Pedro Sánchez y Antonio Miguel Carmona
Pedro Sánchez y Antonio Miguel Carmona

España
José Luis Heras Celemín (11/2/2015)
Y Ruy González de Clavijo, el embajador que fue a ver a un mongol para guerrear contra los turcos.

La mañana en Madrid, fría, era soleada. Los jardineros municipales colocaban flores que sacaban de unos tiestos y las hundían en los canteros del Paseo de la Castellana.

A la vez, la grey política ponía sus tiestos y hundía curiosidades y aspiraciones, políticas y no florales, en dos eventos: El desayuno Informativo de Europa Press, en el hotel Villa Magna. Y la tribuna política de Fórum Europa en el Hotel Ritz.

En el primero, dos ministros, Catalá, de Justicia, y Ana Pastor, de Fomento, comparecían ante los medios para adornar el panorama con los logros del Gobierno del PP. Se esperaba que Catalá, presentando a Pastor, abriera espacio y que la ministra relatara un ejercicio ministerial notable con notas almibaradas (La privatización de AENA, la entrada de un operador ferroviario privado para competir con RENFE, las ampliaciones y resultados del AVE…), algunas justificaciones (La Intervención del ministerio en la obra del Canal de Panamá, la adquisición por el Estado de las autopistas deficitarias…), e incluso alguna pregunta comprometida sobre las “quitas” en la toma de autopistas: ¿Por qué el Estado ha de hacerse cargo de los fracasos de empresarios privados? .

Los ministros del Gobierno de Rajoy, como casi todo lo que hay alrededor del gallego, parecían previsibles. Por eso, una buena parte de la prensa se fue al Ritz, a ver la comparecencia de Carmona, el candidato a alcalde de Madrid, al que presentaba el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, en lo que tenía todos los visos de ser un importante acto preelectoral.

En el Ritz, además de morbo, había interés. Y mucho. Por conocer cómo está el PSOE actual y por saber quiénes iban a acompañar al pretendiente de la alcaldía de Madrid.

El acompañamiento, orquestado para arropar al candidato, se advirtió con una mirada a la mesa principal: Zapatero (esquinado con Pedro Sánchez), Carme Chacón y Tomás Gómez (con el ceño fruncido) Bono, Leguina, Elena Salgado, Trinidad Jiménez, Jesús Caldera, Muñoz Molina y Carmen Alborch (con cara de circunstancias todos) y los tranquilos: Simancas, Juan Luis Gordo, López Garrido, Cándido Méndez, Barrero López y Enrique Cerezo.

En la presentación, Pedro Sánchez definió a Carmona como un político que “va a la gente”. Después aprovechó el momento, y las once cámaras de televisión que tomaban planos, para anunciar el compromiso socialista de modificar la Reforma Laboral y hacer un nuevo Estatuto de los Trabajadores. De cara al presentado, y al acto, dijo confiar en “Recuperar el Ayuntamiento de Madrid para reconquistar lo robado por la derecha” y, también, para decir que los socialistas, en política, deben ir “tres pasos por delante de la ley”.

No lo tenía fácil Carmona a la hora de empezar a hablar como candidato a la alcaldía de Madrid. Puede que fuera la razón por la que el simpático Antonio Miguel Carmona echó mano de Clavijo, el embajador Ruy González de Clavijo que, en el Siglo XV y enviado por el rey de Castilla, fue a ver a un mongol para guerrear contra los turcos. 

“¿Qué pinta Clavijo aquí?”, se preguntó alguien en una de las mesas del centro, cuando Carmona recordaba un viaje con Carmelo Encinas por Madrid.

Después, ya en el rol de candidato, siguió con algunas frases, hiladas sin mucho hilo: Quieren deshacer Madrid. El disolvente de la nación es la corrupción política. Soy un nacionalista español. De la Constitución sólo reformaría el artículo en negrita. El PP no tiene candidato. Madrid es mujer libre, como las mujeres libres. Hay que ordenar las finanzas, bajar el IBI, dar dignidad a los 29.000 empleados públicos. Crear una Oficina antifraude. Expropiar temporalmente las viviendas vacías. Hacer desaparecer los fondos buitres que van a la caza de pisos baratos. Hay que crear una red de escuelas de gestión pública para niños. Y duplicar el número de turistas que vistan la capital y sus museos.

Mezclándolo con lo anterior, incluso salpimentándolo, expuso algunas ideas que sonaron a cargas de profundidad electorales: “No me parece bien que (Esperanza Aguirre) se humille para ser candidata. En Madrid, no hacen falta cazatalentos de delincuentes”. No diré nada contra Ana Botella, porque como alcaldesa de Madrid merece un respeto. Yo pongo las manos en el fuego por todos los compañeros, y “pongo las dos manos en el fuego por Tomás Gómez”. El PSOE significa el cambio tranquilo frente a los que quieren que todo permanezca igual o los que pretenden disolver las instituciones. “Sólo a Forres Gump se le ocurriría no pagar la deuda (del Estado) cuando los tipos de interés están casi al cero por ciento”. “¿tic–tac?” (Pronunció la frase de Podemos sin citarlo) “Nosotros tenemos un proyecto colectivo. Nosotros vamos pim-pam: propuesta. Otros se quedan parados, tic-tac, esperando”. “Esa es la diferencia entre los de izquierdas y los que no saben lo que son”.

José Luis Heras Celemín
José Luis Heras Celemín

En el turno de preguntas, lo hicieron sobre: La Operación Chamartín (no sabe cómo se está haciendo). Sus conversaciones con el arzobispo Osoro y el cardenal Rouco (afable y realizada con el primero y pendiente con el segundo). El comportamiento de Monedero (hay que cumplir la Ley General Tributaria). La financiación de Podemos (No conoce). Los corruptos del PSOE (que le hacen más daño que los de otros partidos). Renovación de los concejales socialistas de Madrid (los conservará a todos). Y sobre si el alcalde de Madrid debe ser el más votado (No tiene por qué ser así).

Al salir, ante la parada del Bus, un pintor, brocha en ristre y sobre una escalera, daba cola en un cristal para pegar un cartel. Un compañero echó mano a la escalera.

“Como le quite la escalera se va a quedar en el aire y colgado de la brocha”.– dijo un periodista a otro. 

“Y no hay un Clavijo a mano”

En el aire flotaba algo: la sagacidad de quien había dejado a Carmona, como candidato a la alcaldía de Madrid, recordando a Ruy González de Clavijo y colgado de una brocha.