España
Esteban Cabal (20/12/2024)
Hace 59 años, el 17 de enero de 1966 un bombardero estratégico norteamericano B-52 colisionó con el avión nodriza de tipo KC-135 que lo abastecía de combustible, sobre el pueblo de Palomares, una pedanía de Cuevas del Almanzora (Almería). Esta maniobra era necesaria en el contexto de la guerra fría para mantener la capacidad de destrucción mutua asegurada (MAD, por sus siglas en inglés). Estos aviones permanecían volando de forma ininterrumpida para poder responder a un hipotético ataque preventivo de la URSS con un bombardeo nuclear suficiente para destrozar el país. De esta manera se mantenía una capacidad disuasoria.
Durante la maniobra de repostaje ambos aviones chocaron y se incendiaron. Cuatro de los siete miembros de la tripulación del B-52 pudieron saltar en paracaídas y los otros tres murieron, al igual que los cuatro miembros de la tripulación del avión nodriza. El avión B-52 portaba cuatro bombas termonucleares de un megatón cada una (una potencia destructiva equivalente a unas 70 veces la de Hiroshima y Nagasaki). Estas bombas cayeron al suelo sin estar armadas, por lo que no se produjo una explosión nuclear.
Una de las bombas cayó al mar, a unas cinco millas de la costa, otra vio su caída frenada por el paracaídas, pero las otras dos impactaron contra el suelo. Tras el impacto, explotó su explosivo convencional, desperdigando el plutonio que contenían por el suelo y en forma de aerosol, que acabó también por posarse en el suelo, incluso lejos de las zonas de impacto.
El ejército de EE UU estaba más preocupado por recuperar las bombas que por la descontaminación. Las labores de búsqueda de la bomba caída en el mar involucraron a 12.000 hombres durante tres meses. Finalmente la encontraron con la ayuda de un vecino, que la había visto caer.
El baño de Fraga
Como nota folclórica hay que consignar el baño de Fraga y del embajador norteamericano, con sus famosos meybas. Ellos debían saber que lo peligroso no era bañarse en el mar, que entonces no estaba contaminado, sino revolcarse en la arena de Palomares. El franquismo se aprovechó de la nota folclórica de Fraga para envolver en una cortina de humo los problemas que para la población y el medio ambiente suponía el suceso: no se evacuó a la población ni se la avisó del peligro a pesar de la radiactividad, no se les indemnizó ni se les instruyó sobre cómo deberían comportarse en el futuro.
En las operaciones de descontaminación, los militares norteamericanos se llevaron 1.500 toneladas de tierra, que se embarcaron y se depositaron en Aiken, al Sur de California. La descontaminación no fue completa, ni mucho menos, y además aquellos hombres excavaron trincheras, donde depositaron materiales a su vez contaminados que quedaron en Palomares.
Las autoridades norteamericanas hicieron firmar a los vecinos que renunciaban a cualquier reclamación. La Junta de Energía Nuclear colocó medidores de radiactividad y firmó un contrato con EE.UU. para realizar un seguimiento de la contaminación y sus efectos: era el conocido como Proyecto Indalo, que continuó hasta 2009 y cuyos resultados eran secretos. Desde aquel momento hasta el año 2004, los sucesivos gobiernos españoles no hicieron nada para que se descontaminara la zona, más preocupados por no molestar al amigo americano que por la salud de los habitantes de Palomares y por su desarrollo.
De hecho, estos gobiernos dejaron pasar varias negociaciones bilaterales claves para la política exterior de EE UU, en los que la limpieza de Palomares podría haberse puesto en un platillo de la balanza. En estos acuerdos España aparecía siempre en una posición subordinada y a menudo contaban con la oposición de importantes sectores de la población: desde los acuerdos de construcción y uso de las bases americanas, pasando por su uso limitado tras el referéndum de la OTAN, o las dos guerras de Irak, hasta el acuerdo del escudo antimisiles o el uso de la base de Morón.
El tiempo empeora la situación porque, por un lado, la contaminación se ha ido extendiendo y dispersando en la zona y, por otro, parte del plutonio se convierte en americio, que es más radiotóxico y peligroso. Por otra parte, el proyecto Indalo garantizaba que unos centenares de personas se analizarán cada año en las instalaciones de la JEN, luego Ciemat, para ver si estaban o no contaminadas.
No es difícil imaginar la tensión que sufren esperando los resultados de los análisis y la desesperación que sentían aquellos a quienes el análisis daba positivo. Asimismo, la contaminación de Palomares ha supuesto siempre una rémora en el desarrollo de la zona y ha impedido vender sus productos agrícolas o ganaderos.
Existen en el mundo unos 40 casos de Flecha Rota, tal como se conocen los accidentes con bombas nucleares que no se producen durante enfrentamientos bélicos. El caso de Palomares fue el más grave y peligroso de todos.
NOTA:
Extracto del libro “Historia gráfica de la contracultura”.
Mandala ediciones. www.mandalaediciones.com
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Bomba de Palomares, Bombardero B-52, Destrucción Mutua Asegurada, Estados Unidos, guerra fria, Junta de Energía Nuclear, Manuel Fraga