España
José Manuel González Torga (4/1o/2012)

José Manuel González Torga
José Manuel González Torga

El pensamiento político de la Grecia  clásica entendía que, con arreglo a las propias leyes de la naturaleza, los seres humanos tendían a vivir en sociedad, tratando de aplicar los principios de la razón.

Cuando el profesor de la Universidad de California, Raymond Gettell, en su ´Historia de las ideas políticas´, trata aquella época, extrae una observación, con significación de contrapunto: «Los dioses  o las bestias  son los únicos seres que pueden vivir sin sociedad». Situados por encima o por debajo de la razón humana, podríamos colegir, los primeros y los segundos respectivamente. Este instrumento del pensar no contiene soluciones apriorísticas; pero permite discurrir para hallar resultados válidos.

Una larga sucesión de estudiosos ha ido concatenando conceptos y doctrinas, cuya diversidad ofrece un universo englobado bajo la terminología de las ciencias sociales y políticas.

En cuanto al ejercicio político se ha clasificado más bien por muchos autores como un arte o una destreza, en principio compatible con el buen criterio.

La verdad sin embargo, es que en los últimos años, cada vez encuentro menos racionalidad en el tratamiento de  problemas políticos españoles de grueso calibre. Se da de bruces con una coherencia mental básica.

Pongamos el foco sobre algunos casos.

Ofensiva de la casta separatista de Cataluña
La oligarquía que maneja los resortes del poder en Cataluña, insatisfecha de su nivel regional-autonómico, quiere elevarlo a cúpula estatal. Que ni siquiera acabaría ahí, porque sus ínfulas imperialistas sueñan con los «países catalanes», invadiendo otras autonomías.

Lo cierto es que Artur (ya bien mayor perdió la «o») Mas, ha anticipado las elecciones y desafía al jefe del Gobierno español -por concretar en el vértice del poder ejecutivo- con la convocatoria de un referéndum secesionista en las cuatro provincias de Cataluña.

Desde el Gobierno español, ante ese anuncio transgresor, se responde con meras e insuficientes invocaciones  a la legalidad. Desde la Generalidad, con un historial de manipulación en la enseñanza  y en los medios informativos, la pasividad ante mandatos de las leyes estatales  y el incumplimiento de sentencias del Tribunal Supremo, se pasa ahora a atizar manifestaciones separatistas y a desintegrar la unidad de España. En otro nivel, entre municipios catalanes, que arriaron la bandera española, oficialmente exigible, se contagia un reguero de proclamas centrífugas de España.

Frente a una política de hechos consumados en Cataluña, el Gobierno español simplemente advierte que  existe una legislación -algo obvio- pero exhibe su inoperancia mientras la acción requerida parece encomendada a Don Tancredo.

De la Constitución se ha aplicado, sin tardanza, el artículo 2 («…derecho a la autonomía de las nacionalidades…») lo que era una bomba de espoleta retardada. Por el contrario, parece letra muerta el artículo 8, en cuanto a su mandato de que las Fuerzas Armadas tienen como misión defender la «integridad territorial y el ordenamiento constitucional» de España.

Hasta da la impresión que suena  muy fuerte la intervención coercitiva del artículo 155, cuando mucho más fuerte es plantear la secesión, encabezada por el propio representante del Estado en una Comunidad Autónoma, que es quien la preside.

Un Gobierno que no evita, resuelta y diligentemente, una secesión, incumple una obligación esencial. En el supuesto inverosímil de que Cataluña  se separase de España mientras mantenemos Artur Masuna presencia militar en Afganistán, la representación superaría cualquier escenario del esperpento valleinclanesco.

Claro está que se empieza por evitar en el lenguaje términos tan elementales  como España, unidad nacional, Patria o patriotismo, y la dialéctica queda reducida a si la secesión nos empobrece, haciendo la cuenta de la vieja. La economía es muy importante; pero la mutilación adquiere tintes gravísimos.

