Alberto Montero
Alberto Montero

Sin Acritud…
Alberto Montero Soler (15/2/2008)
El reciente artículo de Heinz Dieterich, “Política económica y discursiva suicida del gobierno venezolano Política económica y discursiva suicida del gobierno venezolano”, sobre la situación de la economía de ese país y, más específicamente, sobre el problema de su elevada tasa de inflación y los problemas de desabastecimiento existentes no ha podido menos que causarme sorpresa por diferentes motivos que iré desgranando a lo largo de este texto.

De entrada, quisiera advertir que coincido con él en determinados aspectos que señala en su artículo pero que no van más allá de lo meramente descriptivo: el nombramiento de ministros improvisados y con escasa formación específica para carteras importantes (a lo que añadiría la alta rotación que viene produciéndose en esos ministerios con lo que ello implica en términos de falta de continuidad de los proyectos emprendidos); la superficialidad y carácter errático del discurso económico oficial (producto, a su vez, de la falta de formación económica de los ministros del ramo); o la tremenda facilidad que tienen para echar la culpa de la ineficiencia de su gestión a tramas conspirativas, que no digo que no existan, pero contra las que tienen todos los instrumentos para perseguir o, en su defecto, contrarrestar.

Pero, aun compartiendo esas posiciones comunes –sería difícil no hacerlo-, cuando Dieterich abandona lo descriptivo y entra a lo estrictamente analítico es cuando los puntos de discrepancia se tornan radicales. Y sería difícil que no lo fueran si se tiene en cuenta la superficialidad de su planteamiento y el hecho de que el instrumental analítico que utiliza se inserte en el convencionalismo económico más ortodoxo y monetarista.

Inflación y desabastecimiento en Venezuela a la luz de Dieterich

Bajo el pretencioso título de “Inflación y desabastecimiento a la luz de la ciencia económica”, Dieterich trata de ofrecer su versión de los principales –que no los únicos- problemas de la economía venezolana recubriéndola de un halo de cientifismo como si la que ofrece fuera la única explicación posible.

Así, según Dieterich, la forma más sencilla para que el “ciudadano no-economista” (¿se incluirá entre ellos?) entienda el problema de la inflación y “se libere de mistificaciones” es mediante la llamada ecuación cuantitativa de la teoría cuantitativa del dinero.

Según esa teoría, la inflación viene provocada por un exceso en la cantidad de dinero en circulación en relación con la cantidad de producto existente. Ese exceso de dinero, ante una oferta de productos constante, se traduce en una presión sobre los precios que acaba elevándolos y, con ello, generando inflación.

La inflación venezolana estaría provocada, entonces, por el incremento de la liquidez monetaria en la economía. Es más, en su artículo Dieterich descarta explícitamente que pudiera estar generada por el aumento de los precios internacionales de los productos (inflación importada) o por un boicot económico (desabastecimiento provocado o contrabando de extracción). Sobre otras posibles causas no dice nada, así que deberíamos entender que también las estará descartando o que, sencillamente, las desconoce.

Siguiendo con su planteamiento, el alemán destaca que la inyección de liquidez en la economía se produjo como consecuencia de que el gobierno recurrió a esa receta porque 2006 y 2007 fueron años electorales pero que, sin embargo, para 2008 -que también lo será- esa receta es disfuncional e insostenible.

Por otro lado, y en relación con el problema del desabastecimiento, Dieterich señala que éste se explica porque los precios de venta (administrados por el Estado para los rubros básicos de la canasta alimentaria) no cubren los costes y, por lo tanto, desincentivan la producción. Y, al mismo tiempo, porque lo reducido de dichos precios estimula el contrabando hacia Colombia o el mercado negro (aunque en este segundo caso habría que matizar que no existiría un problema de desabastecimiento sino de venta por encima de los precios regulados).

