España
José Manuel González Torga (23/9/2005)
Durante los últimos años, los periódicos gratuitos se van extendiendo por los diversos países. Son la representación viva de una Prensa reducida a la simplicidad, a la elementalidad. Carente de otra línea maestra que no sea la búsqueda de la publicidad que pague por el lector. Sólo busca un público cuanto más amplio mejor para justificarse como soporte de anuncios.
Es el último paso de un recorrido que va del periódico político al periódico mercantil. La reducción inicial de los contenidos ideológicos y el incremento de las noticias, llega a la meta -por ahora- de la gratuidad con la inanidad.
El origen del fenómeno está en el siglo XIX y ha tenido consecuencias de signo opuesto. Ha permitido crear diarios importantes, influyentes y
solventes; pero también ha permitido una degradación, una perversión revalidada por la gratuidad.
En el Reino Unido el proceso arrancó con la denominada penny press (prensa a penique), llamada del mismo modo en EE. UU., aunque allá la moneda fraccionaria circulante era el centavo.
Pero donde el punto de partida tuvo tintes auténticamente trágicos fue en Francia porque, simbólicamente, estuvo marcado por el desenlace mortal de un duelo.
La víctima se llamó Armand Carrel (1800-1836), director del diario Le National, órgano liberal de oposición, copilotado por Louis Adolphe Thiers.
Aquel periódico lideró la rèvolution des journalistes, calificativo aplicado a las Jornadas de Julio, que forzaron la abdicación del monarca Carlos X. Aquel periodista luchador por su credo político fue abatido en duelo por un colega impulsor del periódico mercantil: Émile de Girardin.
Girardin representa, así, la confrontación de la Prensa comercial, antesala de la industrial, con la Prensa de influencia ideológica. Una perspectiva básicamente mercantil frente a otra supeditada a una voluntad de misión.
El 1 de julio de 1836, Émile de Girardin ponía en circulación el primer número
de su diario La Presse. El 24 del mismo mes tiene un duelo a pistola, en el cementerio de Saint-Mandé, con su colega Armand Carrel, director de Le National. Este cuenta 36 años; aquel, 30. El encono de la polémica por el bajo precio del nuevo periódico ha motivado el desafío con arreglo a las costumbres de la época.
A veintitantos pasos el uno del otro, dispararon ambos y los dos resultaron heridos, pero el tiro recibido por Carrel, en la ingle, le llevó a la tumba. En esas trágicas circunstancias desapareció un idealista, defensor de una fórmula periodística que periclitaba.
Girardin ya había tenido tres duelos anteriores, incluido el que le enfrentó con un hermano de madre. Tras el cuarto, con tan luctuoso resultado, juró no reincidir. Lo cumplió a rajatabla, aún cuando fue abofeteado, ante el aforo de un teatro, por el escritor Bergeron, a quien había calificado de regicida. Su arrojo de espadachín, demostrado repetidamente, había dado paso a un firmísimo convencimiento de dirimir cualquier ofensa ante los tribunales. Aseguraba que «las precauciones y el misterio que rodeaban el duelo parecían más bien los preparativos de un crimen».
A la altura de 1848, durante un acto en memoria de Armand Carrel, Girardin recordó al malogrado colega e invocó al Gobierno para solicitar la prohibición de los duelos.
A ambos lados del Atlántico
Más allá de la escenografía del duelo, combinación fanática y romántica, se vivía una evolución que estaba en el ambiente, a este lado y al otro del Atlántico. En Estados Unidos abarataban precios Day y Bennett, en Nueva York, sacando respectivamente, el Sun y el Herald, a dos centavos el ejemplar en lugar de los seis que cobraban los demás cotidianos. París contó no sólo con la experiencia de Girardin, sino también con la de Dutacq, creador de Le Siècle. La cota de las suscripciones pasó a 40 francos desde los 80 en vigor hasta entonces.
Los periódicos baratos arriesgaban un horizonte de pérdidas ya que los ingresos por ventas no cubrían costos. Una forma particular de dumping, mientras la captación de publicidad pudiera crecer y aumentar las tarifas en proporción a una difusión ascendente. Había que discurrir por esa nueva vía hasta superar los gastos y llegar a obtener beneficios. Tal esquema, heredado luego con la normalidad de algo que ha sido aceptado con carácter general, constituía entonces una especie de degeneración.
