Internacional
José Manuel González Torga (17/1/2010)jose-manuel-gonzalez-torga
Para comprender cabalmente la trayectoria internacional de los Estados Unidos de América no basta repasar  los grandes hechos que ha protagonizado o compartido con otras naciones. Resulta conveniente, además, averiguar si existe algún impulso sostenido que guíe y explique su política para la paz y para la guerra. Y veremos que existe.

Aún cuando no figure en los frontispicios de centros oficiales representativos ni, hoy por hoy, abunden las proclamas con el lema, si recordamos algunas líneas maestras de la trayectoria estadounidense, encontraremos una auténtica clave en la doctrina del Destino Manifiesto.

Frank Bohn (1878-1975), en American Journal of Sociology, lanzaba determinadas afirmaciones de tono dogmático: «Somos el pueblo más grande del mundo. Nuestro gobierno es el mejor de todos los conocidos…Nuestra historia es el triunfo de la justicia, y así vemos manifestarse esta fuerza en cada generación de nuestro glorioso pasado. Nuestro desarrollo y nuestro éxito cara al futuro son tan seguros como ciertas leyes matemáticas. La Providencia siempre nos acompañó. La única guerra que los Estados Unidos han perdido es aquella en la que un tercio de ellos fue vencido por las otras dos terceras partes. Nosotros hemos sido elegidos por Dios para salvar y purificar al mundo con nuestro ejemplo».

Aquel historiador y sindicalista, Frank  Bohn, que participó en la Guerra de Cuba como soldado y suboficial yanqui, se producía en los términos citados cuando todavía no les había llegado el revés de Vietnam y creían, a pies juntillas, en una predilección celestial, que parecía acercarles a la fe de Israel. Puede que esto mismo proporcione una explicación sobre la complicidad entre los círculos de poder de los herederos de los unos y de los otros.

Lo cierto es que la invocación religiosa aparece con frecuencia en la sucesión de grandes etapas; pero ya procedía de un patrimonio hereditario.

El clérigo y escritor inglés Richard Hakluyt (1552-1616) sermoneaba en su tierra para inculcar que «dentro del plan divino figura la creación de un imperio inglés en Norteamérica». Y al servictio-sanio de tal fin teológico consideraba digna de alabanza la actividad de los piratas, dedicados a aligerar barcos españoles con tentadores cargamentos del Nuevo Mundo.

De los Peregrinos a la Doctrina Monroe
Los Peregrinos del «Mayflower», aunque desembarcaron unos centenares de kilómetros al norte de donde tenían previsto, dieron pié para signar, a raíz de la primera cosecha, el Día de Acción de Gracias. Aquellos puritanos trasterrados eran unos Elegidos de Dios que arribaban a la Tierra Prometida el año 1620.

Con el tiempo, la conciencia religiosa quedaría estrechamente armonizada con la pulsión mercantil, confluyendo en el Protestantismo del Éxito.

En los años inmediatos a la independencia de las que habían sido colonias británicas, priva una tendencia aislacionista. Muestran alergia a implicarse en las peleas europeas.

Será en 1823 cuando quede acuñada la Doctrina Monroe, en un mensaje de dicho presidente que iba más allá,  acotando América frente a Europa, algo que concreta «al afirmar como un principio en el que están implicados los derechos e intereses de Estados Unidos, que  los continentes americanos, por la condición libre e independiente que han asumido y mantienen, no deben ser considerados en adelante como sujetos a la futura colonización por ninguna de las potencias extranjeras». En particular hace referencia a «los hermanos del sur» frente a la fuerza y el dominio de España. Vista desde otro ángulo, la formulación propagandística del monroísmo en el eslogan «América para los americanos», debe entenderse como América para parte de los norteamericanos, porque hay que excluir a canadienses y mexicanos. El término americanos ha pasado  en el uso, no sólo de fronteras adentro sino en el subcontinente de habla española, como si perteneciera al «made in USA». Equivalente a estadounidense y del que se autoexcluyen millones de nacidos en América, al sur del Río Bravo.