¿Se ha vuelto Dieterich monetarista?
Pues bien, con esa explicación del fenómeno inflacionista en Venezuela, Dieterich se da por satisfecho y contrapone, soberbiamente, el rigor científico de su planteamiento al del gobierno venezolano que, en su opinión, se niega a “explicar científicamente la realidad a los ciudadanos”.

Puedo coincidir también con él en que el gobierno venezolano no está acertando ni en la diagnosis ni en la explicación mediática ni en las políticas económicas (si es que se ha emprendido alguna) contra la inflación. Pero en lo que no puedo estar de acuerdo ni por asomo con Dieterich es en el diagnóstico que realiza de la inflación y en las recetas de política económica que propone para solucionarla. Veamos por qué.

En primer lugar, y por principios, no puedo coincidir con alguien que mantiene una teoría monetaria, la teoría cuantitativa, que se encuentra en la base de toda la economía neoclásica, la que, a su vez, constituye la base de toda la política económica neoliberal. Es más, la teoría cuantitativa del dinero es, con algunas modificaciones, el fundamento de toda la teoría monetarista que impulsó Milton Friedman y que refuerza aún más si cabe, en la órbita monetaria, a las políticas neoliberales.

Pero esto, que es una cuestión de principios, se complementa con el hecho de que la teoría cuantitativa del dinero, como cualquier estudiante de economía sabe o debería saber, no es una explicación en sí misma de la inflación sino una mera tautología que no aclara nada sobre las razones de ese fenómeno. Es más, es una tautología que trata de ceñir el fenómeno inflacionista a explicaciones de carácter exclusivamente monetario, obviando otros factores económicos de naturaleza real y, lo que es más grave, sus determinantes políticos y sociales.

En efecto, la ecuación de cambios de la economía cuantitativa lo único que nos dice es que el dinero pagado por los compradores siempre es igual al cobrado por los vendedores. Pura tautología que encierra una modesta verdad que es cierta en sus líneas generales pero que, en sí misma, se detiene en el punto en el que debería comenzar a ofrecer explicaciones.

Expliquemos esto utilizando la misma metáfora que usaba José Luis Sampedro en su libro, ya clásico, sobre la inflación.

Así, el lector debe imaginar que el alcalde de una ciudad afectada por frecuentes riadas llama a un técnico al que le encomienda la solución del problema. Al cabo de algún tiempo, el técnico se le presenta provisto de considerables estadísticas y, por toda solución, le dice lo siguiente: “Señor alcalde, la única manera de controlar la riada es reducir la tasa de crecimiento de la cantidad de agua. No conozco ninguna riada en la historia que no haya ido acompañada de un rápido crecimiento en la cantidad de agua”.

Con esto qué quiero decir. Pues, básicamente, que afirmar que la inflación se produce por un exceso de dinero en relación con la cantidad de mercancías existente es como decir que las riadas se producen por un exceso de caudal hídrico en relación con el cauce disponible. Es decir, una perogrullada.

Pero, evidentemente, la explicación de Dieterich no se podía mantener en ese nivel y, como ya se ha apuntado más arriba, acaba atribuyendo el incremento en la cantidad de dinero en circulación a la irresponsabilidad del gobierno venezolano que, en periodos electorales, inyecta masivamente liquidez en la economía. Algo que, por otra parte, disculpa señalando que “es normal para cualquier gobierno” y que, en algunos casos (como en el venezolano), se acompaña de control de precios de los bienes y servicios básicos.

Lo que sorprende es que, sustentando su explicación sobre la teoría cuantitativa del dinero, a continuación diga que “esta receta fue posible para el año electoral 2006 y el año electoral 2007; pero, en esa forma, es disfuncional e insostenible para el año electoral 2008”.

Y sorprende porque si ese es el “comportamiento normal para cualquier gobierno” en época electoral, en Venezuela desde que gobierna Chávez ha habido procesos electorales en 1999, 2000, 2004 y 2005, además de los ya referidos de 2006 y 2007. ¿Por qué durante esos periodos, y exceptuando por razones evidentes el repunte de precios que se produce como consecuencia del paro petrolero, la tendencia de la inflación era descendente y no al alza como ocurre ahora? Si ese fuera el “comportamiento normal” de los gobiernos debería haberse producido el mismo fenómeno inflacionista en aquellos momentos y, sin embargo, no ocurrió así.

