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Antoni DoménechG. BusterDaniel Raventós (7/6/2014)
Los pésimos resultados cosechados por el PSOE han obligado a Rubalcaba a convocar un congreso extraordinario para el 19 y el 20 de julio. Al posponer su dimisión, intentaba verosímilmente controlar su propia sucesión y, sobre todo, el curso debate político en cuyos moldes habrán de verterse las candidaturas que se presenten: ¿gobierno de coalición PP-PSOE, o gobierno de coalición con las izquierdas? Ello es que la descomposición del aparato central de Ferraz ha sido tan vertiginosa, que los secretarios generales de las federaciones se han hecho fácilmente con el timón de un proceso que también pretenden controlar. La crisis del PSOE se ha convertido durante unos días en una esperpéntica tragicomedia en la que todas las partes interesadas se amenazaban con el voto de «todos» los militantes, cuando no de «todos» los votantes para reconstruir la demediada legitimidad del propio aparato.

Mientras tanto, los medios de comunicación de la derecha avanzan ya el perfil de «su» candidato para la Gran Coalición. Al final, las federaciones socialistas de Valencia, Madrid y Andalucía, que aspiran a formar o consolidar gobiernos de izquierda autonómicos, serán determinantes en la elección del nuevo secretario general del PSOE y en la organización tutelada de las primarias en noviembre. Virtud indiscutible de estas elecciones europeas ha sido la de mostrar a las claras que la única alternativa de verdad a un viraje radical y creíble hacia la izquierda contra las políticas austeritarias de consolidación fiscal es la más que probable «pasokización» del PSOE.

La pírrica victoria del PP –2,6 millones de votos, 16 puntos y ocho escaños perdidos— indica que la crisis y las políticas neoliberales comienzan a descomponer la base social popular de la derecha política española: pesar de la tremenda polarización ideológica perversamente inducida por el gobierno y sus terminales mediáticas, esa base castiga al PP preferentemente con la abstención. Sin posibles aliados, el PP se enfrenta a un escenario en el que no podrá repetir sus mayorías absolutas en autonomías clave como Madrid, Valencia o Extremadura, y sigue perdiendo terreno en Andalucía. También en Cataluña y el País Vasco, lugares en donde ha dejado de ser el único defensor del españolismo dinástico más demagógico: una nueva competencia propiciada por UPyD, Ciudadanos y Vox ha abierto una incierta división en las filas de la derecha, bien que harto menor de la esperada; aun subiendo apreciablemente, estas elecciones han sido un «discreto» pero rotundo fracaso para las ambiciosas pretensiones «bisagristas» del partido de la incombustible Rosa Díaz, como ha sabido explicar con perspicacia el analista conservador Antonio Zarzalejos.

A la izquierda del PSOE, los resultados han sido buenos en algunos casos y excelentes en otros. Tenemos, para empezar, la inopinada irrupción electoral de Podemos, que ha pasado en sólo cuatro meses de vida a cosechar más de un millón doscientos mil votos y a convertirse, sin «aparato» que no fuera improvisado y sin medios financieros propios ni, menos, créditos bancarios, en la cuarta fuerza política del Reino (por delante de UPyD), y en muchos lugares clave (Madrid, señaladamente), en la tercera (con holgado sorpasso a IU). Supone, claro está, la irrupción en la política institucional de la guadianesca generación del 15M, que reaparece ahora encabezada por un brillante y convincente Pablo Iglesias que, en campaña, se ha revelado como un dirigente tan audaz como excepcionalmente dotado de instinto político.

Sus votos –por lo que hasta ahora se puede estimar estadísticamente, sobre todo en Barcelona y Madrid— proceden muy señaladamente de barrios obreros y de jóvenes castigados –muchos, hijos de votantes socialistas— con una tasa de paro holgadamente superior al 50%.

