Aristarco (5/3/2008)
Felipe González, ya sin necesidad de que le pinten canas en las patillas, con más kilos y más dioptrías, se incorporó a la campaña electoral. No se sabe si para bien o para mal de Zapatero.

¿Pero es que González sigue siendo socialista, si es que lo fue algún día? Uno creía que ya habría abjurado, incluso formalmente. Desde luego, se entendía que lo había hecho de facto.

¿No basta con elegir libremente, desde el status de expresidente del Gobierno -que solventa cualquier necesidad de futuro– entrar al servicio del hombre más rico del mundo, para deducir que se reniega del socialismo? Resulta insólito que un militante de izquierdas opte por ser el abrepuertas de Carlos Slim para que el sirio-libanés de México haga grandes negocios por Hispanoamérica, Marruecos, Irán, etc., etc.

Felipe González evidencia una tendencia incoercible por el vil metal. Si aún no queda claro, recordemos que, en sus ratos libres, practica el hobby manual de hacer joyas. Su imperativo vital no parece que sean los famélicos del Tercer Mundo, sino las plusvalías, si se tercia a costa de esos mismos hambrientos.

Lo peor de todo, sin embargo, no es él, dando mítines de campaña, sino los afiliados del PSOE, jaleándole, mientras Slim le ha dado unas cortas vacaciones. Claro, si el presidente del futuro gobierno español sigue siéndole favorable, mejor que mejor, de cara al porvenir.

Felipe González
empezó la legislatura poniendo a caldo a Zapatero; pero, luego, según aseguran observadores internacionales, mediante los buenos oficios de Trinidad Jiménez, situada en la órbita iberoamericana, cambiaron la tornas y llegó la aproximación.

Facilitó las cosas el hecho de que, si Felipe González no presenta síntomas de socialista, Zapatero tampoco.

La horquilla de remuneraciones entre los obreros y los ejecutivos cada vez se abre más, mientras crecen los beneficios de la banca y las multinacionales. Sólo se recomienda y se frena la subida de los salarios, porque se consideran la clave de la inflación, ¡Vade retro!. Subir mucho a minorías, no descabala; lo que horroriza a estos socialistas nominales es subir a las mayorías, aunque sea poco.

¿Qué fue, a todo esto, de otros adláteres de González?. Boyer, que rompió diques de los alquileres, que protegían a los inquilinos, pasó al mundo empresarial de las Koplowitz. Luís Solana recaló en la telefonía, incluidas las líneas eróticas. Carlos Solchaga se enroló con medios de comunicación social del Opus. Javier Solana hizo piruetas desde las manifestaciones contra la OTAN, en Torrejón de Ardoz, hasta el pilotaje de la misma organización defensiva-ofensiva y, desde luego, capitalista; Narcís Serra encabeza la segunda Caixa catalana.

¿Es que no hubo socialistas auténticos? Por supuesto; pero Luís Gómez Llorente se alejó hacia su profesión pedagógica, con la corriente Izquierda Socialista; y Pablo Castellano fue expulsado del PSOE. Ahora el veterano socialista andaluz Alfonso Lazo recomienda no votar a Zapatero, lo mismo que hace en Madrid su antiguo mentor, escaldado después de haberle conocido de cerca: José Luís Balbás. Y la combativa Rosa Díez ha montado un partido extramuros de la organización que maneja el talludo alumno de Derecho, José Blanco (“Pepiño”).

¿Qué diría Pablo Iglesias, trabajador de las Artes Gráficas, puritano y fundador del Partido Socialista Obrero Español, si contemplara los derroteros seguidos por González y Zapatero?. Probablemente sentiría espanto. De poco le valdría la explicación de adaptarse a los tiempos. En los genes del PSOE no figuraba la formación de guías de capitalistas, de aficionados a la joyas, ni el sustituir las reivindicaciones socioeconómicas de los trabajadores, por matrimoniar –eso sí, gratis et amore– a personas del mismo sexo. Pues, ¡hala!, a buscar otra denominación, porque de Socialista y de Obrero, nada. Y de Español, menos aún si cabe.