Insisto, si se supone que ese suele ser el comportamiento normal del gobierno y que, en consecuencia, obró entonces de esa forma, inyectando liquidez en la economía, la ecuación cuantitativa pronosticaría un alza de la inflación (salvo que se produzcan variaciones en el producto interno o en la velocidad de circulación del dinero, planteamientos a los que Dieterich en ningún caso hace alusión). Sin embargo, la inflación durante esos años cayó sistemáticamente y estuvo a punto de situarse por debajo del 10% en junio de 2006, un año y medio después del revocatorio y en uno de los años electorales en los que, según Dieterich, se debería haber producido ese incremento de la circulación monetaria.

Esto significa que algo falla en el planteamiento de Dieterich: o el gobierno no está inyectando tanta liquidez como el autor supone (en cuyo caso, y para defender su hipótesis, hubiera sido oportuno incluir datos al respecto y no darla por supuesta) o el instrumental analítico utilizado no le permite explicar más allá del caso puntual de este último periodo y, aún así, ni siquiera podría incluirse al año 2006 dentro del mismo.


Un limitado recetario de política económica

Con este punto de partida analítico, a todas luces ubicado en la más pura ortodoxia monetarista y, como detallaré más abajo, tan simplista que acaba siendo erróneo, las recetas para solucionar el problema no podían ser tampoco muy elaboradas.

Así, en opinión de Dieterich, el presidente Chávez “sólo tiene dos opciones” (por supuesto que de ningún modo el autor iba a ofrecer un gesto de modestia a la galería señalando que, por lo menos, a él “sólo se le ocurrían dos opciones”).

Por un lado, reducir la excesiva liquidez mediante:

a) políticas fiscales, esto es, incrementos de impuestos. Aquí el autor demuestra su desconocimiento de la política económica venezolana ya que debería saber que la política fiscal en Venezuela se ha utilizado para reducir la liquidez generada endógenamente por la transferencia de rentas desde la industria petrolera, pero no en la forma en la que él indica –es decir, mediante subidas de impuestos-, sino mediante la emisión de títulos de deuda pública a corto plazo, muchos de ellos denominados en dólares.

b) medidas monetarias, esto es, incremento de los tipos de interés. Ante esta propuesta a uno sólo le cabe preguntarse con estupor, ¿aún más? Si se encuentran en términos nominales por encima del 25%, ¿hasta dónde quiere llevarlos?

c) o redistributivas. Aquí, sinceramente, me reconozco incapaz para entender qué quiere decir con medidas redistributivas que sean capaces de frenar la inflación. Mea culpa.

Estas tres medidas las descarta por considerar que son inaplicables en un periodo electoral como el que vivirá Venezuela en 2008 con las elecciones a alcaldes y gobernadores que tendrán lugar en noviembre de ese año.

Pero es que hasta en ese descarte se equivoca. En este sentido, basta para refutar su afirmación con recordarle que en octubre de 2007, a dos meses del referendo constitucional y, por lo tanto, en lo que él considera como año electoral, el gobierno venezolano creó un Impuesto a las Transacciones Financieras para las empresas y elevó el Impuesto sobre el Valor Añadido sobre el tabaco (en un 20%) y sobre los licores alcohólicos (entre el 6,5% y el 10%). ¿Puede haber medidas más impopulares?

Y la otra opción es que el Estado asuma el coste de la inflación generando un sistema rentista que subsidie a los productores. Entendemos que esta segunda propuesta global se plantea como una medida de solución al desabastecimiento y no a la inflación porque, evidentemente, lo único que hace en relación con esta última es asumir su existencia y tratar selectivamente de que no repercuta sobre los consumidores finales.

