España
José Manuel González Torga (18/8/2010)torga
El economista Manuel Funes Robert lleva medio siglo largo desvelando arcanos que otros colegas suyos esconden tras jergas, formulaciones matemáticas y otras argucias para que los legos en la materia no entendamos nada o casi nada. Al final, ellos mismos quedan perdidos en el laberinto. Así resulta  natural que las políticas económicas en tales manos no encuentren salida.

Carlos Solchaga constituye un ejemplo: en España nos llevó a los tres millones de parados de la época. Su ejecutoria de consejero áulico en Argentina redujo las cuentas corrientes familiares al secuestro en el «corralito» y las despensas al vacío, algo impensable en el país cuya capacidad de producir víveres daba para alimentar continentes enteros. Pues todavía fue contratado para insuflar pensamiento en algún grupo mediático…

A Funes, según cuenta él mismo, el ingeniero de Minas, José González-Carvajal y del Rabal, en su día, hizo que una  vocación en agraz, derivara hacia la Economía, cuando le escuchó un comentario sobre el peso argentino: «Es tan fuerte -decía aquel ingeniero- que supera al valor del oro que lo respalda».

El joven Funes optó por la Economía; pero debió de conservar algo de su interés previo por la técnica de  explotación minera; así se explica su inconformismo para transitar por la superficie trillada. Su dedicación a profundizar hasta dar con vetas valiosas que no están normalmente a cielo abierto. O que los economistas con orejeras no ven, en cualquier caso.

Salvar el Estado del Bienestar
Sus afirmaciones, a veces, pueden desconcertar, por resultar tan claras y sencillas, frente al fárrago de cuantos profesores circulan por carril: «En España -ha asegurado Funes Robert, sin ambages- pasamos por tener que pedir prestado el dinero que vamos a prestar a Grecia, cuando ese dinero a precio cero lo podría suministrar el BCE, cuya facultad impresionante no tiene más límite que la llegada al pleno empleo de recursos».

Él trata de salvar el Estado del Bienestar, que tantos consideran ya periclitado. Pero yo mismo, sin ser economista, he escrito alguna vez, pretendiendo escudriñar alternativas de futuro: «¿Podría ser sustituido por el Estado del Malestar, la cara opuesta a la que vienen denostando?»

El monetarismo socava políticas de distinto signo
Vamos con un caballo de batalla de nuestro autor. «El monetarismo que mina y socava la eficacia del liberalismo, lo que podríamos llamar la filosofía económica de la derecha, mina y socava asimismo la posible eficacia de los planteamientos de la izquierda», proclama Manuel Funes Robert, «urbi et orbi», gesticulando a diestra y siniestra.

Su libro más reciente, de finales del siglo XX, gana una aplicación creciente en estos años de crisis.

Con un alcance meta-económico, en el título y en el subtítulo exhibe la proyección  ambiciosa del discurso del autor: «La lucha de clases en el siglo XXI. Visión política de las crisis económicas de nuestro tiempo».

Funes Robert concibe un nuevo paisaje social. Da por superado el antagonismo entre obreros y empresarios, que comparten los efectos de explotación modulada por políticos, financieros y ventajistas del juego de la especulación.

Macroeconomía y sadismo
La tónica del ajuste económico – de sádicos para masoquistas- con la subordinación esclavista al ídolo macroeconómico, aherroja a la mayoría de la población. Un respeto reverencial hacia la máquina del papel moneda y la fobia a la inflación -en cualquier circunstancia- dejan cauce abierto al paro caudaloso. Actualmente, en España, el desempleo nos balancea sobre un abismo de cinco millones de parados. Por otra parte los salarios crecen menos que la inflación, proporción -más bien desproporción- que debe ser tomada en cuenta, porque eso si que perjudica a los afectados.

libro-funes-robertDesde los Pactos de La Moncloa, predomina la obsesión político-económica por la contención salarial. Sólo preocupa el alza de remuneraciones cuando atañe a la masa de los trabajadores; la elevación de ganancias de las élites privilegiadas  no contaría en cambio para escorar la nave de todos. Son los más quienes pesan aunque tengan semivacíos los bolsillos y hasta los estómagos. El incentivo para ejecutivos de esos que ofrecen los cazadores de  cabezas se considera «bonus». Y así seguimos «velis nolis».

La doctrina, elaborada a través de toda una vida de polemista por parte de Manuel Funes Robert, propone el Principio de Financiación Creciente (PFC). Su preocupación es el empleo, y, para luchar contra el paro, encuentra el talismán del dinero, al servicio de la promoción de la riqueza. Algo que está en manos de los Estados o de los Bancos emisores.

