España
José Catalán Deus (10/4/2008)
HA SIDO REALMENTE ELOCUENTE y desesperanzador comprobar en la última campaña electoral el escaso interés prestado por candidatos y votantes al preocupante panorama económico español. Se diría que el país vive en el mejor de los mundos y nadie se atreve a anunciar la que se viene encima. Pero el modelo desarrollista de construcción+consumo+inmigración inventado por el Partido Popular (PP) para salir de la crisis de los primeros años noventa e incorporarse al sistema monetario europeo, se ha agotado sin que nadie haya siquiera esbozado un repuesto.

Joaquín Mirkin, el director ejecutivo de la Fundación Safe Democracy, con su habitual optimismo ha presentado en estas páginas una brillante propuesta, en la que propone que el Estado debe fomentar y liderar el proceso de lo que llama la segunda transición, con la ayuda de las empresas y de la comunidad académica, creando condiciones desde arriba para aumentar considerablemente la innovación y la competitividad del país. «No hay clusters que valgan en un país donde muchos de los 17 gobiernos autonómicos han iniciado un proceso de segregación económica y social». Una estrategia a medio-largo plazo para diversificar la producción, y para que España no dependa sólo de la construcción y del consumo. Para ello, habría que identificar qué sectores debería desarrollar, sectores de alto valor añadido que requieran mano de obra cualificada. Una política de clusters (núcleos de empresas e instituciones adyacentes, que compiten y cooperan entre sí), tal como hicieron Israel e Irlanda.

Una buena propuesta que incluye inversiones concentradas y proyectos comunes en I+D, reforma de las universidades hacia perfiles más técnicos y especializados y una educación que se adapte al mercado, apoyo estatal a las infraestructuras para evitar el desplome de los grupos inmobiliarios, creación de un think tank (o action tank) integral sobre economías emergentes, y, por último pero no en último lugar, un cambio en los hábitos laborales, una europeización de los horarios laborales.

DISGREGACIÓN, CONCEPTO DE DESARROLLO Y CALIDAD

«No basta con desarrollar tal o cual sector: hay que partir de un cambio en la concepción, hasta el punto de dejar de llamarlo desarrollo para llamarlo mejora o consolidación». Pero Mirkin no ignora que de todo ello se lleva hablando muchos años en España sin conseguir llevarlo a la práctica. Que todo ello era objetivo de la primera transición. Que antes de los clusters israelíes existieron los polos de desarrollo que transformaron y modernizaron España en la década de los sesenta del pasado siglo. Que los diagnósticos son muchos, las recetas numerosas, pero el paciente se niega a escuchar a los médicos de su honra.

Digamos en primer lugar, ya que nos toca el papel de pesimistas, que no hay clusters que valgan en un país en serio proceso de disgregación, donde muchos de los 17 gobiernos autonómicos han iniciado un proceso de segregación económica y social. A estas alturas y en estos momentos, es imposible un proceso centralizado de diseño y aplicación de soluciones comunes.

En segundo lugar, el discurso debe retrotraerse a los principios casi filosóficos de un cambio de rumbo. «La seriedad laboral se ha visto arrinconada por el regreso de antiguos vicios nacionales como la chapuza, el chollo, el timo y la caradura del incumplimiento y la ineficacia».  No basta con desarrollar tal o cual sector, sino que hay que partir de un cambio en la concepción de lo que es desarrollo económico, hasta el punto de dejar de llamarlo desarrollo para llamarlo mejora o consolidación. Por cada punto del producto interior bruto que España ha sumado en la última década (y lo ha hecho a la mayor velocidad de la historia mundial) ha perdido al menos dos en riqueza natural y ambiental, sanidad de sus ecosistemas y equilibrio social. Pocas veces habrá ejemplos más claros de cómo el desarrollismo, (un concepto inventado en España para criticar las políticas de crecimiento del tardofranquismo, luego copiadas hasta la saciedad por los gobiernos democráticos de la transición), ha sacrificado calidad de vida real por consumismo alocado, algo que en Europa ha sido erradicado desde hace al menos tres décadas.

