José Manuel G. Torga (10/9/2009)torga
Durante los últimos 40 años, Lidia Falcón ha seguido, incansable, su guerra feminista.

Ha publicado otros muchos libros y ha creado revistas y hasta organizaciones políticas.

Sufrió cárcel y obtuvo nuevos títulos académicos. ¿Será su estudio del Arte Dramático la clave de sus papeles estelares? Lo cierto es que continuó  a su aire, muy poco adaptable a lo largo del tiempo.

Nuestro diálogo, en su momento, quedó congelado, tal y como revive a continuación.

No abundan en España las mujeres con vitola de luchadoras en la vida pública. Menos aún si ponemos la condición de que ocupen una posición independiente del aparato oficial. Lidia Falcón no pienso que sea la única, pero sí una de las pocas.

Universitaria, escritora, conferenciante. Inquieta  por los grandes interrogantes que el mundo sigue teniendo. Entregada de lleno a la reivindicación de la mujer, sin el más mínimo remilgo, con toda crudeza. Su dialéctica de abogado y su pasión femenina al servicio de la causa de la mujer suponen dos armas dignas de tener en cuenta.

Lidia Falcón O’Neill publicó recientemente un libro con el título «Mujer y sociedad» y el subtítulo «Análisis de un fenómeno reaccionario». En sus más de cuatrocientas páginas estudia, descarnadamente, la problemática de la mujer a través de los tiempos. En términos generales, por ejemplo, señala: «Desde el relato mosaico hasta nuestras más recientes leyes constitucionales, la historia femenina es la más extensa relación de prohibiciones, tabúes y servidumbres que se pueda encontrar. Ninguna raza, religión ni sociedad mantiene en su historia, a través de los siglos, a lo largo y  lo ancho de toda la geografía universal, una tradición tan uniforme de sumisión y servidumbre». Ella ve el origen determinante de todo esto en un complejo masculino de inferioridad. Aquí cabe entrar en la zona de lo discutible; pero lo que resulta innegable es la actitud de rebeldía de Lidia Falcón.

Vive en Barcelona, donde lleva unos diez años de ejercicio de la abogacía. Cursó la carrera en la Ciudad Condal y ganó el premio de Licenciatura «Durán y Bas». Preferentemente trabaja en asuntos de Derecho Civil, Canónico o Laboral. Ha publicado también «Los derechos civiles de la mujer», «Los derechos laborales de la mujer», «Historia del Trabajo» y «Sustituciones y fideicomisos». Estudió Periodismo y ha escrito  en «El Noticiero Universal» de Barcelona, «Madrid» y otras publicaciones. Su intervención en ciclos de conferencias y seminarios, de los que a veces fue  principal promotora, ha despertado un interés muy polémico. No hace mucho todavía ocupó en Madrid la tribuna del Club Pueblo.

Ha intervenido en la realización de la encuesta sobre «El comportamiento sexual del hombre español», publicada en la revista Índice.

Como si estuviera siempre en guardia, cuando la visito en su casa para proponerle esta entrevista, advierto un primer momento de cierta desconfianza. Pero se supera con facilidad.

«Mentalidad celtíbera»
– ¿Hasta qué punto hay dislidia-falcaoncriminación social de la mujer en España?
No sólo puede hablarse de una discriminación social, sino que esa discriminación se realiza en todos los terrenos, desde el humano al político o al económico. La frase que ha popularizado un anuncio televisado –«¡Eso es cosa de hombres!»- constituye el resumen de la mentalidad celtíbera respecto a la mujer. A nadie le sorprende  que una mujer se resista a entrar en ciertos establecimientos de diversión que plantee problemas a la hora de escoger un espectáculo o que vea limitado su horario nocturno de vuelta al hogar. Estas manifestaciones  no son otra cosa sino la vertiente femenina de esa discriminación. Discriminación que empieza en la cuna y que lleva a los amantes padres a escoger el color de la ropa, los juegos, los estudios y el futuro de la hija en función precisamente de su sexo. Porque como en todos los grupos humanos discriminados el problema fundamental es el de mentalidades; las de los opresores y la de los oprimidos. Estos últimos porque aprendieron muchos años atrás a obedecer la consigna de los otros.

