicio, por sí solo, desaparecerá. No malgastes tu vida suponiendo sobre los demás. Todo lo que escuchamos es una opinión. Todo lo que vemos es una perspectiva pero no es la verdad. Así que guarda tu verdad para ti. El mundo no es más que una incesante transformación; la vida, opinión solamente.
Nietzsche levantó su mirada hacia las nubes, que se desplazaban a gran velocidad y comentó algo, en voz tan baja, que no se le pudo escuchar.
Epiceto tuvo la tentación de dar unas palmaditas en el hombro de Marco Aurelio pero se reprimió: con un emperador hay que guardar las formas.
– Hemos nacido para colaborar –proseguía Marco Aurelio– Obrar, pues, como adversarios los unos de los otros, es contrario a la naturaleza.
– Dígaselo a los liberales idólatras del Mercado- dijo Nietzsche.
– Si hiciera tal cosa, cometería el error de perder mi tiempo. Y además, por ser emperador, no necesito palabras sino actos –contestó Marco Aurelio.
Epiceto decidió cambiar de tema y pasó a referirse a las calumnias, los bulos y maledicencias que se enseñoreaban de las calles de las ciudades. Esa atroz característica de los humanos.
– La mentira necesita siempre complicidad -dijo. El poder, los poderosos y el populacho desvergonzado que se vende, sabiéndolo o sin saber, por interés o por supina ignorancia. Sé bastante de estas calamidades, amigo Epiceto, como puedes comprender –dijo Marco Aurelio.
Nietzsche asintió a las palabras del emperador y habló con esa pasión, incluso furiosa, que le hacía enrojecer y parpadear sin cesar:
– La política es el campo de trabajo de ciertas mentes mediocres. Un político divide a las personas en dos grupos: unos son enemigos y los otros simples instrumentos.
– Si los políticos son mediocres, como dices y estoy de acuerdo, me pregunto cómo han de ser todos los demás, que son meros instrumentos de ellos y pelean entre sí defendiendo como si la vida les fuera en ello y según sus curiosas preferencias, a esos políticos –dijo Marco Aurelio.
Nietzsche sonrió, señalo a las nubes y le contestó al emperador:
– Parece que amenaza tormenta.
– Ya me has contestado; eres un gran filósofo -dijo Marco Aurelio.
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