Partidos políticos y oligarquía

Sin Acritud…
A.L. Martín (27/4/2024)
La idea central es la oligarquía. Una minoría ejerce de facto el poder sobre la sociedad. Moisés Ostrogorsky (para más información, leer el artículo del señor Alberto Buela en este periódico) acierta plenamente cuando denuncia el funcionamiento de los partidos políticos como oligarquías burocratizadas, cuya finalidad es el acceso al gobierno y a los poderes del Estado -esto último es muy relativo porque persiste la idea de confundir gobierno y Estado-.

Evidentemente, los partidos políticos son agrupaciones humanas y por tanto sujetas a los consabidos defectos o taras: ambiciones personales, soberbias, egolatrías, corrupciones de todo tipo e incluso psicopatías más o menos desarrolladas.

Ostrogorsky no llega a afirmar la conveniencia de la desaparición de los partidos políticos y permanece en una especie de tierra de nadie, llena de buenas intenciones. Las posiciones moderadas, no radicales, gozan de la mejor prensa y de simpatías generalizadas. Los paños calientes, las compresas aplicadas a las hemorragias desbordantes, se aceptan como muestra inequívoca del buen pensar. En esto consiste la idea de limitar y controlar el funcionamiento de los partidos, manteniendo su existencia pero evitando la endogamia burócrata y su constitución en oligarquías que adulteran la democracia. Por supuesto, los remedios del señor Ostrogorsky en absoluto solucionan el problema. Es puro ensueño.

Curiosamente este idealismo juzga como idealistas, las posturas que apuestan por el bisturí y la amputación, cuando la gangrena ya es septicemia.

Los partidos políticos pueden tener un funcionamiento interno asambleario, una democracia interna directa que imposibilite en gran medida su transformación en oligarquías. No será el paraíso, seguirán existiendo seguidismos y manipulaciones. Pero, de todas formas, este sistema va a ser despreciado, calificado de nuevo, como utópico, por el buen y moderado pensar.

No hay nada, como una suave gasa, para taponar las hemorragias.

Y aparece, la enorme contradicción: se habla de partidos políticos oligárquicos pero se oculta, se hace desaparecer, como por arte de magia, la existencia de la poderosa oligarquía que todo lo engloba y domina. Debe tratarse de un fantasma que solo existe en las mentes radicales. Un ser, del que es mejor no hablar. Es conveniente. Hablemos de las partes, de partidos, pero omitamos el Todo: esa oligarquía que habita en los cielos y que es mejor no mencionar.

No se puede decir que la transformación del Estado en un ente meramente técnico y administrativo, supondría la inexistencia de partidos políticos.

La desaparición de la gran oligarquía hace posible la desaparición de los partidos oligárquicos.

Y entonces, hay que tener sumo cuidado en no sustituir una oligarquía por otra nueva.

Friedich Engels afirmaba que el Estado, tras un proceso postrevolucionario se extinguiría por sí mismo, conservando solo funciones administrativas. Errico Malatesta o Piotr Kropotkin, muy desconfiados, se decantaban por la destrucción inmediata del Estado, tal y como existe actualmente, hasta el último de sus cimientos.

No cabe duda que el problema de la oligarquización de los partidos, quedaría solucionado.


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