Junto a la drástica rebaja económica para el lector, Girardin revolucionó estilos y contenidos. Redujo los editoriales, hizo más breves las noticias y más ágiles las crónicas; incrementó los anuncios, dotándolos a la vez de fórmulas expresivas modernizadas; y sacó partido a su aportación de los folletones, precedente impreso del serial radiofónico y hasta del culebrón televisivo. En seis meses La Presse logró diez mil suscriptores; en 1848, los acontecimientos políticos inherentes a la II República propiciaron que llegara a tirar cerca de setenta mil ejemplares.
Antecedentes del folletón
El folletón, a su vez, presenta parentesco con un tipo de adaptación al medio periodístico escrito de la denominada literatura de colportaje, es decir de vendedor ambulante (colporteur); bajo dicho marbete entraban obras apropiadas para ese género de comercialización, ediciones populares de productos diversos, entre otros, la narración sin mayores exigencias estéticas; el término paraliteratura ha sido considerado aplicable a esas novelas, al alcance, por otro lado, de las economías modestas ya que, como aparecían por entregas, eran pagadas según los plazos de las mismas.
La introducción del término feuilleton (folletín, más bien en la calle; folletón, versión usual en la inserción seriada en Prensa) queda registrada en el Journal des Débats, durante el Directorio, cuando todavía designaba un suplemento con críticas literarias y otros contenidos complementarios de los genuinos que ocupaban las páginas ordinarias.
Los fascículos del folletín nacen en Inglaterra, por 1836, vinculados a la obra de un autor tan importante como Dickens.
Las páginas de La Presse figuran como avanzada del folletón (roman-feuilleton) por obra y gracia de Girardin, a quien copia Dutacq, en Le Siècle, con un mimetismo que se extiende contagiosamente hasta generalizarse por encima de las fronteras; forma parte del nuevo perfil de periódico con precio por debajo del coste.
«El secreto -ha escrito Vittorio Brunori– consiste particularmente en idear un corte que interrumpa la historia en el punto justo, obligando así al asiduo de las entregas, a vivir momentos de espasmódica espera…».
Todavía en la segunda mitad del siglo XX, Indro Montanelli actualiza la fórmula en Il Giornale Novo mientras otro rotativo, Il Giornale de Sicilia, recupera folletones de renombre como el Cagliostro, de Luigi Natoli. France-Soir repone asimismo viejos títulos y la revista L’ Express busca el registro erótico con la novela Histoire d’O.
La Presse de Girardin contó con colaboradores de la talla de Víctor Hugo, Gautier, o Balzac. Este último publica allí algún folletón, así como George Sand, Alexandre Dumas (padre), el dandi Eugene Sue y otros autores específicamente ligados al género, entre los cuales queda memoria de Soulié y de Sandeau.
De la mano del folletón entraría en escena ese personaje apodado el negro literario. Sólo al servicio de Alexandre Dumas gira toda una nómina casi suficiente para formar una Redacción: Auguste Maquet -con participación en Los tres mosqueteros y en El conde de Montecristo –Deleherville, Lacroix, Bocage, Fiorentino– italiano, que llegó a crítico musical de La Presse -y hasta Gérard de Nerval, camino de más altos destinos.
Problemas desde siempre
Desde la cuna aparece el conflicto en la existencia de Girardin. Su madre, Adélaïde Marie Fagnan, estaba casada con el Consejero Dupuy, del Tribunal Real de París, cuando tiene este hijo con el conde Alexandre de Girardin, miembro de la familia a la que estuvo ligado, como preceptor, J.J. Rousseau. Emilio Castelar, amigo y autor de una semblanza de Girardin, deja en duda la fecha de nacimiento: 1802 ó 1805. Al bautizarle figuró como Emile Celamothe, hijo de padre desconocido y de la supuesta costurera así apellidada.
