Ricardo Calla Ortega (5/8/2009)
Sin bulla ni resonancia mediática, casi a ocultas, el 18 de marzo de 2009 y a través de un Decreto Supremo, el 0048, la República de Bolivia ha dejado de existir formalmente. El decreto en cuestión -aprobado y rubricado por el presidente Evo Morales, su vicepresidente, Álvaro García, y el pleno del gabinete ministerial boliviano- reglamenta en su artículo único que:
«…en cumplimiento a lo establecido por la Constitución Política del Estado deberá ser utilizada en todos los actos públicos y privados, en las relaciones diplomáticas internacionales, así como en la correspondencia oficial a nivel nacional e internacional, la siguiente denominación: Estado Plurinacional de Bolivia».
El Estado Plurinacional de Bolivia ha reemplazado así, para todo propósito formal, a la República de Bolivia. No se trata de un simple cambio de palabras. Para el gobierno se trataría de una refundación de Bolivia con mayores derechos para los pueblos indígenas habitantes en el país. Para un análisis político más crítico, se trata de gatillar el inicio de una transformación del tipo de Estado que permita reemplazar la tradición republicana de rotación y cambio periódico de gobiernos a través de elecciones con la instalación de un gobierno permanente y vitalicio donde, en el mejor de los casos, las elecciones solo serán un mecanismo de legitimación para la permanencia del gobernante encumbrado en la cúspide estatal; en el caso del presente inmediato boliviano, Evo Morales.
La república empieza así a ser resquebrajada en Bolivia a través del intento de instalación de una uniarquía presidencialista vitalicia donde la perpetuación en el cargo presidencial del inconveniente de busca ser asegurada por una vía electoral que legitime el régimen gubernamental y que impida su impugnación en tanto dictadura de facto. No se tratará de una dictadura, se supone, ya que el uniarca será electo. Por lo menos, en todo caso, mientras pervivan los residuos de una república que no ha de morir en la práctica fácilmente. Hasta ahora nadie en el gobernante MAS, ni siquiera Evo Morales, ha mencionado la posibilidad de que las elecciones presidenciales dejen de existir en Bolivia. La república, que ya no existe más formalmente, ha de exigir, mientras le quede vida en la práctica, que las elecciones presidenciales en Bolivia se sigan dando y existiendo.
De hecho, el destape mediático de la liquidación formal de la República de Bolivia a través del decreto 0048 del 18 de marzo último ya ha puesto en marcha un movimiento de resistencia en este país al intento de liquidar el régimen republicano antimonárquico boliviano inaugurado en 1825. La última semana algunos editoriales y artículos de prensa han pasado ya a reclamar al gobierno de Evo Morales por su decisión de cambiar el nombre de República de Bolivia por la nominación marcadamente estadolátrica de Estado Plurinacional de Bolivia: ¿No es Bolivia, además de un Estado, también una sociedad? O, si se prefiere, ¿una sociedad de sociedades?
Para el gobernante MAS, en todo caso, la composición social plural de Bolivia no le es ajena. Como lo dice el nombre del tipo de Estado que busca hacer regir en Bolivia, para el MAS este país es «plurinacional», una entidad de múltiples «naciones». Con ello, el supuestamente anticolonialista MAS ha traído otra vez a tierra americana una de las recetas más conocidas del libreto ideológico europeo, el nacionalismo étnico. Y es que, en el denodado afán refundacional del gobernante MAS, el cambio de nombres y nominaciones ha terminado por ser la obsesión dominante. Así, si la «República» ahora pasa a ser denominada «Estado», los anteriormente denominados «pueblos indígenas» han pasado a llamarse «naciones indígenas». Un cambio de nombre con efectos, en todo caso, nada inocentes: Al instaurar la existencia del Estado Plurinacional de Bolivia, el gobierno de Evo Morales ha puesto en marcha una potencial centrifugación fragmentadora micronacionalista en el corazón mismo de los Andes sudamericanos.
Pero Bolivia no es el único objeto de experimentación del gobierno del MAS. De hecho, los alcances del afán de redenominación de la realidad por parte del gobernante MAS boliviano son transfronterizos. De hecho, la reciente IV Cumbre Continental de Pueblos Indígenas del Abya Yala realizada en Puno, Perú, entre el 26 al 31 de mayo últimos, muestra haber sido un evento a tal punto hegemonizado por el MAS de Evo Morales que sus conclusiones principales son en realidad una repetición ideológica radical de la ideología básica del plurinacionalismo étnico del partido gobernante boliviano actual.
Así, esa IV Cumbre concluyó convocando a los indígenas de América Latina (Abya Yala), entre otros puntos, a:
«…Construir Estados Plurinacionales Comunitarios, que se fundamenten en el autogobierno, la libre determinación de los pueblos, la reconstitución de los territorios y naciones originarias. Con sistemas legislativos, judiciales, electorales y políticas públicas interculturales, representación política como pueblos sin mediación de partidos políticos. Luchar por nuevas constituciones en todos aquellos países que aún no reconocen la plurinacionalidad. Estados Plurinacionales no solo para los pueblos indígenas, sino para todos los excluidos…»
La construcción de Estados Plurinacionales en toda América Latina a partir de la postulación de un nuevo sujeto histórico mitificado en cuanto portador de la redención humana, el indígena, y, a partir de tal mitificación, la reconstitución de los territorios y «naciones» originarias en el todo el subcontinente. Todo eso, ni más ni menos. Así, el MAS ha pasado finalmente a ser el canal del reciclaje del simplista y romántico maniqueismo «indianista» andino de mitades del siglo XX y su radical «antimestizaje» y llamados a la preservación de una muy reaccionaria y milenarista «pureza» indígena.
