España/Economía
Manuel Funes Robert (27/6/2011)zapatero-y-salgado
No he visto nunca en la bibliografía citada por los economistas de nuestro tiempo alusión alguna al  «Discurso del método en la investigación de las ciencias», la obra cumbre de Descartes. El método de acceso al análisis de los problemas determina con frecuencia el acierto o fracaso de dicho análisis. Los economistas de nuestra era viven aficionados a lo cuantitativo y matemático por un lado, y a las relaciones lineales por otro.

En cuanto a lo primero han creado una segunda ciencia apoyada en las realidades medibles, que son las que caen bajo la esfera de las matemáticas, sin reflexionar que las variables decisivas no son medibles, sino simplemente ordenables: la utilidad, el riesgo, las expectativas, son las fuerzas que en última instancia dominan y determinan el movimiento de la economía. Pero su magnitud escapa a las estadísticas y a las ecuaciones. En las relaciones circulares cualquier punto de partida es origen y destino al revés que en la línea recta.

La mente, al reflexionar se encuentra más cómoda proyectándose sobre relaciones lineales que sobre relaciones circulares. La flexibilidad laboral y el nivel de empleo son relaciones que pueden verse según la circunstancias como causas y como efectos. La flexibilidad laboral incorporada a un programa económico puede crear o destruir nivel de empleo. En época de crisis la flexibilidad que alivia al empresario aislado se convierte en su enemiga si la misma se concede simultáneamente a todos, pues debido al juego cruzado de los despidos, los empresarios se privan de clientes los unos a los otros, creyendo que se liberan de cargas. En épocas de auge general puede seguirse el proceso contrario, en cuanto la flexibilidad puede determinar un incremento general de ofertas de trabajo. Siendo el efecto o la causa consecuencias de situaciones variables o complejas, no es fácil decidirse con rigor por más o por menos flexibilidad. Pero en el tema de la flexibilidad nunca se paran mientes en la precariedad intrínseca unida a la función empresarial.

Al empresario se le impone por ley que garantice la seguridad del asalariado apoyándose en la inseguridad propia, los compromisos legalmente asumidos se hacen posibles o imposibles según sea el resultado de la empresa, absolutamente abandonados a las leyes del mercado y a las de su propia iniciativa y visión. Esta asimetría justifica en mi opinión el beneficio con más vigor doctrinal que el premio a la satisfacción de la necesidad a que se contrae su actividad. Tiene además que ofrecer y prometer lo que sólo puede cumplir si su anuncio tiene éxito, pues del beneficio depende la realidad de la promesa y el beneficio o resultado depende del éxito del anuncio.

Pero al empresario hay que darle también «su discurso sobre el método». Cuando todos piden lo mismo o cuando todos se oponen a lo mismo se están equivocando. La simultaneidad esconde la realidad de que todos y cada uno de los empresarios piden  o rechazan única y exclusivamente contando y calculando que lo que piden o niegan se les va a dar a él solo y se le niega a todos los demás. Tanto en un caso como en otro, la petición o rechazo se hace contando con que los ingresos o ventas van a ser los mismos y esto es lo que resulta falso al convertir en masivas las peticiones individuales. La generalización con la que no se cuenta al pedir o rechazar altera las bases del cálculo, que son la permanencia de los ingresos, que dependen de que lo que se pida o rechace no se le de o no se le rechace a ninguno de los demás. Es una buena lección de método, tanto para economistas como para empresarios.