El Conde de Girardin, próximo a Napoleón, montero con el pomposo título cortesano de El Gran Cazador, contrajo matrimonio con la elegida para él por el emperador. Destinó una renta al vástago habido con anterioridad y dejó de verle tras la boda, en contra de lo que había hecho hasta entonces; eso sí, siempre guardando su identidad.
l futuro periodista, editor y escritor, vive su infancia en la selecta casa de huéspedes infantiles de Madame Choisel, con otros niños alejados de su Elpropio hogar por diferentes razones; allí estaban también dos hijos -niño y niña- de la bella Teresa Cabarrús. La madre de Émile, otra hermosa mujer, modelo de Greuze para su lienzo de La jovencita de la paloma, visita al pequeño durante algún tiempo; otro tanto hacía el conde con su uniforme de general. Agasajaban al niño como visitantes anónimos.
La situación cambia cuando el chico pasa a una buhardilla parisina al cuidado de un tacaño veterano de la guerra de Egipto. La salud del muchacho se resiente y es enviado a Normandía, donde pasa tiempo viviendo como un modesto campesino.
Reconocimiento paterno
Vuelve a París a estudiar; reencuentra a su padre muy venido a menos, por los reveses del cambio de régimen; pero que aún conserva influencia para buscarle un cometido funcionarial, de escasa duración, en el Ministerio de Bellas Artes, en calidad de agregado.
Escribe su obra Émile, basada en la experiencia vital propia, condicionante de una actitud pragmática, beligerante, dispuesta a poner en solfa convencionalismos y hasta principios tradicionalmente aceptados; su novela autobiográfica rezuma el sufrimiento inmerecido por nacer al margen del matrimonio.
Cuando resulta elegido diputado e impugnan el acta, acusándole de haber nacido en el extranjero y de no haber cumplido los 25 años que exigía la legislación, él revela las circunstancias desconocidas sobre sus orígenes. Entonces su padre le legitima.
Pasados algunos años, todavía vive el que fuera el marido de su madre. Los avatares políticos llevan a nuestro personaje ante un tribunal del que forma parte aquel magistrado Dupuy, con cuyo voto favorable, pese a todo, le llega la sentencia absolutoria.
Iniciativas periodísticas
Las primeras armas en el Periodismo del joven Émile, en 1828, le abren paso para fundar un semanario con un socio de edad similar, Lautour-Mézeray. Ponen en circulación una revista barata que espiga textos literarios, científicos e industriales de otras publicaciones. Ese recurso de selecciones, explotado con éxito, aquella como otras muchas veces, proporciona contenidos para tal iniciativa, bajo el título descarado de Le Voleur (El Ladrón). Con la cabecera, lucía unos versos de Voltaire:
«Para el escaso ingenio que aquel hombre tenía,
el ingenio de otros como suyo servía
compilaba y copiaba, compilaba y copiaba.»
Al año siguiente, con el patrocinio de la Duquesa de Barry, crean La Mode, otro semanario enfocado, como un espejo informativo, a la elegancia y sus dictados. Lautour–Mézeray era un dandi reconocido, más famoso que por su nombre por la flor blanca, siempre renovada en el ojal, referencia distintiva para El hombre de las camelias. Un artículo con carga política motivó la decadencia de La Mode, al perder el apoyo de la Duquesa.
Girardin, inquieto promotor periodístico, concibe Le Garde National
La Silhouette (1829). Después prueba suerte con el órgano de periodicidad mensual Journal des connaissances utiles, con un precio de 4 francos para el abono anual, frente a los 14 o 15 en uso; brindaba 32 páginas con temas políticos, agrícolas y comerciales; antes de un año sumaba ciento treinta y dos mil peticiones de suscripción.
Indudablemente la creación más importante de Girardin fue La Presse, desde cuya dirección sorteó fuertes avatares políticos. En 1852, a la vuelta de un exilio en Bruselas, recobró el control del diario; sin embargo cuatro años después, lo vende por ochocientos mil francos a la Banca Millaud.
Durante 1867 arranca con La Liberté, título que eleva hasta una tirada de sesenta mil ejemplares. En vísperas del sitio de París se traslada a Limoges, donde su vocación no le permite estar inactivo y gesta otra publicación.
Todavía le queda cuerda para, más adelante, encargarse sucesivamente, del Journal Officiel y de La France.