– En un memorándum de reivindicaciones para la mujer española ¿cuáles serían, en su orden de prelación, las más urgentes?
 Todas las reivindicaciones son urgentes. Urgente es la reforma de las leyes civiles que tratan a la mujer como una menor de edad, en cuanto adquiere el feliz status de casada. Urgente la aplicación de las más nuevas reformas sociales, «a trabajo igual, salario igual», no discriminación en sueldos ni categoría en función del sexo, y aún pudiera decirse  que más urgente es la creación de servicios colectivos que podrán liberar a la mujer de la carga de las labores domésticas y de la esclavitud de los hijos. Pero todo ello, en el improbable  caso de que se consiguiera a la vez  y rápidamente, apenas sería eficaz mientras los fabricantes de ideas  no varíen sus productos. Mientras la educación de la muchacha sea distinta a la de su hermano varón, y en el Bachillerato o Enseñanza Media se la obligue a coser y a guisar para poder superar las pruebas  y graduarse, y en los medios informativos, públicos y privados, se siga la política de entontecimiento total  y continuado de ese elemento mujer, cuya composición consiste únicamente en sexo, apariencia física y posibilidad consumidora. Mientras se le conceda, como compensación a la total falta de derechos,  la rebaja de sus obligaciones: el derecho a la insensatez; todas las reformas serán vencidas por la resistencia de los afectados a admitirlas.

– Se afirma, repetidamente, que ha habido avances en los últimos años
– La Humanidad avanza muy lentamente, pero no suele retroceder. A veces se detiene, esa es la verdad; pero el impulso que ha recibido nuestro país de la excitación exterior, nos ha llevado a remolque de los logros de otros países extranjeros. Aunque algunas veces -como en el caso del voto-  se haya  difundido la errónea idea de que las conquista femeninas  de la última década se han logrado en España  por vez primera en su historia, cuando en realidad la Constitución de 1931 las había concedido todas.

«Moral mesopotámica»
– En España ¿qué tabúes pueden condicionar las actitudes generales  respecto a la mujer?
– En nuestro país los principales tabúes son religiosos, y entroncados con ellos, naturalmente, sexuales. Mientras nuestra religión siga apegada a los moldes medievales, y nuestros mentores sigan siendo los Padres de la Iglesia, la mujer  se hallará sometida alydia-falcon una moral mesopotámica. La mujer y el hombre, claro. Porque la causa de que esa mujer  se conforme y hasta  defienda en sí misma y en sus hijas la supervivencia de esos moldes medievales, es que el hombre los exige. Exige el culto a la virginidad porque le da el predominio de la posesión intacta. Lo sitúa a un nivel de comprador, mientras la mujer siempre será la mercancía. Las actitudes del ciudadano medio español ante la mujer están condicionadas por la supervaloración del sexo en toda su conducta. Su represión sexual la venga en la mujer, sometiéndola a mayores trabas que las suyas. Exige de su compañera, virginidad, fidelidad, castidad. Busca para su recreo lo que no desea para toda la vida, y se hastía pronto con la virtud que encontró.

Parece tener también -añade en su discurso torrencial- gran importancia en el español un no confesado complejo de inferioridad que le obliga a defender  su supremacía en todo, frente a la mujer. Así no  permite la competencia seria y legal en la calle, cara a cara. Necesita defender su superioridad cueste lo que cueste. Para ello inventa mitos, crea eslóganes publicitarios, rueda películas, escribe pretenciosos tratados sobre sexología o psicología, y, más corrientemente, sonríe con conmiseración frente a la profesional, la mujer que trabaja, en su empeño por lograr una situación definidora de sí misma. Se han creado los lugares comunes, inamovibles, de que el hombre realiza mejor cualquier tarea. Hasta los reputados tradicionalmente como femeninas: sastre cocinero, camarero, enfermero…

– Hay quién considera que los tabúes frente a la mujer son universales
– También es cierto que no existe país sin tabúes. Están impresos en la conciencia del hombre desde que descendió del árbol. Cada latitud imprime los suyos. Pero lo único que se debe desear es que se conciencien, y entonces, con absoluta buena voluntad, se intentan vencer. El drama del ciudadano español es creerse siempre mucho mejor o mucho peor que cualquier otro.

Un punto, aquí, para la reflexión. Para un alto en el camino de la entrevista.

Nota del autor:

Franco nombraba por entonces Príncipe de España y heredero en la Jefatura del Estado a título de Rey a Juan Carlos de Borbón; pero el futuro era tan inescrutable como  siempre.
Este periodista, redactor-jefe en un periódico, se planteó hacer una serie de entrevistas, destinadas a un libro que cabría denominar de domingo, como se suele calificar a ciertos pintores que sólo disponen para el arte de los días no laborables.

Aplazada la publicación por circunstancias particulares del momento, se perdieron luego las carpetas con los originales. 40 años después, haciendo limpia en dos casas y un garaje, he dado con varias de aquellas entrevistas. Algunos personajes siguen en candelero, otros viven más retirados y no faltan los que pasaron a mejor vida. Pero, con unos trazos introductorios nuevos, los diálogos mantienen un interés, leídos con la perspectiva del tiempo transcurrido. Así fuimos y así dialogamos.