En tercer lugar, y cuando se habla de competitividad, hay que prestar atención al rápido deterioro producido en los baremos de calidad, en la primacía de la excelencia a nivel individual y colectivo, en las exigencias de buen trabajo y buen producto. Es algo más allá de normativas y conocimientos técnicos, ese imperio de la seriedad laboral que se ha visto arrinconado de forma creciente por el regreso de antiguos vicios nacionales como la chapuza, el chollo, el timo y la caradura del incumplimiento y la ineficacia.

EL LOBO FEROZ

«Una segunda transición necesitaría un Pacto de Estado entre los dos grandes partidos nacionales. Y no parece que vaya a ocurrir». Es cierto que España se encuentra en 2008 en un momento crucial, que la etapa de crecimiento espectacular que inició hace unos quince años toca su techo, que, prácticamente, todos los expertos económicos serios del mundo coinciden en el diagnóstico de que la economía española va a atravesar dificultades. Y que sería un buen momento para iniciar una segunda transición con mucha educación, creatividad, tolerancia, inversiones e innovación. Pero esa transición necesitaría empezar por un Pacto de Estado entre los dos grandes partidos nacionales, que sirva de ejemplo y acicate. Y no parece que vaya a ocurrir. Detrás tendría que marchar la sociedad entera, una sociedad hoy por hoy fracturada geográfica y políticamente. Y los poderosos medios de comunicación deberían apadrinarla por encima de su miope política de beneficios, más rentable cuantos más conflictos.

Y es que durante la última legislatura se consumió el tiempo de pensar y planificar en medidas de imagen y maquillaje. «El drástico ajuste en el empleo tendrá consecuencias adversas para las finanzas públicas: el superávit público prácticamente desaparecerá en 2009». Ahora ya está aquí el lobo feroz. El Banco de España prevé que el desempleo crecerá el año próximo del 9 al 9,8 por ciento de la población activa, muy cerca ya de los niveles de 2004 (10,6 por ciento), pero ya lejos del 8 por ciento alcanzado hace apenas tres trimestres. El ritmo de creación de puestos de trabajo caerá, de hecho, hasta el 1,1 por ciento el año próximo, cuatro décimas menos que en 2008. Es decir, la ocupación apenas crecerá la tercera parte de lo que aumentó en 2007, cuando el nivel de empleo aumentó a ritmos del 3 por ciento.

El drástico ajuste en el empleo tendrá consecuencias adversas para las finanzas públicas. Hasta el punto de que, según el Banco de España, el superávit público prácticamente desaparecerá en 2009. El año acabará con un excedente equivalente a 0,2 puntos del PIB, cuando este año, según las previsiones, se alcanzará el 1,2 por ciento del Producto Interior Bruto (frente al 2,2 por ciento de 2007). Eso quiere decir que la Administración Central del Estado volverá a los números rojos (como ya tienen las comunidades autónomas y los ayuntamientos), aunque la Seguridad Social seguirá con cierto superávit pero sensiblemente inferior al obtenido en los últimos años.

POLÍTICAS ANTICÍCLICAS INSUFICIENTES

«La inversión en construcción decrecerá este año un 0,2 por ciento, pero es que el año próximo sufrirá un retroceso del -1,2 por ciento».  Como dice el Banco de España, menos empleo y una ralentización del consumo privado se traducirá en una moderación de los ingresos públicos, sobre todo teniendo en cuenta que los beneficios empresariales (que en los últimos años han crecido de forma intensa) se van a ralentizar, en particular los excedentes ligados al ladrillo (inmobiliarias y construcción). Según el Banco de España, no parece que el consumo público (las famosas inversiones en infraestructuras y la improductiva fabricación de funcionarios) pueda enderezar la situación. Aunque será el componente que más crezca en 2008 y 2009 (4,8 por ciento y 4,4 por ciento, respectivamente), las políticas anticíclicas serán insuficientes para evitar el deterioro de la actividad económica en un contexto internacional más adverso.

En el caso español, los datos serán especialmente negativos en el ladrillo. Hasta el punto de que este sector (que representa alrededor del 17 por ciento del PIB) estará en recesión durante este año y el siguiente. La inversión en construcción decrecerá este año un 0,2 por ciento, pero es que el año próximo sufrirá un retroceso del -1,2 por ciento.

