Aristarco (5/1/2009)
Sin necesidad de mayor reflexión, uno desearía que el futuro nos libre de la crisis y también de ZP. Bueno, mejor dicho, de la doble recesión. En lo económico, al parecer decrecemos, que es lo que define la recesión; en lo político, eso ha entrado no ya en el segundo trimestre sino en la segunda legislatura.

Ahora, al subir la cuesta de enero, procede volver la vista atrás, si no para recordar todo un lustro, sí al menos algo del 2008.Y, al darle vueltas al magín, el nuevo Gobierno de ZP induce a llevar a cabo alguna comparación literaria.

La referencia oportuna sería Orwell. ¿Cómo no relacionar el Ministerio de Igualdad, sacado de la manga por Zapatero, con aquellos ministerios que ideó Orwell, en su obra 1984 , para describir el Estado sometido al Gran Hermano: el Ministerio de la Verdad, el Ministerio de la Paz, el Ministerio de la Abundancia y hasta un Ministerio del Amor. La nueva lengua que acompañaría a tal diseño de control extremo por el poder, aplicaría las denominaciones de Miniver, Minipax, Minindancia y Minimor. El adjudicado a Bibiana Aído hubiera podido ser el de Minialdad. Desde luego, en cuanto a su carácter teórico, abstracto, casi arcangélico, no desmerece de los otros. Más bien los supera, por su solera histórica, cincelada, paradójicamente,  como lema movilizador de la Revolución Francesa. Enarbolado para el regicidio, y hasta el Terror (con mayúscula), con la aplicación de la guillotina. Por fortuna, la ineficacia del Ministerio de Igualdad ha evitado que aquí el exigente postulado avance tanto por  esos derroteros, como por cualesquiera otros.

Si la «neolengua» orwelliana convertía el significado de palabras en antónimos de las mismas («la guerra es la paz»; «la libertad es la esclavitud»), la igualdad sería, exactamente, la desigualdad. Había que justificar las prebendas de los políticos -gastos reservados, escoltas, jubilaciones ventajosas o, más bien, ventajistas…- en relación con el españolito de a pié. Esa es la igualdad por el forro.

Bernat Soria, un médico desmarcado del juramento hipocrático, porta la cartera de Sanidad para impulsar la muerte asistida. Fernández Bermejo, desde Justicia, enerva  a los jueces. Carmen Chacón, titular del Departamento de Defensa (con reminiscencias ya irreconocibles del antiguo Ministerio de la Guerra) no está claro a quienes está dispuesta a defender, con el corazón entre Cataluña  y Quebec. La reprobada por el Senado y vuelta a nombrar por Zapatero como Ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, actúa como si fuera promotora de Hundimientos y Daños Diversos. Para qué seguir  con otros (Miguel Sebastián, Mercedes Cabrera…); sería estirar el texto, pero pocos se salvarían. Forman el equipo propio del personaje orwelliano que los seleccionó.

Un articulista, Antonio Caballero, se permitió hace tiempo calificar el 1984, de Orwell, de libro simplón e ingenuo. ¡Menuda petulancia! , de crítico a la violeta. Orwell, en verdad, sin entrar en cuestiones personales, cada día parece más genial como escritor que alertaba del futuro. Haber sido capaz de anticipar perfiles tan atrabiliarios como los de Zapatero y sus mariachis, implica una imaginación fuera de serie.

Ni Balbás, ni Leguina, ni siquiera Alfonso Guerra, con su mentalidad de hombre de teatro, supieron  presentir cómo era Zapatero. Sólo la creatividad de Orwell, desde la distancia, vaticinó auténticas señas de identidad aplicables al leonés de Valladolid.