Boda con la musa de la Patria
Compatibilizó el Periodismo con una prolífica labor de escritor de folletos y libros: La abolición de la miseria por la elevación del salario, Por la igualdad de los hijos ante la madre, Los amores de Napoleón…. Una selección de sus prosas destinadas en principio al diarismo, quedaron recogidas en varios volúmenes de Cuestiones de mi tiempo. Cuando Émile era todavía un periodista poco conocido, sin patrimonio importante, más bien despreocupado del atuendo -a pesar de su vinculación con la moda- y con monóculo para disimular su estrabismo, se casa con Delphine Gay, rodeada de pretendientes merced a su belleza y su reconocido talento.
Sería una firma amena de crónicas muy personales en La Presse. A sus diecisiete años exaltó, en verso, la abnegación de los médicos franceses y de las hermanas de la Caridad durante una grave epidemia en Barcelona (en 1821 hubo fiebre amarilla en la capital catalana; murió uno de los cinco médicos enviados por el Gobierno francés). Las composiciones poéticas de Delphine Gay, dedicadas a figuras nacionales, le hicieron acreedora al título de Musa de la Patria. Autora de novelas y obras teatrales, dejó entre estas últimas L’ ecole des journalistes (1840).
Mme. Girardin falleció, víctima de la tuberculosis, en 1855. Pasados unos años, el ya célebre periodista, cuyos artículos, como reconoce Castelar, «son aplaudidos por unos, condenados por otros, pero interesantes siempre para todos», contrae segundas nupcias. Matrimonia ahora con la Condesa de Tieffembach (Guillermina Brunold). Tuvieron una hija que falleció, en Biarritz, cuando todavía era una niña. Las relaciones de la pareja concluyeron en divorcio el año 1872.
Entre los amoríos, que tampoco faltaron en la vida del plumífero, se cita a una muchacha llamada Esther Guimont. Sus debilidades resultaban conocidas, mediante la investigación policial y los datos circulaban con alcance restringido. Paralelamente, Girardin archivaba otros datos confidenciales sobre personajes influyentes. Como resultado se producía una especie de equilibrio para modular relaciones de vecindad y disenso.
Émile de Girardin, diputado en diversas legislaturas, por Bourges
Estrasburgo y París, alcanzó en su existencia combativa muchas de las metas propuestas. No llegó en cambio, pese a sus deseos, a la poltrona ministerial.
Una cruel parálisis le atenazó durante su etapa final, mientras era consciente de la incapacidad física. Expiró en 1881.
Una idea por día
Luchador por la libertad de expresión («Toda verdad oprimida es una fuerza que se concentra»), Girardin reclamaba más derechos para la mujer.
Creador de la sección «Una idea por día», acuñó frases con fuerza de eslóganes.
Entre otras muchas, «hagamos costumbres y no hagamos más leyes» o «No quiero barreras, pero tampoco barricadas». Creía en las palabras como uno de los poderes sobre la Tierra: «Con frecuencia -precisaba- una frase feliz ha bastado para contener a un ejército que huía, convertir la derrota en victoria, salvar un ejército… Hay palabras soberanas, las hay más poderosas que un monarca y más formidables que un ejército. Hay palabras usurpadoras, como por ejemplo las que, adornándose con una acepción falsa, llaman poder a lo que es abuso, o libertad a lo que es exceso, gloria a la guerra, fe a la persecución…».
Ha sido acusado de camaleonismo político. «Se le vio sucesivamente -concreta Jacques de Launay, investigador en archivos recónditos- orleanista, de 1830 a 1848; republicano, de 1848 a 1851; bonapartista, de 1852 a 1870; partidario de Thiers, hasta 1872; y finalmente, republicano, desde 1877 hasta su muerte».
Tener convicciones y ser consecuente con ellas constituye algo deseable; sin embargo el inmovilismo como modelo mientras arrecian vendavales históricos podría suponer, al decir de Victor Hugo, «alabar un agua por estar estancada, un árbol por estar muerto; es preferir la ostra al águila».
La revolución periodística abierta en Europa por Girardin, ha condicionado la estructura de la Prensa desde entonces. La Radio y la TV han vivido, prácticamente hasta ahora, de la Publicidad; la codificación apenas apunta nuevos horizontes.
Está claro que la Publicidad ha resuelto la marcha económica de los medios periodísticos de masas durante el transcurso de siglo y medio largo. Con luces y sombras desde luego, como tantas realidades de la vida. La herencia de Émile de Girardin aportó una auténtica fortuna. Su manejo sería otra historia.
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