Mi Columna
Eugenio Pordomingo (19/11/2007)nicolas-sarkozy1
El presidente de la República de Francia, Nicolás Sarkozy, pronunció la semana pasada su primer discurso en el Parlamento Europeo. Ante el pleno de la cámara europea, Sarkozy resaltó la fuerte vinculación entre Francia y el proceso de construcción europea: «Les agradezco que me permitan renovar ante ustedes el compromiso europeo de Francia», a la vez que hizo hincapié en el éxito del nuevo Tratado de la UE, aunque con ello «no se ha resuelto todo»,  dijo.

Los aplausos a Nicolás Sarkozy  se hicieron notar en más de una ocasión: «Europa no puede ser una máquina, una máquina administrativa, una máquina jurídica, una máquina de hacer normas, reglamentos o directivas»; Europa  no puede ir contra «la vida, de los sentimientos y las pasiones humanas».

Y ahí, los bienpagados parlamentarios estallaron en aplausos, mientras los ciudadanos europeos ven como sus libertades se van mermando, poco a poco, con el pretexto de una oleada de terrorismo,  y como la «cesta de la compra» se va encareciendo día a día.

Por eso, no es de extrañar que el Presidente del Parlamento Europeo, Hans-Gert Pöttering, dijera en su presentación, que la alocución de  Sarkozy es «una de las más esperadas» del Parlamento Europeo. Sarkozy aprovechó la ocasión para manifestar que desde que llegó a la presidencia «me fijé como prioridad devolver a Francia al corazón de la construcción europea. Quiero que Francia supere sus dudas y se comprometa con Europa».

Para el presidente francés, los retos más importantes de Francia y Europa son: renovar el diálogo con las instituciones europeas, impulsar las relaciones entre Francia y Alemania, esforzarse en que Gran Bretaña firme el nuevo Tratado de la Unión Europea, ya que «Europa necesita a Gran Bretaña», o mejorar el diálogo con los países del Este «que tienen el sentimiento de que no se les escucha suficientemente».

Como era de esperar, Sarkozy dedicó gran parte de su discurso al triunfo del «no» francés en el referéndum sobre la Constitución europea, pero más aún se volcó en la aprobación del nuevo Tratado. Ofreció, como era de esperar, su interpretación del «no» francés. A su juicio, aquel «no», no significó para el pueblo francés «la expresión de una negación de Europa, sino la expresión de una mayor exigencia».

Y como un gran filósofo y, a la vez, defensor de la economía ultraliberal, manifestó que «cuando los pueblos dicen «no», no hay que pensar que se equivocan, sino pensar por qué lo hacen. El «no» francés y el holandés expresaban mucho más que la simple negativa frente a un texto». Para Sarkozy «reflejaba una profunda crisis de desconfianza»  y una «angustia de millones de hombres y mujeres que estaban desesperados porque tenían la impresión de que Europa no les protegía y se había vuelto indiferente».

Para prevenir el futuro aludió a los sistemas de votación imperantes. Él ha preferido siempre -según dijo- la regla de la mayoría frente a la unanimidad, ya que «ésta sólo permite que algunos impongan su ley a todos los demás».

Para el presidente francés, Europa tiene que ser «lo más democrática posible. No hay que acallar las divergencias» y por eso opinó que «Europa necesita más debates», como el que se ha producido sobre el Tratado constitucional, que al final ha salido adelante gracias a la voluntad de los gobiernos.

Y para ahondar y fomentar la democracia, ¿qué mejor cosa que marginar al pueblo?  Eso no lo dijo así de claro, pero es claro que Sarkozy así lo piensa.  En esa nueva democracia, Sarkozy expuso ante la complacencia y el atronador aplauso de los eurodiputados, «que en su país el nuevo texto constitucional será ratificado por el Parlamento»…

Si el «no» de Francia y Holanda y el «si» de una minoría del pueblo español, dieron al traste con el proyecto de Constitución que querían meter con horma, ahora para obtener el «SI», se margina al pueblo, y en su lugar serán los parlamentarios de cada país los que digan si al costoso mamotreto que elaboró una comisión dirigida por el nefasto Giscard D´Estaing. En España hubo un 58 por ciento de abstención, y sólo uno de cada tres españoles con derecho a voto dijeron «si».

La Defensa, la «moralización» del «capitalismo financiero», la ecología y otros asuntos, no se le escaparon a Sarkozy. Respecto a la política de inmigración, afirmó que «en una Europa donde la circulación es libre entre los Estados miembros, ésta política debe ser común. No se puede pertenecer al espacio Schengen y regularizar a los sin papeles sin informar a los otros», en alusión a la política de José Luís Rodríguez Zapatero.

El Presidente Pöttering, le agradeció a Sarkozy su discurso: «una vez más, ha demostradoSarkozysu compromiso con Europa», subrayando que «confiamos en la presidencia francesa de la UE, que intervendrá en un periodo clave como será la ratificación del Tratado de Reforma. El Parlamento Europeo le acompañará en esta empresa y cooperará estrechamente con usted para asegurar el progreso de la UE».

Este es el hombre que buscaban; él dirá -sin pelos en la lengua- lo que opina; y hará lo que ellos, timoratos burócratas, no se han atrevido.

¡Ciudadanos de Europa, a bajarse los pantalones, ha llegado Sarkozy!