Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso EFE-

España
José Alejandro Vara (28/10/2021)
Moncloa designa a un nuevo conjurado para acabar con la presidenta. Génova, al tiempo, afila su estrategia. Ofensiva cruzada contra la líder madrileña

El último héroe desubicado que Pedro Sánchez ha expelido para ultimar a Isabel Díaz Ayuso se llama Juan Lobato, apellido como de pietierno de los scouts, madrileño, 36 años, chalet con jardín y tres hijos (según lo cuenta El País). Acaba de ser elegido secretario general de los socialistas madrileños, un cargo que, como ocurre con el de fiscal general, parece aquejado del estigma del malditismo.

Antes se remitió desde la Moncloa a un Franco, el animador del contagio feminista del 8-M y que ahora sestea en el negociado deportivo jugando al futbolín con un Rubiales y no es apodo. Luego se le encomendó a Illa el sepulturero, quien, en su condición de ministro del ramo sanitario, se encargó de organizar la ofensiva contra Madrid, que se sustanció en una oleada de boicots, tanto a la compra de material, a los hospitales Ifema Zendal, al control en el aeropuerto, hasta culminar con un estado de alarma excepcional, diseñado ex profeso contra la Comunidad y que finalmente tumbó un juez por ilegal, irregular y patoso.

Enviaron más tarde a Gabilondo, frailuno e hipocritón, ese señor alto y feo que habla con un academicismo torturado y que recibió lo suyo, y lo de los otros, en las urnas el 4-M. Ahora lo han acomodado en un despacho inútil y prejubilar. También lo ha intentado Ximo Puig, el incompetente cacique levantino, que promovió sin demasiado éxito un impuesto especial a los madrileños simplemente por serlo. Se suma ahora a la procesión de los ineptos, a esta cofradía de los aspirantes a verdugos del Kilómetro Cero, nada menos que Rodríguez Zapatero, lustroso correveidile de monstruos aberrantes, desde el Caribe a Bilbao, luciendo la pantorrilla por la Plaza de San Jaime. «Ayuso banaliza el mal«, ha berreado, para replicar su argumento de que la banda ya no mata porque no lo necesita, puesto que está en las instituciones. Una variante de lo de Savater: «ETA mataba por algo y ahora estamos en ese algo«.

El propio Sánchez, quijada de granito, ética de cochambre, bordeó la estratosfera del ridículo al protagonizar una rueda de prensa, inédita e irrepetible, en pleno vuelo sobre Senegal, dentro de un periplo estrafalario montado tan sólo al objeto de bombardear sutilmente la gestión del Ejecutivo madrileño. Jamás se había contemplado disparate de tal magnitud. Los periodistas que compartían cabina en el aparato presidencial aún se pellizcan al recordar semejante desquicie.

Apenas aparecen registros recientes en nuestro ámbito geopolítico sobre la existencia de semejante animadversión, rayana en lo delictivo, por parte de un Gobierno central contra una de las regiones. La persecución va más allá del ámbito de la pandemia. Acaba de concretarse en la previsión de los Presupuestos, con una partida para Cataluña diez veces mayor que la destinada a Madrid, que recibirá el año próximo, si todo se queda como está, un ocho por ciento menos que en el ejercicio anterior. Ayuso se queja, al parecer con razón, y habla de que quieren asfixiar Madrid. Tal parece. Desde el lado de la ofuscada piara de la republiqueta y el virolai lanzan voces que la acusan de ‘victimismo’ y hasta de fomentar eso que llaman ‘nacionalismo madrileño’. Es gente, como se puede apreciar, que ha viajado poco extramuros de su ombligo estrellado.

Al tiempo que Sánchez alimenta su ira contra Madrid, quizás para espantar las turbulencias apreciables en sus propias filas, muy rayanas en lo huracanado, se detecta también un incremento sísmico en el seno del primer partido de la oposición. La convención itinerante del PP por los pueblos y plazas de España culminó con bien, en una apoteosis taurina en Valencia que despejó dudas y enalteció los espíritus en torno a la figura de Casado. Ayuso, que llegó con la lengua fuera desde Washington, para que no dijeran, se comportó con la dignidad del buen militante, elogió con insistencia a su presidente y negó unas cuantas veces cualquier propósito de que sus ambiciones vayan más allá de Sol y de ocho años.

Aun así, en las zahúrdas de Génova, como un volcán de envidia, bullen sin reposo insidias y navajeos, en una liturgia próxima al martirologio. El presidente del PP reprime su entusiasmo al referirse a ella y siempre saca a colación a José Luis Martínez-Almeida, quizás para diluir protagonismos y sembrar incertidumbres. Teodoro García Egea, número dos de la formación, aparece como el gran diseñador de una estrategia para rebajar las ínfulas de la presidenta, caso de tenerlas, y entoñar su inevitable protagonismo en el subsótano de la irrelevancia. De ‘valido de Pablo’ ha pasado a incorporarse a la categoría del delfinazgo, caso de que las cosas se tuerzan para el PP en la gran contienda electoral del 23/24. La derecha española es muy dada a conspiraciones y venganzas, algo propio de digestiones dificultosas y cráneos retorcidos. Eso lo sabe Ayuso, que opta por defenderse con calma pero responder con firmeza. «El valor oculto dista poco de la cobardía escondida«, cantaba Horacio.

Está hasta las narices de todos esos. Aún faltan nueve meses, un embarazo largo y tedioso, hasta que se concrete el congreso del PP madrileño, en el que, pese a versiones publicadas estos días, cabe pensar que se coronará como figura máxima en el organigrama del partido en su región. Las puñaladas internas, que crecerán de volumen e intensidad, se antojan tan inocuas y estériles como esa «contundencia constructiva» que el pietierno Lobato pretende desplegar hasta las elecciones. Cuidado. «Pocos saben de lo que es capaz una mujer furiosa«, advertía Virgilio. Algunos, que pretenden achicharrarla en la parrilla, desconocen aún con quién están tratando.

Fuente: VozPopuli