Este sistema de subsidios debería acompañarse de un programa masivo de importaciones en el que el Estado asumiría la diferencia entre los precios internacionales de los productos y los precios regulados a nivel interno.

En definitiva, ante este recetario nos encontramos en la paradójica situación de que, de entrada, Dieterich se olvida de repente de la que considera principal causa de la inflación, esto es, el exceso de liquidez monetaria. Y así, le niega al gobierno venezolano la responsabilidad para instrumentar políticas conducentes a su control por ser año electoral e, incluso, capacidad e imaginación para aplicar otras distintas a las que a él se le ocurren.

Y lo único en lo que insiste, entonces, es en el problema del desabastecimiento apuntando a la intensificación de los subsidios a la producción y la importación masiva de bienes de primera necesidad.

Con lo cual, nos deja en la duda de si al final, o no sabe cómo abordar el problema de la inflación o de lo que quería ocuparse era del desabastecimiento y de su imaginativo plan para solucionarlo.

Un plan que pasa por utilizar la red escolar (le niega la capacidad para distribuir los alimentos entre la población al ejército sin que sepamos por qué) y por hacer una convocatoria a nivel latinoamericano y europeo para importar “cuadros humanos con audacia, visión estratégica, capacidad organizativa y ética”, valores y capacidades que, debemos entender, también les niega a los venezolanos.

Tanto análisis “científico” de la inflación para llegar a esa orilla. No sé si ese viaje necesitaba de tales alforjas.

Lo que Dieterich debería saber, y no sabe, de la inflación en Venezuela

Si sus conocimientos de economía, en general, y de la economía venezolana en particular fueran más sólidos, Dieterich podría haberse ahorrado este naufragio en las procelosas aguas de un problema que es especialmente complejo por la cantidad de factores que influyen sobre el mismo y por las interacciones entre ellos.

En efecto, sin ánimo de ser exhaustivo y, al mismo tiempo, sin que el orden en que aparecen implique importancia relativa en su grado de incidencia sobre el fenómeno inflacionario, podemos destacar una serie de factores que están marcando en estos dos últimos años el aumento del nivel general de precios en Venezuela.

En primer lugar, no debe descartarse, efectivamente, el aumento de la liquidez monetaria que, en lugar de ir creciendo de forma acompasada a como lo ha ido haciendo la economía real, se ha disparado en los últimos años. Ese aumento se produce, no en los años que destaca Dieterich atribuyéndolo a motivos electorales (esto es, 2006 y 2007), sino que tiene lugar entre el año 2005, cuando el porcentaje entre la liquidez monetaria (M2) y el PIB, medido en términos reales, pasa del 23,3% al 30,3%, para luego descender al 28,5% en 2007.

Es decir, con una simple ojeada a los datos estadísticos publicados por el Banco Central de Venezuela, Dieterich se hubiera podido dar cuenta de que su planteamiento no casaba con la realidad económica del país.

En cualquier caso, sigue siendo un porcentaje de liquidez respecto al producto real muy elevado, dado que la media del último decenio ha oscilado en Venezuela en torno al 20% ,y puede contribuir a explicar parte del fenómeno inflacionario.

En segundo lugar, y dada la repercusión que ha tenido sobre ese aumento de la liquidez en manos del público, hay que tener en cuenta los cambios erráticos que se han producido en la gestión de la deuda pública durante el último año. Y hay que considerarlo porque, como se ha señalado, la deuda pública se ha utilizado últimamente en Venezuela con una doble finalidad. Por un lado, drenar la liquidez excedentaria del sistema; y, por otro, y mediante la emisión de títulos denominados en dólares, reducir el diferencial entre el tipo de cambio oficial del dólar y el tipo de cambio en el mercado paralelo.

Es aquí donde engarzamos con el tercero de los factores a tener en cuenta: el incremento de la cotización del dólar en el mercado paralelo.

