José Manuel G. Torga (17/12/2008)
«Pitágoras es una mezcla del físico Einstein y de José María Escrivá de Balaguer, el fundador de la prelatura apostólica católica del Opus Dei», escribe, con tono festivo que salpimenta con rigor de fondo, Ramón Irigoyen, autor de «Una pequeña historia de la filosofía» (Ediciones Oniro, del Grupo Planeta).

El libro ha sido presentado en la sede del Club Internacional de Prensa, en Madrid, por dos directivos de la entidad, los periodistas y escritores Julia Navarro y José Antonio Gurriarán, quienes flanqueaban a Irigoyen en la mesa presidencial.

Con el estilo personal de cada uno, Julia Navarro y Gurriarán coinciden al valorar el nuevo libro de Irigoyen como lo mejor que han leído en los últimos tiempos.

El autor de esta obra aborda, tanto por escrito como oralmente, con desparpajo y proximidad, la significación de figuras como Platón, Séneca y otros pensadores más reverenciados que estudiados. Denuncia la manipulación por la cual a Demócrito se le sitúa como  presocrático cuando murió unos 40 años después de Sócrates. Lo atribuye a «una simple razón: para dejar vía libre a Platón, el delincuente (el gánster, llegó a decir Irigoyen) que parió un diálogo detrás de otro para aniquilar el materialismo  de su coetáneo Demócrito sin, por supuesto, citarlo jamás, porque, ya entonces, al enemigo no se le daba ni agua». Arrancaba de tal guisa la persistente lucha entre materialismo e idealismo.

Otra de las aportaciones críticas del libro incide contra la misoginia que ha excluido a las mujeres de las historias de la filosofía. Aquí figuran Simone de Beauvoir («…encuentra en la Ilustración…su espíritu emancipador») y la española María Zambrano.

«Una pequeña historia de la filosofía» está concebida, por quién la ha escrito, para que pueda interesar a todo el mundo y no sólo para adolescentes, por más que vaya ilustrado con dibujos desenfadados de Patrice Blanquart.

La amenidad no aparece reñida con el bosquejo certero. La perspectiva histórica gana con referencias a nombres de actualidad bien diversos, como guiños sugestivos.

Ramón Irigoyen alcanza la sencillez y el humor que ahora corona, despues de una obra extensa, intensa y diversa. Poeta, narrador, historiador y articulista, ha alimentado obras con esos contenidos originales, así como otras siete de traducciones del griego antiguo y del moderno, bien diferentes como es sabido. También se han representado sendas versiones  suyas de «Medea» y de «Las Troyanas», de Eurípides. Como periodista colabora en numerosos diarios y revistas; pero también ha  participado con asiduidad en los medios audiovisuales (cadenas radiofónicas SER, COPE y Radio Nacional de España, así como en la Televisión pública madrileña). Es miembro del Club Internacional de Prensa.

La personalidad de Ramón Irigoyen me recuerda alguna faceta de un célebre periodista estadounidense: Isidor Feinstein Stone. Escribió para periódicos prestigiosos como The Nation, New York Post y The Progress; pero salvaguardó su independencia como editor-redactor de su I.F. Stone’s Weekly, un boletín con información bien documentada que logró un alto grado de credibilidad. El estilo de su prosa  huía de la aridez mediante toques de ingenio. Un documental de largo metraje sobre I.F. Stone fue exhibido con éxito en el Festival Cinematográfico de Cannes. Pues bien, en sus últimos años, recuperó el interés juvenil por la filosofía, aprendió el griego clásico y dio cima a la obra «El juicio de Sócrates», vertida al español por Mondadori.

Ciertos tratadistas contraponen la búsqueda de la noticia por los periodistas con la búsqueda de la verdad por los filósofos. También existen las capacidades anfibias. Gracias a eso, Irigoyen permite a sus lectores codearse con los grandes filósofos de la historia.