obamaLuciano Anzelini (21/7/2009)
TRINIDAD Y TOBAGO: LA PRIMERA SEÑAL
LA V CUMBRE DE LAS AMÉRICAS
, celebrada en Trinidad y Tobago, representa un punto de inflexión en las relaciones interamericanas. Simboliza el final de una época y el inicio de una nueva etapa de mayor diálogo y cooperación a nivel hemisférico. En este contexto, y más allá del amplio abanico de cuestiones que nutrieron la agenda formal del encuentro -comercio, crisis global, energía, narcotráfico y aportes a los organismos multilaterales de crédito-, lo decisivo en el encuentro de Puerto España estuvo en el plano de la política.

Un dato importante -aunque muchas veces desatendido sobre la relación Estados Unidos-América Latina durante la administración Obama– es que lo que se percibe como «nuevo» de su gestión, en realidad, no es un rasgo «tan nuevo» en la política de Washington hacia la región. ¿A qué me refiero? En esencia, al hecho de que si bien el «sello Obama» parece ser fundacional en todo lo que impregna, en la Cumbre de las Américas el presidente estadounidense no hizo sino respaldar -y convertir en su propia política hacia la región- la estrategia del subsecretario de Asuntos Hemisféricos, Thomas Shannon.

En este sentido, Tom Shannon -quien a partir de agosto será embajador ante Brasil- es el responsable de haber apartado a Washington de su retrógrada obsesión por Cuba y de desplegar una diplomacia sofisticada con Chávez y el bloque de países bajo su égida. Como afirma Abraham Lowenthal, experto de la Universidad de Southern California y presidente fundador del Inter-American Dialogue: «Shannon representa la ruptura del gobierno de Bush con relación a la preocupación sobre Cuba y Centroamérica que se venía arrastrando desde la Guerra Fría (…) No es la política de Bush, sino la de un funcionario de carrera, el subsecretario más capaz y efectivo de los últimos veinte años» (Página 12, 15/03/2009).

Asimismo, y a contramano de cierta «Obamamanía» que cree ver una radicalidad transformadora en todos los actos del primer mandatario estadounidense, es plausible afirmar que Obama no prestará a la región más atención de la que le han concedido sus predecesores. La diferencia -que su seductor y no confrontativo estilo viene a confirmar- estará dada por la calidad de esa mirada hacia el Sur. Como agrega el propio Lowenthal: «Creo que el nivel de atención ha sido constante desde los tiempos de Kennedy. Clinton no le prestó más atención a la región que Bush padre o Bush hijo. Lo que varía es la calidad de la atención y creo que mejorando la calidad se puede obtener un impacto muy grande».

«Todavía queda mucho camino que desandar para el levantamiento del embargo que Washington mantiene sobre La Habana -y que Estados Unidos condiciona a avances en materia de derechos humanos y apertura democrática en la isla-, pero las señales de cambio son evidentes.»

ZONAS CLAVE
En lo que respecta a lo que dejó la reunión de Trinidad y Tobago, dos cuestiones adicionales adquieren especial significación. En primer lugar, la V Cumbre de las Américas encarna la defunción de la denominada Doctrina Monroe en lo concerniente a América del Sur. Con una diversificación por parte de esta última en sus relaciones con otras potencias y mercados -el avance de China y la proyección de Rusia resultan elocuentes en este sentido-, Estados Unidos slula-da-silvae ha retraído de la subregión y se ha enfocado en el bloque integrado funcionalmente a su geografía (México, América Central y el Caribe).

Se hace patente, de este modo, una fractura analítica entre una América Latina del Norte -cuya vinculación funcional con Estados Unidos se completó con el CAFTA-DR (Acuerdo de Libre Comercio de América Central y la República Dominicana)- y una América Latina del Sur, en donde Obama cuenta con la inestimable intermediación brasileña.

Desde luego, esto no significa -ni mucho menos- que Washington haya perdido toda influencia al sur de la línea del Ecuador, en especial en lo que atañe a Colombia y Venezuela. Con respecto a Caracas, y en línea con la estrategia de Shannon, se presume que el gobierno de Obama bajará el perfil, no contestará las diatribas de Chávez y buscará nichos de cooperación para cimentar poco a poco una relación más constructiva. Sin embargo, para el resto de los asuntos -y aun para algunas cuestiones asociadas al proceso «bolivariano»- el mandatario estadounidense ha decidido delegar en un actor confiable (Brasil) los asuntos de una geografía de la que Washington se ha retraído sustancialmente en las últimas dos décadas.

EL FIN DE LA PARANOIA SOBRE CUBA
Finalmente, la Cumbre vino a explicitar la voluntad de Obama de acabar con los vestigios de la Guerra Fría en la relación con Cuba. Por primera vez en 50 años, Estados Unidos dio marcha atrás con su histórica disciplina anticastrista -sólo atenuada durante el gobierno de Jimmy Carter– y dispuso relacionarse con Cuba en una línea similar a la trazada con otras transiciones post-comunistas, como China o Vietnam.