Ese núcleo central de la visión de Monroe permanecerá, si bien otros criterios irán evolucionando. En principio, la declaración de territorio continental exento frente a los imperialismos europeos -atentatorios a su soberanía extensiva- aceptaba, john-l-oe28099sullivana la vez,  su no injerencia más allá de las Américas. Tenían su «Terra Nostra» y consideraban como su «Mare Nostrum» al más inmediato. Más tarde sus miras  irían más lejos. España sufre sus agresiones: Cuba (1898) y Filipinas a continuación.

La Doctrina Monroe, aunque civil y no clerical, cuando llega su centenario -el 2 de diciembre de 1923- es recordada con un anuncio a toda página, en The New York Times encabezado por el siguiente enunciado: «Creo estrictamente en la doctrina Monroe, en nuestra Constitución y en la leyes de Dios». La fe vuelve a abarcar, transversalmente, materias humanas y divinas.

O’Sullivan y su «Manifest Destiny»
El periodista  John L. O’Sullivan (1813-1895), director de la publicación obrerista Democratic Rewiew, es quién, en 1845, utiliza la expresión «Manifest Destiny» para justificar anexiones territoriales, en principio de zonas colindantes que habrían de convertirse en Estados de la Unión. «El cumplimiento de nuestro destino manifiesto -escribía O’Sullivanes extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno». Le gusta el hallazgo expresivo y parece encariñarse con él puesto que lo reiterará. Desde luego, hace fortuna y pasa de pluma en pluma.

El abogado e historiador John Fiske (1842-1901), admirador y exégeta de Darwin, aporta nuevos tintes  al tema por su creencia en la superioridad racial de los anglosajones.

Un campeón como  difusor del Destino Manifiesto fue el pastor de la Iglesia Congregacionista y, durante una docena de años secretario de la Alianza Evangélica en USA, Josiah Strong. En su libro «Our Country» partía de la predestinación de su país, concretada, efectivamente, en esa locución del Destino Manifiesto. De tal modo que la superioridad de los anglosajones implicaba la misión de trasplantar por toda la Tierra los beneficios del protestantismo, la democracia y la libre empresa. Había que anglosajonizar mundo adelante. Y, como se ha podido ver, el fin justificaba los medios.

El contralmirante Alfred Thayer Mahan (1840-1914) llevaría tales imperativos a la Armada para convertir a su patria en gran potencia marítima.

Otros postulaban que la lengua inglesa habría de convertirse en la lengua de la humanidad
Refiriéndose, muy en concreto, a dos estirpes de pprensa-usa1ueblos, dentro de una corriente de opinión en el país del Tío Sam, recogida por Hugh Thomas, se establecía sin ambages: «La pura raza angloamericana está destinada a extenderse por todo el mundo con la fuerza de un tornado. La raza hispano-morisca será abatida».

Aunque sin un  tipo de formulaciones siempre tan descarnadas, presidentes como James K. Polk, William McKinley, Theodore Roosevelt o Woodrow Wilson, transitaron por la senda del Destino Manifiesto, transformándola desde la vía para extender la frontera hacia el Oeste, hasta una ruta abierta a los cuatro puntos cardinales. Orillada la literalidad de los términos, el fondo filosófico lo ha heredado también el actual presidente Barack Obama, como sus predecesores.

El tema, por todo lo expuesto, mantiene su importancia y su actualidad. De cuando en cuando aparece alguna alusión al mismo. Periodistas y escritores, españoles y  coetáneos nuestros, le han dedicado páginas o, al menos, algunos párrafos: Carlos María Ydígoras, Manuel Leguineche, Miguel Ángel Bastenier, Félix  Santos, e Ignacio Ruiz Quintano; así como  el historiador Luis E. Togores, entre otros.

Creo que merecía la pena volver  sobre el asunto. Muchos tienen idea del poder económico y del poder militar de USA. No está tan extendida, en cambio, la conciencia sobre la mentalidad de personajes determinantes. En sus manos, el Destino Manifiesto afecta a incontables destinos, dentro y fuera del Imperio.


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