Así, los cuellos de botella que se produjeron durante el año 2007 en la gestión de las divisas para la importación por parte de CADIVI (Comisión de Administración de Divisas, es decir, la agencia encargada de la gestión del control de cambios venezolano) contribuyeron a agravar el diferencial entre el tipo de cambio oficial y el del mercado paralelo.

En este sentido, todos aquellos productos que eran importados y pagados al tipo de cambio paralelo e, incluso, los que no lo eran pero cuyo suministradores querían aprovecharse de la situación para incrementar sus márgenes de beneficio se vieron repentinamente encarecidos. Es significativo, al respecto, el aumento de los precios en el sector de restaurantes y hoteles durante el año 2007 (un 42,8%) o la alimentación y las bebidas no alcohólicas que aumentaron casi en un 31%.

Igualmente, hay que tener en cuenta que a la presión sobre el tipo de cambio del dólar en el mercado paralelo habría contribuido la demanda de dicha divisa como depósito de valor por parte de los agentes económicos nacionales.

En efecto, en un contexto de inflación al alza y de restricción de las emisiones de títulos de deuda pública interna denominados en dólares, los venezolanos estarían presionando sobre la demanda de dólares en el mercado paralelo para mantener el poder adquisitivo de sus ahorros y, con ello, aumentando el diferencial entre tipo de cambio oficial y paralelo de esa divisa. Esto profundizaría los efectos subsiguientes ya señalados sobre el precio de los productos importados que son pagados con dólares adquiridos en dicho mercado paralelo.

En cuarto lugar, tampoco debe desestimarse la influencia que han tenido las modificaciones en la estructura tributaria que han tenido lugar en el último año. Así, la creación del Impuesto sobre Transacciones Financieras que gravaba en un 1,5% las transacciones financieras realizadas por empresas entre el 1 de noviembre y el 31 de diciembre de 2007 probablemente ha sido repercutido sobre el precio final de venta al público de sus productos por parte de los empresarios.

Y a todo ello hay que unir el aumento, ya señalado, del IVA sobre los cigarrillos en un 20% y entre el 6,5% y el 10% sobre los licores. Este incremento ha provocado un aumento de precios dentro de ese grupo de productos del 78,14% durante 2007 contribuyendo, inequívocamente, a agravar la tasa general de inflación.

Pero, además, estas medidas no se habrían visto compensadas con la disminución del IVA para determinados productos básicos que tuvo lugar durante el año pasado y que, en lugar de contribuir a reducir los precios, ha incrementado el margen de beneficios de los empresarios.

En quinto lugar, también hay que tener en cuenta la presión que la demanda interna y, más concretamente, el consumo privado está realizando sobre la producción nacional. Así, el PIB per cápita venezolano ha pasado de 3.285 dólares en el año 2003 a un estimado de casi 8.000 dólares para el año 2007. De esta suerte, el porcentaje que en la demanda agregada supone el consumo privado ha pasado del 15,4% en 2004 al 18,7% en 2007.

Nos encontramos, por lo tanto, con una demanda agregada que presiona constantemente sobre una producción que, si bien crece a unas tasas muy elevadas, lleva una tendencia decreciente durante los últimos años (pasó del 10,3% en 2006 al 8,4% en 2007).

Esto nos conduce al sexto de los factores a destacar y que influye, a su vez, sobre el problema del desabastecimiento. Se trata, en este caso, de que la capacidad productiva en determinados sectores –en concreto de ciertos rubros alimenticios como la leche, por ejemplo- se encuentra en su nivel máximo y, por lo tanto, sólo cabe recurrir a la importación para complementar la demanda no satisfecha.

Si se tiene en cuenta el contexto de crisis alimentaria global, nos encontraríamos con que la falta de previsión del gobierno venezolano junto a las trabas burocráticas y la restricción a las divisas a las que se sometió al empresariado privado por parte de CADIVI durante el año pasado explicarían parte del desabastecimiento actual.

Pero no es esa la única razón. Y, así, el séptimo factor a tener en cuenta -y que Dieterich sí que reseña- es la existencia de un control de precios que, dada su falta de flexibilidad a la hora de reajustarse en función de la evolución de la estructura de costes de las empresas, provoca desincentivos a la inversión y a la producción.