Obama ha sentado las bases para una estrategia de reconciliación nacional entre los cubanos de la isla y los residentes en Estados Unidos. El objetivo principal de tal estrategia es que las remesas de los «cubano-norteamericanos» -que hoy pueden ser definidas básicamente como dádivas unilaterales- se conviertan, en el mediano plazo, en inversiones y emprendimientos productivos en la isla. A tal fin apuntan las tres medidas que adoptó el presidente estadounidense en los días inmediatamente anteriores a la Cumbre:

1) la eliminación de todas las restricciones a los viajes de la comunidad cubano-norteamericana a la isla;
2) la supresión de topes y restricciones en el envío de remesas;
3) el ofrecimiento de integrar el sistema de telecomunicaciones cubano al estadounidense, con sus efectos a nivel de interconexión global.

Todavía queda mucho camino que desandar para el levantamiento del embargo que Washington mantiene sobre La Habana -y que Estados Unidos condiciona a avances en materia de derechos humanos y apertura democrática en la isla-, pero las señales de cambio son evidentes.

HONDURAS: EL OTRO SÍMBOLO DEL CAMBIO
Honduras se ha convertido, por esas paradojas del destino, en el epicentro de los otros dos acontecimientos que certifican el «momento bisagra» en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. A principios de junio, en San Pedro Sula -segunda ciudad de ese país centroamericano- el gobierno de Barack Obama completó los gestos de apertura que ya había manifestado hacia Cuba durante la Cumbre de las Américas, ofreciendo la mayor señal en cinco décdaniel-ortega-y-hugo-chavezadas hacia el régimen de La Habana: su apoyo a la histórica resolución de la OEA que dejó sin efecto la expulsión de Cuba de la organización en 1962.

«En este contexto, cabe esperar que los cambios operados en la relación de Washington con América Latina -pergeñados desde el fin de la administración G. W. Bush por el subsecretario de Asuntos Hemisféricos, Thomas Shannon, y adoptados por Barack Obama– continúen profundizándose en los próximos años.»

También en Honduras, y sin que hubiera pasado un mes desde aquel histórico acontecimiento, un golpe de Estado perpetrado contra el presidente constitucional, Manuel Zelaya, vino a certificar la «vuelta de página» en las relaciones interamericanas. Lejos de los años de la Guerra Fría, cuando Washington apoyaba abiertamente a dictadores en su «patio trasero» -y lejos también del velado apoyo de George W. Bush a la intentona golpista en Venezuela en abril de 2002-, la administración Obama ha condenado el golpe sin atenuantes y cancelado transitoriamente la cooperación militar (muy atrás han quedado los años en que el Pentágono entrenaba militares golpistas en la Escuela de las Américas). Asimismo, la influencia norteamericana fue decisiva en la disposición de los organismos multilaterales de suspender toda entrega de dinero hasta tanto Zelaya no sea repuesto en el cargo y la democracia restablecida en Honduras.

Finalmente, un párrafo para América del Sur en lo relacionado con el entuerto hondureño. En línea con lo señalado más arriba -aquello del papel de Brasil como delegado confiable de Washington en su «periferia sudamericana»-, no resulta sorprendente cuál ha sido la reacción de Lula frente a lo ocurrido en Honduras. El gobierno brasileño condenó el golpe, retiró a su embajador y suspendió todos los programas de ayuda a Tegucigalpa. Pero decidió, al mismo tiempo, no involucrarse directamente en el desenlace de los acontecimientos. Esta toma de distancia tiene que ver con una natural «división del trabajo» con Washington. Lula entiende, con realismo, que su influencia no alcanza a América Central.

EL ESCENARIO HEMISFÉRICO EN EL FUTURO CERCANO
En este contexto, cabe esperar que los cambios operados en la relación de Washington con América Latina -pergeñados desde el fin de la administración G. W. Bush por el subsecretario de Asuntos Hemisféricos, Thomas Shannon, y adoptados por Barack Obama– continúen profundizándose en los próximos años.

Estados Unidos depende hoy más que nunca de América Latina. Temas neurálgicos de su agenda, como el narcotráfico, están íntimamente relacionados con lo que ocurre en su primera y segunda periferias (México, América Central y el Caribe; Colombia y la zona andina). Paralelamente, asuntos vitales como el peso del creciente electorado hispano en la política doméstica, la provisión de energía desde la región y la contribución de América Latina en lo que hace a la lucha contra el terrorismo transnacional y la proliferación nuclear, se hallan en el centro del radar estadounidense.

Por último, cabe señalar que esta creciente interdependencia de Estados Unidos y América Latina -mediada por las políticas de Tom Shannon (cuya línea sería deseable que continuara su sucesor, el chileno-norteamericano, Arturo Valenzuela)- tendrá lugar en un escenario con cuatro prioridades estratégicas para Washington:

1) el bloque México, América Central y el Caribe;
2) Brasil;
3) la región andina;
4) Cuba

De la haluciano-anzelini1bilidad y el fundando trabajo diplomático que despliegue el gobierno de Barack Obama dependerá, en gran medida, la continuidad de los avances alcanzados en este auspicioso primer semestre en las relaciones interamericanas.

N. de la R.
Luciano Anzelini
es Licenciado en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y Máster en Estudios Internacionales por la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT). Es docente e investigador de la UBA y ha sido becario de la Fundación Ford de los Estados Unidos y de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica en proyectos de investigación sobre las relaciones Estados Unidos-América Latina. Además es consultor en un programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y como analista internacional en diversos medios.
Este artículo se publica gracias a la gentileza del autor y de Safe Democracy.