Las cosas no irán mucho mejor para la inversión en bienes de equipo, que sufrirá un frenazo verdaderamente espectacular. «El corolario a esta situación no puede ser otro que una desaceleración del crecimiento económico mucho más abrupta de lo estimado inicialmente». De crecer en tasas superiores al 11 por ciento en 2007, este año y el próximo lo hará al 4,4 por ciento y el 2,6 por ciento, respectivamente, lo que da idea de la contracción de este componente del PIB, que ha sido clave en los últimos años para explicar el crecimiento español. Y todo ello en un contexto de clara ralentización del consumo privado, que crecerá únicamente un 2,3 por ciento este año, y un 1,9 por ciento el próximo, prácticamente la mitad del ritmo de avance que se registraba hace apenas un año.

El corolario a esta situación no puede ser otro que una desaceleración del crecimiento económico mucho más abrupta de lo estimado inicialmente, como admite el propio Banco de España: prevé un crecimiento del 2,4 por ciento para este año y de un 2,1 por ciento para el próximo, lo que significa los peores registros desde la recesión de los años 92 y 93. Y todo ello, como dice el regulador, en el mejor de los casos, ya que los riesgos que se vislumbran son principalmente a la baja. Es decir, que las cosas pueden ser todavía peores.

SÓLO UN PROFUNDO, SENSATO Y VALIENTE CAMBIO DE ORIENTACIÓN GENERAL

«¿Como en los primeros años de los 90? Por entonces, la economía española acumuló cuatro trimestres consecutivos de caída de la actividad económica». El Banco de España no habla de otros problemas, como un previsible descenso del turismo; mano de obra descalificada de difícil reciclaje; inexistencia de ahorro individual y colectivo…Un -0,8 por ciento en el último trimestre de 1992; un -1,8 por ciento en el primero y segundo de 1993 y un -0,9 por ciento en el tercero. A partir de ahí, la economía española comenzó a enderezarse, pero gracias a un ajuste que se llevó por delante más de un millón de puestos de trabajo y a cuatro devaluaciones de la peseta que sirvieron para compensar la pérdida acelerada de competitividad que se manifestaba a través de un descomunal déficit de la balanza de pagos. En cualquier caso, inferior al actual, y que el Banco de España sitúa en el 10 por ciento del PIB durante este año y el siguiente.

Riesgos a la baja en cuanto a nivel de actividad, pero al alza en cuanto a evolución de los precios. Como dice el Banco de España, especialmente en 2009, en la medida en que es posible que continúen las tensiones en los mercados de petróleo y de materias primas, y que estas se trasladen a los costes laborales y a los precios interiores. Menos crecimiento, por lo tanto, y más inflación. Un cóctel altamente inflamable.

Y el Banco de España no habla de otros problemas, como un previsible descenso del turismo ante el empeoramiento de la coyuntura europea; de un 10 por ciento de población de reciente inmigración, aún no integrada, aluvión de mano de obra descualificada de difícil reciclaje; de una inexistencia de ahorro individual y colectivo que actúe de colchón ante la coyuntura; y sobre todo, de una mentalidad muy mal acostumbrada al derroche y la desgana.

Sólo un profundo, sensato y valiente cambio de orientación general de la política, la economía y la sociedad española puede evitar que la transición española termine en fracaso. Digámoslo así de claro para facilitar la incomprensión que acogerá sin duda a este análisis.

N. de la R.

José Catalán Deus es periodista y escritor. En su larga trayectoria profesional ha escrito para muchas publicaciones, alternándolo con puestos de dirección en revistas y diarios. En la última década fue corresponsal en Londres y en Roma. Actualmente, publica «Infordeus» en Internet. Entre sus últimos libros figuran «De Ratzinger a Benedicto XVI, los enigmas del nuevo Papa» y «La cuarta guerra mundial: terrorismo, religión y petróleo en los inicios del tercer milenio».

Este artículo se publica gracias a la gentileza del autor y de Safe Democracy.


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