Residentes caminan junto a edificios destruidos por el terremoto en la ciudad siria de Jindayris. Foto: Mohamed Al-Rifai

Internacional
Miguel Molleda  (17/4/2023)
En una reciente rueda de prensa en la sede de Naciones Unidas en Nueva York, Farhan Haq, uno de los portavoces del secretario general, esquivó como pudo, y pudo más bien mal, las preguntas del periodista chino, Edward Xu, acerca de la ocupación militar estadounidense en Siria. En sus sorprendentes respuestas, el portavoz aseguró que “no hay ninguna presencia militar de Estados Unidos dentro de Siria”. En sus preguntas y repreguntas, Xu dejó en evidencia al portavoz de la ONU, demostrándole con informaciones y datos la conocida ocupación militar estadounidense en el noreste de Siria y la hipocresía y doble vara de medir del organismo internacional, que condena la ocupación militar rusa de una parte de Ucrania, pero ignora e incluso niega la ocupación de Washington de territorio sirio de similar extensión. Y no solo ocupa, sino que Estados Unidos se ha apoderado de la producción de petróleo existente en esta parte nororiental del país árabe.

Poco tiempo antes de este episodio de ignorancia sobrevenida del portavoz de Naciones Unidas, extensible al enfoque informativo de los medios de comunicación corporativos sobre lo que ocurre en Siria y en Ucrania, un contratista de armas estadounidense había resultado muerto y otros seis norteamericanos cayeron heridos como consecuencia del ataque de un dron suicida en el noreste sirio. El bombardeo kamikaze había ocurrido en un puesto militar avanzado conocido como RLZ. Otro ataque de los más de 80 ocurridos en bases militares estadounidenses en Siria y en Irak desde enero de 2021.

Estados Unidos acusó de esta nueva acción hostil a las milicias iraníes, que operan dentro de territorio sirio en ayuda del régimen de Damasco. Pero lo cierto es que ingentes cantidades de armamento norteamericano de tránsito por Siria, han desaparecido en traslados a los que no son ajenos los grupos armados sirios aliados de los norteamericanos. Muchos de estos grupos son responsables de la destrucción que ha sufrido el país, inmerso desde 2011 en una terrible guerra civil convenientemente atizada por Estados Unidos e Israel para derrocar el gobierno de Bashar al-Asad, que ha podido sobrevivir gracias a la ayuda militar de Rusia, Irán y la milicia chií libanesa de Hezbollah, pese a las embestidas del Estado Islámico y los llamados grupos rebeldes sirios.

Pero Naciones Unidas no solo pretende ignorar la ilegal ocupación militar estadounidense en el norte sirio. La ONU voluntariamente ignora también los casi diarios bombardeos que Israel lleva a cabo contra distintas localidades de Siria, incluida la capital del país, Damasco, lo que supone una grave violación del derecho internacional, asimismo rutinariamente ignorada por los grandes medios de comunicación. Los mismos que, eso sí, diariamente informan de la guerra en Ucrania.

Si el periodista chino, Edward Xu, puso de manifiesto la doble vara de medir de Naciones Unidas en los conflictos, y la hipocresía internacional en el tratamiento de la guerra de Rusia en Ucrania, respecto a la ocupación militar de Estados Unidos en Siria, un reciente y devastador terremoto nos iba a enseñar que hasta la ayuda humanitaria, lejos ya de ser un principio absoluto y sacrosanto del derecho internacional humanitario, se ha convertido en una nueva y sectaria medida que nos habla del carácter benefactor de una sociedad occidental inmersa en una patética crisis de valores.

A principios de febrero de 2023, un potente terremoto causado por las fallas de Anatolia Oriental, generó una gran destrucción y miles de muertos en el sur de Turquía y norte de Siria. Destrucción y muerte que, en el caso sirio, hay que añadir a los estragos causados ya en el país por la guerra de 2011 con sus cerca de 300.000 muertos y 13 millones de desplazados y refugiados.

Aunque el accidente nuclear de Chernobil nos había mostrado que las fugas radiactivas tenían fronteras administrativas, hasta el día de hoy conocíamos que un grupo de hombres y mujeres de buena voluntad no iban a apartar la mirada, ni a detenerse en una frontera ante la necesidad vital de miles de seres humanos afectados por el flagelo de la guerra, o por una tragedia, esta vez, causada por la naturaleza.

El reciente terremoto de Turquía y Siria nos mostraría otra nueva y terrible realidad de nuestros días: los sirios no existen. Para la bien pensante y humanitaria comunidad internacional, los sirios no perecían bajo las ruinas de sus maltrechas viviendas, zarandeados hasta la muerte por las fuerzas telúricas desatadas y necesitaban urgentemente nuestra conmiseración y ayuda, como, sin embargo, si se ofrecía y se llevaba al sur de Turquía. Para estas sociedades y sus dirigentes, los sirios son más bien inhumanos, subhumanos, o acaso apenas avatares, seres virtuales. Los gobiernos occidentales, comenzando por Estados Unidos y siguiendo por los de la Unión Europea, tan solícitos en el envío de armas para alimentar la guerra en Ucrania, decidieron cerrar los ojos a la ayuda humanitaria que necesitaba el pueblo sirio tras el terremoto de febrero.

Washington, lo mismo Bruselas, que pese al terremoto apenas levantó las sanciones económicas que han causado terribles penurias a la sociedad siria, prohibió la ayuda humanitaria a Damasco y todo por el bien de la democracia, al estilo occidental, en Oriente Medio. Como en su día le ocurriera a los malhadados iraquíes, en proverbial frase de aquella gran mujer, Madeleine Albright: “Si el precio a pagar para la democracia ha sido la muerte de 500.000 niños (iraquíes), ha valido la pena”. Lo mismo le ha ocurrido ahora a los niños sirios y todo el resto de víctimas sirias del terremoto de febrero; víctimas asimismo de nuestro humanitarismo de comedia, que en realidad solo oculta una caridad ficticia, un humanitarismo empleado como otra arma de guerra.

Por eso, los occidentales no hemos prestado ayuda a los sirios, antes al contrario, permitimos, sin la menor mala conciencia, que los aviones de guerra de Israel, bombardeasen incluso el aeropuerto de Alepo, nudo de comunicación vital de la limitada ayuda humanitaria que el gobierno de Damasco enviaba al zarandeado norte del país. Y todo ello salpimentado por unos medios de comunicación que ni siquiera fueron capaces de plantear las preguntas pertinentes: ¿Por qué no estamos ayudando al pueblo sirio? Posiblemente, porque los sirios no son merecedores de nuestra televisada caridad de sainete, al estilo occidental.

Miguel Molleda ha sido reportero de guerra y corresponsal internacional para la radio pública española. Premio del Club Internacional de Prensa por su cobertura de la Crisis de los Grandes Lagos en el genocidio de Ruanda.

Fuente:
Globalter.