Y diríase que la audacia, más aún que la juventud, es lo que está dispuesta a apoyar ahora mismo con entusiasmo electoral una izquierda social tan harta de hueras promesas una y otra vez incumplidas, como de discursos estólidos y «aparatos» cocidos en el propio jugo. A lo que más ha recordado la fulgurante irrupción en la política española del Podemos del joven Iglesias es a la fulgurante irrupción en la política gallega de la ANOVA del veterano Beiras en las elecciones autonómicas de 2012. Si a la hora de encarar estas elecciones europeas, la dirección federal de IU en vez de entregarse a «hojas de ruta» horras de discusión propiamente política y a miopes acuerdos de «reparto» burocrático entre «familias«, hubiera hecho caso a las ofertas de Pablo Iglesias y hubiera seguido el buen ejemplo de la dirigente de la Esquerda Unida gallega, Yolanda Díaz, que consiguió un extraordinario éxito en octubre de 2012 formando coalición electoral con ANOVA, ahora estaríamos tal vez hablando, si no de un verdadero terremoto político, sí de una explosión todavía mayor de esperanza popular. sede-del-pp

No hay duda de que la Izquierda Plural ha cosechado un gran éxito electoral: un millón y medio de votos, triplicando su número de diputados. Pero ahora hay que esperar que la amarga lección recibida con este triunfo insuficiente –la Izquierda Plural aportará al Partido de la Izquierda europeo encabezado por Tsipras el mismo número de diputados que Podemos: 5- sirva para algo más que para hacer propósito de enmienda a la hora de construir, cuando menos, un frente amplio electoral unitario de la izquierda, abierto a todo el mundo, sobre la base de discusiones políticas y programáticas claras, razonadas y públicas, y legitimado con la elección de sus candidatos mediante primarias de cara las elecciones municipales y generales de 2015.

En Cataluña, estas elecciones han significado la derrota sin paliativos de un PSC totalmente grogui –en lo «social» y en lo «nacional»—, que se hunde estrepitosamente todavía más pasando del 36% al 14% del sufragio (y en Barcelona, siendo sobrepasado como tercera fuerza política por ICV-EUiA, que ha hecho una excelente campaña, rebosante de racionalidad, excelentes argumentos económicos, reencuentro –¡por fin!— con la cultura política socialista y  recuperación del sentido común genuinamente republicano). Han significado también la derrota sin paliativos de CiU, que sigue inexorablemente su tendencia a la baja: ERC es ya ahora la primera fuerza política en Cataluña (con más de un 23% del voto).

Se diría que, aquí también, el bipartidismenostrat está herido de muerte, y ya es sólo farsa: CiU y PSC –que ahora suman, juntos, apenas un 35% del sufragio— apenas esperaron tres días para reeditarse patéticamente como «bipartito» marchito aprobando juntos y en solitario en el Parlament el inenarrable proyecto del casino BCNWorld, una especie de EuroVegas. Y dicho sea de paso: CiU –está visto que también la Virgen de Montserrat ciega a quienes quiere confundir— esperó menos de tres días para lanzar a los mossos al desalojo violento del emblemático edificio ocupado de Can Viu, provocando ese voraz incendio social urbano, que tanto está perjudicando, dice ahora la hipócrita intelectualidad a sueldo de los incendiarios de la derecha catalanista, a su «marca Catalunya».

En la otra Comunidad con ansias soberanistas, la vasca, no se ha producido un sorpasso: pero la izquierda independentista de EH Bildu sí ha conseguido equilibrar fuerzas con la derecha nacionalista del PNV. La candidatura Bildu-BNG ha obtenido un diputado y excelentes resultados: Bildu ha sido la más votada en Guipúzcoa y Álava. Tres días más tarde, el Parlamento de la CAV aprobaba una proposición no de ley de Bildu proclamando el derecho a la autodeterminación de Euskal Herria.

Fin de trayecto del régimen monárquico del 78
La cuestión política crucial en el desarrollo de la crisis de la Segunda Restauración borbónica en los próximos meses será, ni que decir tiene, la convocatoria de la consulta catalana para el 9 de noviembre. Los resultados obtenidos en estas elecciones europeas por las fuerzas que apoyan la consulta de autodeterminación (ERC, CiU, ICV-EUiA y Podemos, a las que hay que añadir la CUP que renunció a participar con argumentos públicos más bien pueriles) hará un poco más difícil al Gobierno del PP su prohibición lisa y llana, sin que esa mayoría crezca todavía más y se radicalice en unas elecciones catalanas anticipadas que abrirían, quieras que no, un proceso constituyente. Será decisiva, así pues, la construcción de alianzas con las izquierdas del resto del Reino en defensa del «derecho a decidir»: será el primer paso en el cuestionamiento definitivo del régimen de la Segunda Restauración.