Lo relevante del caso en la coyuntura actual es que esta vez se trata de un «indianismo» convertido en el régimen de gobierno de todo un país ganado electoralmente por un caudillismo, el de Evo Morales, que además es alimentado por las tradiciones del «culto a la personalidad» de las izquierdas de cuño autoritario de la primera mitad del siglo XX y por el pragmatismo antidemocrático de los chauvinismos étnicos y micronacionalistas. Y, en rigor, no se trata simplemente de una reposición del amarillento «indianismo» folklorizante de mitades del siglo XX sino de toda una propuesta teñida de nacionalismo y ajustada y ajustable a las fuertes tendencias centrifugadoras de la muy moderna globalización sobre las siempre frágiles soberanías republicanas del subcontinente.
Como fuere, las campanadas que anuncian en Bolivia una nueva crisis de la república están doblando con fuerza. Abandonando el MAS -al liquidar formalmente la existencia de la República de Bolivia- el viejo marco unificador republicano del país, este partido ha pasado también a abonar el florecimiento de otras fragmentaciones nacionalistas de Bolivia como las de los regionalismos y localismos. En Bolivia ello significa haber dado pábulo a las versiones radicales del separatismo oriental en departamentos como el de Santa Cruz, desde donde, a partir de utopismos localistas teñidos de racismo antiandino, la idea de una «nación camba» -camba es un palabra que denota una cierta difusa pero arraigada marca de identidad cultural popular regional en las tierras bajas orientales bolivianas- flota en el ambiente con anhelos independistas.
En todo caso, si las repúblicas andino-amazónicas y andino-costeñas surgidas a inicios del siglo XIX han de reemplazarse, como lo quiere el MAS, por Estados plurinacionales de fronteras rebasables por cualquier gobierno dispuesto a ello, el llamado a una crisis republicana panandina también ha sido lanzado por Evo Morales y su partido sin disimulo ni reparo alguno. No habría que desdeñar la fuerza y el potencial de convocatoria de ese llamado: Todas las repúblicas referidas comparten una situación de sus poblaciones indígenas como sinónimo del sector más agudamente abusado, racializado, marginado y empobrecido de sus conjuntos poblacionales. Es desde esta situación de inobviable e inocultable sufrimiento indígena que los cantos de sirena del nacionalismo étnico se presentan en la región andina con un enorme potencial de despliegue en términos de radicalismos colectivos.
La república en la región, en todo caso, debe redimirse y resolver tales situaciones de miseria y sufrimiento indígenas pero no pasar a ser aniquilada como lo pretende la ambición de poder de quienes han encontrado en la irrenunciable lucha a favor de los derechos de las mayorías y minoría indígenas del continente una excusa para imponer un autoritarismo antirrepublicano igualmente inadmisible.
Vista la región desde una cierta perspectiva histórica y considerando los influjos ciertos del fenómeno de la globalización moderna parece a estas alturas evidente que las postulaciones a favor de una fragmentación y pulverización micronacionalista del tipo «Estado plurinacional» deben ser contestadas desde un cosmopolistismo intercultural integrador definidamente antirracista y resueltamente antidiscriminador. Tal cosmopolitismo -incompatible a su vez con un republicanismo localista chauvinista- podrá desplegar fuerza integradora sólo si se fundamenta en la tradición republicana antimonárquica que llevó a fundar nuestros países sobre cimientos de institucionalidad democrática que -pese a toda su fragilidad inicial y larga historia de despliegues y repliegues- hacen a la base misma de cada una de las repúblicas de Abya Yala o América Latina y su ya larga y profunda temporalidad postcolonial. Esa institucionalidad democrática, el legado más importante de la república antimonárquica y anticolonial emergente de nuestras independencias, es la única que podrá impedir siempre la victoria de la violencia y el triunfo de la locura colectiva inducida por los cantos de sirena del desordenamiento chauvinista del etnicismo y el nacionalismo modernos.
La opción por la democracia en América Latina, en la Abya Yala soñada por los jóvenes y los indígenas de este tiempo, ha de ser siempre, debe ser siempre, la opción de quienes han luchado, luchan y han de luchar por la república de la justicia y la igualdad que debe prevalecer en nuestro subcontinente.
N. de la R.
Ricardo Calla Ortega es sociólogo de la Universidad de Washington and Lee (EE. UU.), Master en Ciencias Sociales de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) Sede México. Ha sido ministro de Asuntos Indígenas y Pueblos Originarios de Bolivia y Cónsul General Adjunto de Bolivia en Santiago de Chile. En la actualidad trabaja como consultor del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en temas ligados al desarrollo de los pueblos indígenas, labor que también ha desarrollado para instituciones como el Banco Mundial; la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) de las Naciones Unidas y el Programa de la Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).