En este sentido, el desabastecimiento no sólo se produciría porque, para determinados bienes, las empresas se encuentran en su máximo nivel de producción sino que también obedecería al efecto contrario, esto es, a que hay capacidad productiva ociosa que no se utiliza porque no resulta rentable dada la estructura de precios administrados vigente.

De esa forma, una medida implementada para garantizar el acceso de la población a bienes de consumo básicos redunda en todo lo contrario, esto es, en el desabastecimiento y el encarecimiento de dichos productos porque, cuando llegan a los mercados, son rápidamente adquiridos y acaparados para su reventa a precios más elevados.

Por no hablar de que en las zonas fronterizas, el contrabando de extracción hacia países vecinos donde los precios no se encuentran regulados (fundamentalmente, Colombia) ha constituido un factor adicional de desabastecimiento de los rubros principales de la canasta básica.

Precisamente, la versión que con mayor intensidad maneja el gobierno en la explicación del desabastecimiento y la inflación es el comportamiento acaparador de empresarios y consumidores contrarios al proceso revolucionario. A éstos se les acusa de que retienen los productos para crear la sensación de escasez y, con ello, para generar descontento y animadversión popular contra el gobierno.

Pero, aunque ello pudiera ser efectivamente así, no puede ser considerada ni como la única causa ni, probablemente, como la más relevante. De hecho, como puede apreciarse por todo lo expuesto hasta aquí, la importancia de estos comportamientos acaparadores para explicar la evolución de la inflación es excesivamente simplista y, consecuentemente, da lugar a medidas simples que, en este caso, no han hecho sino agravar el problema.

Así, la promulgación de una ley contra el acaparamiento y la especulación ha provocado que, ante el temor de ser acusados y juzgados por tales actividades, los empresarios hayan disminuido sus stocks de existencias y, con ello, hayan agravado el problema del abastecimiento habida cuenta de los retardos que impone el control de cambios sobre la importación.

Del mismo modo, el temor a que los camiones con productos puedan ser confiscados en sus desplazamientos a lo interno del país bajo la acusación de acaparamiento también ha provocado desabastecimiento en determinadas zonas más lejanas a los centros de acopio y distribución.

Por lo tanto, y para esa cuestión en concreto, la búsqueda de soluciones simples a problemas complejos no está creando más que nuevos problemas o intensificando el ya existente, de por sí suficientemente intenso en estos momentos.

Finalmente, y ya conectando con el inicio de este artículo, cabe señalar que las personas que han ocupado las carteras ministeriales implicadas en la elaboración de políticas destinadas a prevenir y, en su caso, solucionar este problema no han sido las más idóneas.

En este sentido, y durante el pasado año, algunas autoridades económicas mantuvieron un discurso errático, excesivo y agresivo en lo retórico y generador de incertidumbre más que de estabilidad. Esa incertidumbre se halla detrás de la negativa evolución de algunas variables importantes para el problema que nos ocupa: la subida del riesgo país (encareciendo el coste de los empréstitos internacionales), los comportamientos acaparadores, los movimientos especulativos, el retroceso de la inversión privada, etc.


Una breve advertencia fina
l
En conclusión, la inflación en Venezuela en estos momentos –que cerró en el 22,5% en 2007- es un problema grave que empieza a ser percibido como tal por la población y al que hay que enfrentar en todas sus dimensiones, tanto de corto como de largo plazo, y de una forma equilibrada si no se quiere que acabe descompensando, aún más, la economía venezolana.

No abordarlo así, en toda su complejidad, y caer en los cantos de sirena de quienes se creen con capacidad para pontificar sobre lo divino y lo humano es una irresponsabilidad que Venezuela y el proceso bolivariano no se pueden permitir.


N. de la R.

Este artículo se publica gracias a la gentileza del autor, profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga y miembro de la Fundación CEPS.