La confluencia de diversas crisis sumadas, confiere a todo el proceso una dinámica heterogénea e imprevisible, que condicionará los ritmos de reagrupamiento y clarificación de las izquierdas. Lo cierto es que, tras las elecciones europeas y la inevitable confrontación que generará el ejercicio –o no— del «derecho a decidir» de Cataluña, lo que aguarda es la convocatoria de las elecciones municipales y autonómicas. El objetivo de las izquierdas no puede ser otro que el de desalojar al PP de la mayoría de los ayuntamientos y gobiernos autonómicos, impulsando coaliciones y gobiernos de izquierda que se apoyen y se refuercen íntima y orgánicamente en los movimientos sociales, que amplíen la participación democrática y pongan en práctica programas realistas y radicales de izquierda, capaces de cuestionar y bloquear la lógica macroeconómicamente suicida e insensata de las políticas procíclicas de austeridad.

La confluencia de una mayoría de municipalidades y autonomías gobernadas por las izquierdas y favorables al derecho a decidir en Cataluña, Euskadi y Navarra no sólo cegaría toda posibilidad de edificar una Gran Coalición como pilar de carga de la Monarquía del 78 luego de las elecciones generales de noviembre de 2015, sino que plantearía abiertamente ante la opinión pública el horizonte de una alternativa real y hacedera de una revertebración democrático-republicana de los pueblos de España que les devolviera, a todos, la soberanía.

El radicalismo democrático, único antídoto eficaz contra el extremismo eurófobo
Los resultados de las elecciones europeas tendrán importantes consecuencias en los próximos meses en todos los Estado miembros de la UE. Se abre un proceso de reagrupamiento y de clarificación política e ideológica más allá del «Consenso de Bruselas», especialmente en los países del sur de Europa, y hay que esperar, dentro de los distintos partidos europeos, tensiones dimanantes de la gran fractura europea entre «centro» y «periferia», entre acreedores y deudores, entre superavitarios y deficitarios.

En la familia liberal estarán verosímilmente enemigos tan irreconciliables como la derecha catalanista de Convergència Democràtica de Catalunya y las derechas acérrimamente hostiles a la autodeterminación de Cataluña de UPyD y Cs, sólo por intereses conveniencieros de su jefe de filas, el belga Guy Verhofstadt. Y Unió Democrática de Catalunya tendrá que convivir con el partido de Rajoy en los escaños populares del Parlamento Europeo. Asistiremos a espectáculos francamente divertidos. Pero los socialistas portugueses, checos y españoles, así como, los electos del PD italiano no estarán muy cómodos sentados al lado de los austeritarios franceses de Manuel Valls, de lo que queda del PASOK o de los socialdemócratas alemanes coaligados con Merkel.

Y para qué hablar de los ecosocialistas de ICV, de la izquierda valenciana de Compromís-Equo y tal vez de la ERC sentados al lado de los Verdes amigos de Cohn-Bendit, que ya les ha pedido votar por el candidato Popular Juncker. En ese panorama que no tardará mucho en decantarse y aclararse, la tarea de todas las izquierdas será, por lo pronto, la de buscar confluencias renovándose y abriéndose democráticamente a los distintos movimientos sociales que resisten en las calles y en los puestos de trabajo a las políticas de austeridad. Ese radicalismo que va a la raíz de los problemas ecológicos, económicos y sociales es el mejor, y acaso el único, antídoto contra la amenaza de un renacer del extremismo de derecha en Europa. Preparar alternativas de gobiernos de izquierda resueltos a avanzar con programas realistas en el proceso de ruptura con el suicida e inviable federalismo autoritario de la actual UE y empezar a dar pasos decididos hacia un federalismo democrático amigo de la soberanía popular de la Europa de los Pueblos y los Ciudadanos es ahora mismo la mejor forma de poner por obra ese necesario radicalismo.

N. de la R.
Antoni Doménech
es el editor de SinPermiso. Gustavo Buster y Daniel Raventós son miembros del Comité de Redacción de SinPermiso.
Este artículo se publica con la autorización de SinPermiso.