La Incógnita del Presente

Sin Acritud…
FV (20/12/2017)
En la década de 1990, diversos países del mundo iniciaron un proceso al que se podría describir como de desguace del “Estado de Bienestar” que implicó la transferencia de algunos sectores que se consideraban estratégicos, a manos privadas. Así muchas explotaciones de recursos naturales, empresas de distribución eléctrica, de telefonía, medios de comunicación, servicios de agua, de salud, educativos etc. pasaron bajo gestión privada, supuestamente controlados por el Estado a través de instituciones intermedias o entes reguladores integrados por representantes estatales, empresariales y en algunos casos por consumidores y usuarios.

El fenómeno atravesó el globo llegando a países que, desde un régimen estatista adoptaron un capitalismo corporativo de empresas concentradas, en el marco de un esquema no democrático como el caso de China, o en un capitalismo feudal que cedía el control de la economía a los antiguos grupos de poder que durante el régimen de la postguerra integraban la nomenclatura gobernante (fenómeno en general ocurrido en países comunistas, en el oriente europeo) y que, gracias al peso específico económico adquirido en la era soviética, pudieron hacerse del control privado de sectores antes estatales; tal el caso de Rusia y de los países que integraban la desaparecida Unión Soviética.

La clase media global creada en la post guerra por el estado keinesiano o de bienestar y que había sido representativa del ideal político y social del occidente; inicialmente se había identificado en la década del ’90 con la tendencia privatista; y votó masivamente a Ronald Reagan en Estados Unidos, a Margaret Tatcher en Inglaterra, a líderes “socialistas liberales” como Felipe González en España o François Mitterand en Francia, a peronistas “modernos” como Carlos Saúl Menem, a demócratas cristianos de centro Patricio Alwyn o Eduardo Frei en Chile, etc., para dar sólo unos cuantos ejemplos representativos de la tendencia.

Sin embargo esa misma clase media, de gran peso político en países desarrollados o en vías de desarrollo, profesionalizada, relativamente culta e informada, aspiracional, meritocrática y orgullosa firmó, con su adhesión (mayoritaria) al proyecto neoliberal, su propio certificado de defunción y en menos de una generación se degradó, laboral, cultural y económicamente.

¿A qué responde ese fenómeno social, que se ha dado en países tanto europeos (como España, Francia e Inglaterra y en países sudamericanos como Argentina y Chile)? Para poder contestar esta pregunta cabe hacer una anterior: ¿Cómo es que el consenso mundial de la postguerra derivó en la necesidad de generar un estado de bienestar medianamente distribucionista, en varios países de occidente?

Una respuesta posible (siempre para occidente) a la segunda de las preguntas, estribaría en la necesidad de lograr cohesión social frente a un enemigo demonizado como lo fue el régimen comunista liderado por la Unión Soviética. Cualquier manual de estrategia establece que las fidelidades políticas y aún nacionales deben ir sustentadas por algún beneficio del ciudadano, por alguna participación en la riqueza de la nación, por algún reconocimiento al menos simbólico de su valor y utilidad a la causa nacional (para ello las guerras suelen ser muy útiles, ya que le dan la oportunidad a las clases más desposeídas de legitimarse como ciudadanos). De hecho los grandes fracasos, desapariciones y escisiones estaduales en la historia se originaron a partir de la pérdida, por parte de la población de la sensación de pertenencia a un colectivo que los represente y los ampare. ¿Cómo no demostrar que en occidente se vivía mejor que en Rusia o la China comunista?

Deng XiaoPing

Japón y la entonces Alemania Occidental fueron los buques insignia de un capitalismo que quería y necesitaba mostrarse próspero y eficiente en el “efecto derrame” hacia las grandes masas medias de profesionales, intelectuales y obreros calificados, creadas por el crecimiento insuflado por los capitales norteamericanos del Plan Marshall.

El clímax de euforia ocurrió cuando la implosión de la Unión Soviética “demostró” que la eficiencia del capitalismo de occidente era imbatible y el festejo fue global. Ciudadanos del mundo occidental se regocijaban con la demolición del muro del Berlín, con el retiro pacífico de las tropas rusas de los países de Europa oriental. Los líderes occidentales aplaudieron al premier soviético Mijail Gorvachov impulsor de las primeras reformas capitalistas de la Unión Soviética y fundaron conjuntamente el denominado “Consenso de Washington” que sentaba las bases capitalistas universales que regirían desde entonces el mundo finisecular.

Paralelamente en China, Deng Xiao Ping líder del partido comunista Chino, impuso reformas capitalistas en un esquema autoritario, impulsando lo que en la Argentina de Juan Domingo Perón se denominó en los años 50 “sustitución de importaciones” y comenzó a promover fábricas que manufacturaban peines y juguetes primero, hasta tractores y camiones, pero a diferencia de lo ocurrido en Argentina que desarrolló una clase trabajadora amparada por legislación social y bien paga, en China se basó en mano de obra que para los estándares occidentales hubiera sido considerada “esclava”.