¿Por qué hablamos de crisis y no de aniquilamiento?
Zapatero
no aceptaba que sufríamos una crisis económica en España. La oposición de entonces, sí. Pero cuando lleva unos meses gobernando con mayoría absoluta, el empeoramiento progresivo ya nos sitúa más allá de la crisis y de la recesión, hasta caer en la estanflación. Vamos hacia el aniquilamiento de lo conseguido en una incipiente sociedad del bienestar.

Siguen, en su tiempo,  jugando asimismo con el lenguaje. Tanto Zapatero antes como Rajoy ahora -tristes continuidades de uno a otro – coinciden en sermonear, en tono melifluo,  con que nos «piden sacrificios». Nada más falso. No nos piden nada. Nos exigen, nos imponen recortes y cargas a cuantos no disponemos de una SICAV o de ciertas percepciones exentas de tributación, como existen para la clase política.

Luego está la falta de correspondencia entre causantes y paganos. En el ámbito español existen causantes de la cantera financiera y de la cantera política. En esta última sobresale el PSOE, pilotado con la peor deriva por Zapatero; pero también quienes contribuyeron a arruinar determinadas regiones  (el PP, sobre todo en Valencia; el tripartito y luego CIU, en Cataluña; el pentapartito en Baleares; Coalición Canaria en su archipiélago; otra vez el PSOE en Andalucía, en Galicia, con el Bloque…). Pues, el gobierno de ZP fue despedido con condecoraciones, dignas de mejor causa, y buena parte de las huestes de su confianza permanece enquistada en los pliegues burocráticos de la Administración del Estado. Las adiposidades del favor político también perduran gravosamente.

En cuanto a las entidades financieras, esquilmadas por la toxicidad de productos circulados sin prevención o por la insaciable voracidad de sus ejecutivos, aparecen como vacas sagradas – más que en la India -que han de ser salvadas a costa de los sufridos contribuyentes españoles-  de éstas y de las siguientes generaciones, conservando además nóminas de lujo para los fracasados especialistas de la ingeniería financiera. Paradójicamente sobreviven al desastre que causaron, como las mismas agencias de calificación.

El despropósito resulta evidente: los causantes, en general, indemnes; y  con los paganos, mano dura para estrujarlos sin duelo.

Otra coincidencia en lo referente a los mensajes de antaño y hogaño. «¡No existe otra alternativa!». Mentira podrida de Zapatero y de Rajoy, por más que la suscriban los eurócratas.

Estados Unidos ha cebado la bomba del riego monetario frente a las restricciones del Banco Central Europeo, al servicio de los bancos privados. Así, la Unión Europea irá fabricando no ya euroescépticos, sino eurofóbicos.

Blindaje ideológico del Código Penal
La Administración de Juzapatero-y-rajoysticia recibe por estos pagos cada día más descalificaciones. Además, de cuando en cuando, surgen oleadas tempestuosas que se estrellan contra el Código Penal. Un crimen execrable «ad nauseam»; una excarcelación incompresible; una delincuencia multirreincidente; una trasgresión adolescente temible, pero no punible; o una posibilidad de defensa no legitimada frente a agresores temibles, forma toda una panoplia de amenazas, que contagia inseguridad y protesta entre nuestros compatriotas.

Creo que, contra lo exigible, el Código Penal vigente está muy escorado por una carga ideológica rousseauniana. Si cualquier monstruo del crimen no es, en el fondo, con tal sesgo, sino un buen salvaje pervertido por la sociedad, será ésta la merecedora del castigo. ¡Pues qué bien! Bajo la etiqueta del buenismo se esconden peligros graves. Por desgracia terminarán afectando a personas sin culpa y no a los aprendices de brujo.

Un párrafo final. He tratado de resaltar algunas perlas falsas del escaparate nacional. No son las únicas ni mucho menos; pero sí suficientes para percibir que ya no solo «manca finezza» en tierra española, como afirmaba el sibilino Giulio Andreotti. Ahora falta otra cosa más básica: la pura racionalidad.