Conocí a Funes Robert en año 1964, en una Jornadas sobre Economía, a las que fuimos convocados profesionales del Periodismo, en Castelldefels. Entre los conferenciantes descolló más que ninguno. A partir de aquel momento seguí sus artículos y sus libros. Además mantuvimos muchas conversaciones, bastantes de ellas paseando por las calles madrileñas de Cea Bermúdez y de Galileo.

Incorporó el Turismo a la Economía
Manuel Funes Robert
colaboró en muchos periódicos y revistas: desde Pueblo hasta Sábado Gráfico. Desempeñó un papel, frente a los denominados tecnócratas, en la trayectoria del diario 3E (Economía Española y Exterior), como relaté en la serie dedicada a ese periódico en espacioseuropeos.com/.

Funes supo detectar y calibrar la importancia del Turismo para la evolución económica de España. Designó el fenómeno como «renta de situación», estable y determinante, hasta el punto de cambiar la tónica histórica del país.

Lo que ocurre es que su perspicacia, su agudeza y su libertad para pensar sin prejuicios, le enajenaron la adhesión de gran parte del mundo académico, cuya libertad permanece restringida a los abrevaderos establecidos al efecto. Funes queda como un librepensador, un heterodoxo.

Hace unos días, hablando con un amigo y compañero, corresponsal de medios extranjeros en España durante muchos años,  me decía que Funes, en Francia, tendría mucha presencia en coloquios televisivos, a los que se invita, habitualmente, a figuras  discrepantes, caracterizadas por sus ideas propias. Pero aquí, el predominio del cotilleo en la pequeña pantalla, hace que todo vaya por otro lado.

Difícil triada del pensamiento económico-político
«La historia del pensamiento económica, así como su evolución futura -escribe Funes Robertestá encuadrada y condenada para siempre a girar en torno a las aportaciones de tres genios: Adam Smith, Karl Marx y Keynes«.

Adam Smith descubre la capacidad del mercado para aprovechar efectos positivos del egoísmo, a través de la libertad y de la competencia.

Marx denunciaría la explotación, que vicia el supuesto mercado ideal.

Keynes diagnostica la patología que afecta al mercado cuando entra en recesión y deja de producir trabajo para todos; aporta, además, la terapia para  sanar  y recuperar el mercado «Hizo ver que la revolución monetaria permitía romper el círculo vicioso del ahorro y el crecimiento: No se puede crear sin más, ahorro; pero no puede haber más ahorro sin crecimiento». Con el dinero, por otra parte,  no solo cabe comprar sino también producir.

El profesor José Villacís, como menciona Funes, considera que la obra del español Germán Bernácer, fue un auténtico venero para la inspiración de Keynes.

el-capital de Karl MarxElasticidad benéfica de la oferta monetaria
Funes
se califica de keynesiano; claro que aporta, en otras cosas, el  Principio de Financiación Creciente (PFC): «Para que todo crezca en cantidad y calidad ha de crecer previamente en cantidad y buen precio la financiación, la oferta monetaria».

A lo largo de las 400 páginas de «La lucha de clases en el siglo XXI», su autor incorpora materiales de diverso género -junto a sus exposiciones a modo de hilo conductor, textos propios y ajenos, unos a favor y  otros en contra- y hasta un debate directo con el santón de la fe consagrada por el internacional-oficialismo: Milton Friedman. Más próximos le quedan, sin duda, Galbraith, Tobin, Solow o Modigliani, economistas de reconocido prestigio, pese a cargar con el Nobel (es un decir).

Fuera de nuestras fronteras, Funes ha tenido alguna audiencia. Tal es el caso de Argentina, donde más les hubiera valido cambiar su influjo por el de Solchaga; a este último la práctica del «gratis total» debió de alejarle definitivamente de la realidad económica.

Al servicio de Fuentes Quintana o sin altavoz
Sobre Manuel Funes Robert resulta muy significativo lo que trae a colación de sus relaciones con Fuentes Quintana, después de haber tratado éste de convertirlo en su colaborador para que «pusiese -concreta- mi imaginación a su servicio».

«La diferencia fundamental  -le indicaba Fuentes Quintanaentre tu concepción y la mía es que tú crees que no hay que sufrir para superar la crisis y yo creo que hay que sufrir». «¿No puedes estar unos meses en silencio?» era otra curiosa sugerencia del catedrático universitario que llegó a vicepresidente del Gobierno.

Cuando Enrique Fuentes Quintana tuvo en sus manos las riendas de la economía española, decidió hacer triscar el freno. «No puedo consentir -le advertiría al peligroso dialéctico Funesque, con tu poder de convicción y 50 emisoras, hagas fracasar mi plan».

Ahora Funes escribe: «…al llegar al poder, en julio del 77, una de sus primeras decisiones fue llamar a la Cadena SER para que me apartase del programa Hora 25». Reminiscencias del Ministerio de Información nunca faltan, aunque falte un Ministerio con tal denominación.