El arte de la torpeza

Pablo Iglesias conversa con Mariano Rajoy.

Mi Columna
Eugenio Pordomingo (30/12/2016)
Una vez, andaba yo por Galicia, y me topé con un empresario, de los serios, de los que –al menos que yo sepa- no participaba en las muchas corruptelas habidas en las tierras de Breogán –ni más ni menos que en el resto de España-, ni recibía subvenciones político-institucionales al socaire de la amistad, afinidad política o, simplemente, mordidas al uso. Don Manuel gobernaba por entonces en aquellos lares.

Extrañado yo, de cómo un hombre como Xosé Cuiña Crespo, por entonces Conselleiro de Política Territorial (Urbanismo), y hombre muy poderoso en esa etapa, había llegado tan alto en la política y en la riqueza, se me ocurrió preguntarle su opinión al respecto. Mi percepción por entonces era que para llegar a esa cima del poder se debían tener más capacidades, atributos  y valores.

Yo tenía una respuesta a esa pregunta. Más bien una certeza, pero ahora no viene a colación comentarla, especialmente porque el aludido murió de una septicemia hace ahora varios años.

El empresario me miró perplejo y me dijo: “parece mentira, los madrileños es que os creéis que lo sabéis todo y no os enteráis de nada. ¿Cómo pudo llegar tan arriba ese hombre?, pues es muy simple. Sin entrar en otras valoraciones ni adentrarnos en jerigonzas, Cuiña es osado” -y acercándose a mi pabellón auditivo volvió a repetírmelo, pero ahora más alto- ¡Osado!”.

Me quedé pensando. Y reflexioné: Si los osados siempre son los que “se comen el mundo”, bastaría con lanzarse, ser osado, y punto. Pero no, que va. El juego de cartas de las “siete y media” te enseña mucho. Ya se sabe, o te pasas o no llegas. Yo creo que los osados se parecen más a las culebras y a las rapaces. Recuerdo esa espléndida frase, de autor o autora anónimo, que dice así: “Los puestos eminentes son como las cimas de los peñascos, sólo pueden llegar a ellos las águilas y los reptiles”.

Osado fu Ícaro y ya saben cómo le fue. Dédalo, su padre, que era arquitecto, había fabricado unas alas a base de plumas de ave pegadas con cera, con el objetivo de abandonar la isla de Creta donde estaban secuestrados. Ícaro no hizo caso a su padre que le había advertido que no volase demasiado alto ni bajo. Si volaba alto, el Sol podría derretir la cera, las alas se romperían, y caería al mar; y si volaba bajo, la espuma del mar las mojaría y no podría volar. No le hizo caso, y  comenzó a  ascender y ascender. El calor del Sol derritió la cera y las plumas se desprendieron y cayeron al mar, y él también.

El osado inteligente suele medir sus fuerzas. Actúa con sentido de equilibrio, algo muy difícil. A Ícaro, como a muchos, le pudo la soberbia, el ansia de ser más y más, de poseerlo todo.

Ya se sabe que un osado puede ser inteligente o no, aunque eso de la inteligencia es como ser alto o bajo; guapo o feo. Todo depende con quién se compare uno. Lo peor es un osado torpe y que encima se cree listo y con capacidades.

Ese mismo empresario gallego me contó algo muy interesante sobre Manuel Fraga. Me dijo Manoliño es muy listo, en su cabeza le cabe todo, y digo todo. Pero es torpón. Y me puso un ejemplo: “Mira Eugenio –me dijo, mientras me agarraba con fuerza de un brazo y me señalaba a una enorme vaca lechera, con enormes ubres que rozaban el pasto-, ves esa vaca. Y ves como la ordeña el ganadero. Y con qué cuidado recoge el cubo y vuelca su contenido en la lechera”. Pues Fraga es de los que ordeña la vaca, encima le hace daño; llena el recipiente y  en un descuido, por ir deprisa y agitado, derrama la leche en el suelo”.    

De maestros en la torpeza está llena nuestra clase política. Pero lo del PSOE y Podemos es que no tiene nombre. No voy a entrar en debatir sobre la corrupción en la que está inmerso el socialismo, ni tampoco en las guerras fratricidas en las que anda, ni les voy a dar dolor de cabeza con relatar la enorme crisis en la que se revuelca la Socialdemocracia europea. De momento, no hay farmacopea que sane ese mal ni  vacuna que lo prevenga.

Lo de Podemos es otro cantar. Todo parecía ir de rositas, habían recogido las semillas de la indignación ciudadana, hasta que se pegaron el hostión de perder un millón de votos en las últimas generales. Fue un bofetón  que les volvió a la realidad. Estaban en el nirvana  y despertaron. Y ahí fue el punto de partida para el gran choque que se avecina.

El carteo entre Errejón e Iglesias es de colegio. No sé si de pago, público o concertado, pero de colegio y de parvulario. El resto de los cuadros del partido, como corderos han seguido a sus dirigentes al sonido del cencerro. La batalla está servida, y por mucho que quieran maquillarla,  las heridas son visibles.

Pablo Iglesias ha pedido perdón a través de un video que, vamos, yo despedía de inmediato al encargado del departamento de  comunicación. ¡Qué bodrio señor! En ese video, Iglesias alude a la “espiral de torpezas”, que yo diría “saco de torpezas”.

Me cuentan que Mariano Rajoy, nada más ver ese video, pidió un puro a Jorge Moragas, se sentó en el sillón, y mientras despedía el humo por su boca, con parsimonia dijo: “Señor, no me des más poder, ya tengo bastante”.

No sé quién mencionó eso de que la torpeza es una cualidad humana; los animales nunca son torpes.





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Editor y Director: Eugenio Pordomingo Pérez. Editado en Madrid. ISSN 2444-8826

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