VotacionEspaña/Europa
Antoni DoménechG. BusterDaniel Raventós (5/6/2014)
A juzgar por las portadas de los grandes periódicos del régimen en los días inmediatamente anteriores a las elecciones europeas del pasado 25 de mayo, la cosa se presentaba razonablemente tranquila. El gobierno del PP –del que directa o indirectamente dependen ahora financieramente todos esos medios—, bien que lentamente, estaba consiguiendo sacar al país de la maldita crisis: lo peor, gracias a Dios y a la Virgen del Rocío, ya habría pasado; «todo el mundo» podía empezar a ver las mejoras, y los grandes partidos «nacionales», según distintas encuestas, contendrían su sangría electoral.

El PP sufriría el lógico desgaste de la «difícil» gestión económica, pero tampoco sería una catástrofe. Y la «responsable» oposición del PSOE de Rubalcaba quizá se vería incluso premiada recobrando cierto pulso. Faltaba sí, tal vez, un poco de «pedagogía», ese palabro que tanto les gusta a los pilares políticos del sistema (véase  PSOE; véase PP; véase CIU) y cuyo revelador significado etimológico es el de sacar a pasear un poco más a los nenes. Pero tras varios años de duro castigo laboral, policial y mediático, la estragada población se habría ido cansando de protestar «inútilmente» y parecía comenzar a resignarse a su suerte. Que no era otra que la que le reservaba el núcleo compartido de las «únicas políticas posibles»: rescate de las entidades financieras quebradas a costa del contribuyente, austeridad y consolidación fiscal –con blindaje constitucional express incluido—, retracción del gasto público, recorte de derechos sociales, autoritarismo empresarial recrecido, devaluación salarial, más desregulación y «flexibilización», más privatizaciones y más represión y más limitaciones de libertades civiles básicas.

Del problemón de Cataluña se habló en el debate protagonizado en Europa por los cabezas de lista de las cinco grandes formaciones políticas europeas; en nuestro peculiar «corral nublado» el «debate» quedó restringido a dos, y ni Valenciano ni Cañete llegaron siquiera a mencionarlo. En pocas palabras: el bipartidismo recuperaba vigor:

Es natural que después de tanta autohipnosis inducida, algunos despertaran el 26 de mayo transidos y sobresaltados.

Para los editorialistas de Libertad Digital –esa amalgama involuntariamente cómica de revisionismo neofranquista cañí y neoliberalismo paródico—, se avizora un panorama apocalíptico y los «presagios son pésimos«: «Si estos resultados marcaran tendencia, el bipartidismo que ha conformado la vida política de los últimos decenios podría tener los días contados. Quizá ni siquiera pudiera salvarlo un Gobierno de concentración (…) las fuerzas más encarnizadamente antiespañolas salen reforzadas de este envite, con resultados terroríficos en País Vasco, Navarra y Cataluña. El escenario en estas regiones se torna estremecedor. (…) Es la hora de los liderazgos fuertes y decididos. Liderazgos que sólo exhibe la extrema izquierda y el nacionalismo sedicioso. No hay manera de atenuar la gravedad del desafío.»  

Pero incluso un político tan corrido y experimentado como Felipe González se apresuró a alertar de la «catástrofe que supondría para España y para Europa que prendan alternativas bolivarianas influidas por algunas utopías regresivas», en alusión directa al fulminante éxito de Podemos, la gran sorpresa –y la gran alegría— de estas elecciones.

¿Qué teme González, el pragmático político de «mirada tontiastuta de gatazo castrado y satisfecho», según le retrató para siempre el Premio Cervantes de literatura, Rafael Sánchez Ferlosio? ¿Teme acaso que el «Consenso de Bruselas», que ha dominado la política de la UE en estos últimos años alegremente avalado por Populares, Socialdemócratas y Liberales y que ha destruido –literalmente— la vida económica y social de la «periferia deudora» europea, termine políticamente como el Consenso de Washington de 1989, que destruyó –literalmente— la vida económica y social de las naciones latinoamericanas deudoras, imponiéndoles neocolonialmente –como se imponen ahora a la periferia europea— obligaciones de devolución de la deuda favorables a los bancos del Norte, [1] políticas procíclicas de austeridad y retracción del gasto públicos e insensatas políticas desregulatorias, privatizadoras y de devaluación salarial? González y el diario El País, que es como quien dice su casa, fueron en su día tan fanáticos partidarios de aquel «Consenso de Washington», que no dudaron ni por un momento en aplaudir en 2002 el golpe de Estado contra el Presidente democráticamente electo de Venezuela, Hugo Chávez, quien fue el inicio de la reacción política «bolivariana» de América Latina a las devastadoras políticas neoliberales impuestas colonialmente desde el Norte. Esperemos que si la izquierda supuestamente «bolivariana» llega tan lejos en España como González parece temer, no tengamos que temer nosotros que termine éste su nada edificante trayectoria política apoyando aquí también golpes de Estado.

Rechazo del «Consenso de Bruselas»
El proceso de construcción de la UE, con sus terribles y bien conocidos déficits democráticos, permitió la cristalización del catastrófico «Consenso de Bruselas». Por eso resulta ahora tan fácil hacer analogías no triviales con el «Consenso de Washington». Incluida ésta: países de la periferia deudora europea, miembros de pleno derecho político de la Unión Europa, se han visto sin embargo tratados en los últimos años por la Troika –incluida la Comisión Europea— como dominios coloniales. Pero como dominios coloniales no totalmente privados al menos de voz y sufragio: por eso eran tan importantes estas elecciones, para oír voces y contar sufragios.Alfredo Pérez Rubalcaba

La voz más interesante que se ha oído en esta campaña ha sido la griega de Tsipras, voz de esperanza que ha sabido aunar propuestas racionales y de sentido común realista para el conjunto de la UE (véase el núcleo de su realista programa económico europeo, condensado en la celebérrima Modesta Propuesta de Varoufakis, Galbraith y Stuart Holland) con la radical denuncia del sufrimiento del pueblo griego y del conjunto de la periferia endeudada. La voz menos esperanzadora, la del viejo y gastado dirigente Verde alemán Daniel Cohn-Bendit –otro gatazo castrado y satisfecho— añadiéndose ayer mismo al «Consenso de Bruselas» y pidiendo el voto de los diputados Verdes europeos para el candidato Popular Juncker a fin de «salvar» (sic!) la democracia europea.