Tres acontecimientos signaron la economía de occidente: el primero, la progresiva apertura de los mercados occidentales a las manufacturas chinas proceso iniciado tímidamente por Richard Nixon, el segundo la masiva incorporación de Europa oriental a la economía occidental y el tercero, la desaparición de un modelo político-económico antagonista al capitalismo; como lo fue la Unión Soviética, que implementó una economía dirigida y un régimen político que imponía férreas limitaciones a las libertades políticas.

Con la apertura hacia China, las factorías occidentales debieron competir con estándares “chinos” que implicaban exiguos costos laborales, inexistentes costes en seguridad y salubridad y ningún costo relacionado con el cuidado y preservación del medio ambiente; lo que sedujo al capital occidental que progresivamente fue trasladando sus plantas fabriles al oriente y cerrando sus plantas manufactureras en occidente.

Con la caída de la cortina de hierro (sumado ello al traslado de fábricas a china), se produjo una sobreoferta laboral de la que Europa no se recuperó hasta el presente, manteniendo hasta la actualidad altos índices de trabajo precarizado y de desocupados laboralmente calificados, lo que a su vez produjo una crisis previsional; en los sistemas de reparto porque lo recaudado por cada generación posterior a la postguerra resulta insuficiente para atender a la demanda previsional posterior y en los sistemas de capitalización porque las crisis recurrentes afectaron su rentabilidad.

Por último la instauración de un paradigma político único desalentó los temores políticos que justificaban frente a la “amenaza roja”, una versión “humanitaria” del capitalismo, representada por el concepto de “estado de bienestar”.

Frente a este nuevo escenario, se produjo un importante deterioro de la representatividad política. La precarización cultural de la otrora influyente clase media, le ha impedido discernir con claridad el fenómeno de la disolución de los paradigmas políticos tradicionales; ayudado este fenómeno por un complejo y concentrado universo de medios de comunicación que presentan, por ejemplo, candidatos “socialistas” que adoptan medidas neoliberales; en un contexto político indiferenciado cuyos extremos (tanto de la izquierda como de la derecha) cumple una función doble: por un lado demostrar que la pluralidad ideológica es real a tal punto que un neonazi o un fascista pueden ser electos diputados; pero por el otro espantar a la otrora culta clase media -en cuya memoria histórica reciente sigue patente el nazismo-, y que por ello termina votando a las opciones tradicionales neo-liberales en sus versiones de centro izquierda o de centro derecha.

De esta forma, las políticas que implementan los partidos tradicionales concentran la economía disminuyendo el rol del estado; lo que a su vez implica una progresiva disminución de los estándares de calidad que recibía la sociedad en materia de educación, salud y seguridad. Sin alternativas políticas frente a un Estado que reniega de sus funciones mientras grandes corporaciones financieras determinan las decisiones económicas por encima de cualquier autoridad electa, la sociedad va poco a poco llegando a un hastío generalizado.

Ronald Reagan

Cuando parte la sociedad comienza a entender el costo de su degradación laboral, previsional, económica y sobre todo educativa-cultural, con lo que cada vez tiene menos herramientas para entender en profundidad el fenómeno; en el mundo ocurren grandes fenómenos que neutralizan su reacción. En Europa a la crónica crisis económica se agrega el problema inmigratorio masivo (originado por decisiones tomadas por la misma clase política que ha gobernado las últimas décadas) y el terrorismo, cuyos complejos orígenes también comprometen la responsabilidad y participación de la referida dirigencia. En América latina, dos problemas críticos se suman a las crisis económicas: el narcotráfico y –muy vinculado a este fenómeno-, una delincuencia común generalizada que las fuerzas de seguridad no pueden controlar.

Frente a este panorama, tanto en Europa como en América Latina la solución que proponen en general las autoridades de los diferentes países implican, un aumento del control social, un incremento de medidas represivas y una mayor transferencia de recursos púbicos de las ya exiguas áreas sociales y educativas a las áreas vinculadas a la seguridad interior. Ello, por su parte, genera una disminución de la calidad de vida de la antigua clase media, que debe pagar por su educación en un servicio educativo mediocre y mercantilizado porque la educación pública está degradada y que en la mayoría de los casos le impide estudiar en la universidad; que debe pagar por su salud, cifras exorbitantes porque los sistemas de salud estatales están colapsados y pésimamente mantenidos, que debe pagar por vigilancia privada quedado como rehén de sus propios custodios, etc. Sin embargo, sin herramientas culturales, sin formación crítica, aterrorizada por el terrorismo o la delincuencia, desinformada y embrutecida por los medios de comunicación, una sociedad antes próspera sigue apostado políticamente por variantes de una misma plataforma política.

¿A qué responde ese fenómeno social, que se ha dado en países tanto europeos (como España, Francia e Inglaterra y en países sudamericanos como Argentina y Chile)? La respuesta está dada.

N. de la R.
Este artículo se publica con la autorización de Diario El Peso.