En cuanto al sufragio, lo primero que hay que observar es el muy decepcionante alto índice de abstención. En el conjunto de la UE, apenas un 43% de participación electoral. Con porcentajes especialmente bajos en Eslovaquia (13%), República Checa (19,5%), Eslovenia (21%), Polonia (22,7%), Croacia (24,3%), Hungría (29,2%), Letonia (30%), Portugal (34,5%), Rumania (34,7%), Reino Unido (36%); Estonia (36,4%), Holanda (37%), Lituania (37,3%). Francia (43,5%) y el Reino de España (44,7%) se sitúan en la media. Burda propaganda interesada aparte, incluso en una Cataluña inmersa en un radical proceso de autodeterminación con gran base de apoyo popular y en la que el gobierno austeritaria derechista de CiU (nada que ver con el National Party escocés) llamó insistentemente a la participación presentando con gran aparato propagandístico las elecciones europeas como un plebiscito contra Europa en favor del muy «europeísta» soberanismo catalán, el resultado es más que insuficiente: apenas superior a la media española e inferior, por ejemplo, al de la Comunidad de Madrid.

Con todo y con eso, la población europea, a diferencia de lo que les pasó a las poblaciones latinoamericanas en los 90, pudo mal que bien hablar por el sufragio. Y lo que expresó con sus votos –y acaso también con la pertinaz abstención— es un rotundo rechazo de las políticas austeritarias del «Consenso de Bruselas».

El voto de castigo contra el «Consenso de Bruselas» se manifiesta ante todo en la pérdida del 7% de los escaños Populares (62 europarlamentarios), del 1% de los Socialdemócratas (11) y del 1,4% de los liberales. El primer llamamiento del candidato conservador Popular a la presidencia de la Comisión, Jean-Claude Juncker, para una nueva coalición de las tres fuerzas ha encontrado la condición de la socialdemócrata Hannes Swoboda de que se abandone la política de austeridad y las instituciones europeas den un giro drástico a favor del crecimiento y el empleo. Parecida posición ha permitido en Portugal la victoria del PS, y en Italia, la del PD de Renzi; ignorarla le ha costado al PS francés una estrepitosa humillación electoral, copiosamente rentabilizada por la extrema derecha neovichysta. Pero en ningún sitio del Sur de Europa la alternativa es tan clara como en Grecia, el país martirizado con saña por la Troika: Syriza, con el 26,48%, supera en más de tres puntos a la derecha de Nueva Democracia, aunque la suma de sus votos conservadores y los de los restos del PASOK siguen asegurando, a falta de nuevas elecciones legislativas, una precaria mayoría al actual gobierno austericida.

Si la Izquierda Unida europea y los Verdes aumentan en toda la UE sus escaños, más significativa es la victoria de las fuerzas eurófobas y demófobas, y por lo pronto, del UKIP en el Reino Unido, del DF en Dinamarca y del Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia, así como el auge de otras fuerzas neofascistas en Hungría, Grecia, Polonia y la propia Alemania. La obvia intención de los Socialdemócratas (y de los sectores más liberales y derechistas de los Verdes alemanes) de llegar a un acuerdo con los Populares y votar a Juncker para «condicionar» a Merkel desde el social-liberalismo, no sólo profundizará la crisis de la socialdemocracia europea, sino que verosímil y desgraciadamente estimulará el auge de los populismos nacionalistas de extrema derecha en el Norte rico y en el desjarretado Este de la UE.

La crisis del bipartidismo dinástico se acelera en el Reino de España
Quienes creen que los resultados en el Reino de España solo pueden ser interpretados en clave interna, se equivocan: la gemebunda crisis del bipartidismo dinástico español –que ha pasado en unos meses de sumar más del 80% del sufragio a quedarse por debajo de la simbólica raya del 50%— dimana directamente de las políticas de ajuste neoliberales aplicadas por Zapatero y Rubalcaba al dictado del comisario socialista Almunia y de la Troika. El descalabro del PP y del PSOE en estas elecciones es de campeonato: han perdido juntos más de cinco millones de votos respecto de las elecciones europeas de 2009 (¡con una abstención menor!). Y en la medida en que las europeas han sido hasta ahora en el Reino de España un predictor empírico casi perfecto de las tendencias electorales generales, se está autorizado a conjeturar que ha quedado gravemente socavada su capacidad para la alternancia sucesiva en el gobierno. Y lo que es más importante y decisivo ahora, que han perdido la capacidad de proceder a una reforma amañada entre ellos de la Constitución de 1978-2011 y aun seguramente el margen suficiente para enfrentar juntos la gravísima crisis de la Segunda Restauración borbónica –que ya nadie mínimamente avispado niega a estas alturas— con la Gran Coalición de que maliciosamente sugirió Felipe González, terminando de arruinar con una intempestiva verdad la cínica y mendaz campaña electoral de la muy curtida Valenciano y el muy incipiente Javi López.

N. de la R.
Antoni Doménech
es el editor de SinPermiso. Gustavo Buster y Daniel Raventós son miembros del Comité de Redacción de SinPermiso.
Este artículo se publica con la autorización de SinPermiso.

 


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