Mi Columna/Guinea Ecuatorial
Eugenio Pordomingo (3/6/2010)
De un tiempo a esta parte cierto sector de la oposición guineana se ha lanzado al exterior. El acoso al que los opositores guineanos son sometidos en España es más que vergonzoso. Ese acoso viene de varios frentes, pero especialmente del dictador Teodoro Obiang Nguema -a través de secuaces y de sus propios servicios de seguridad- y, lo que es más que lamentable, del Gobierno de España.
Es público que el Gobierno español sostiene el «aparato burocrático» de Obiang Nguema, pero lo que se conoce menos es la presión a la que son sometidos los exiliados guineanos en España. La mayoría de ellos recorren un penoso calvario en busca de los «papeles» como residentes o refugiados políticos, cuando no son desposeídos del pasaporte como Severo Moto. «Si fuéramos marroquíes o rumanos, por ejemplo, tendríamos todo solucionado e incluso una vivienda social, pero somos guineanos, hemos tenido el DNI como españoles, y ahora nos tiran a la basura», me comenta un refugiado que malvive en España.
Ese menosprecio no parte sólo desde el Gobierno; el resto del llamado arco parlamentario mantiene más o menos la misma filosofía. Ni caso. Y la mayoría de los medios de comunicación más de lo mismo. La situación se puede calificar como de auténtica desvergüenza. Sabemos de muchos (políticos, empresarios, cooperantes, funcionarios, consultores externos, ONGs y algún sector de la Iglesia) que tiemblan pensando que algún día se pueda llegar a saber cómo obtuvieron prebendas, convolutos, sobres que no llegaron a su destino y contenedores que se quedaron en Valencia, por no mencionar el mal uso y abuso de los fondos reservados procedentes de La Moncloa y del Ministerio del Interior.
Por mucho que ciertos poderes pretendan que la voz de los guineanos no se escuche, llegará el día en que todo cambie. No se puede poner puertas al mar ni al aire. Por mucho que esos poderes o «servicios» se empecinen en hacer llegar a la población española noticias distorsionadas sobre lo que acontece en la ex colonia española, llegará el día en que eso ya no será posible. Por mucho que esos mismos centros de poder se obstinen en conducir la información a sus voceros profesionales (a veces camuflados de asociaciones u ONGs), ésta fluye como algo natural hasta ver la luz.
Un refrán español dice que «cuando una puerta se cierra, una ventana se abre». Y es lo que está pasando con los opositores guineanos. Ya no confían en España. Es más, desconfían. La misma sensación tienen los ciudadanos que viven en Malabo y Bata. Todos saben que España se debe -ahora más que nunca- a los dictados de Francia, y comienzan a obrar en consecuencia.
Los contactos con el exterior y con partidos políticos minoritarios españoles son ahora la dedicación del líder de UP (Unión Popular), Faustino Ondó Ebang.
Severo Moto, líder del Gobierno en el Exilio y del Partido del Progreso, arropado en el «Espíritu de Valencia» o el compromiso social y político que ha adquirido con su militancia y la ciudadanía guineana, se ha hecho notar estos días en Bruselas. Él no ha estado presente -las autoridades españolas le han secuestrado su pasaporte-, pero su puesto ha sido ocupado por sus hombres de confianza: Armengol Engonga, Amalio Alfredo Buaky Botui, Pablo Ndong Nsema Nchama y Luciano Ndong Esono Oyana, además de varios militantes afincados en España, que no han dudado en viajar al corazón político de la Unión Europea.
Allí, han mantenido reuniones con unos y con otros. Han entregado mil y un legajos con las atrocidades físicas cometidas por el régimen de Guinea Ecuatorial. Han aportado datos sobre el dinero de Obiang Nguema en paraísos fiscales y en otros que no lo son. Han pormenorizado los abusos contra los derechos humanos, cometidos por la dictadura, y han alertado a las autoridades comunitarias sobre el peligro que encierra par el futuro del Golfo de Guinea, un personaje como Obiang Nguema.
La voz de Moto, a través de esta delegación política, la han escuchado también empresarios, intelectuales, medios de comunicación y políticos. La presencia de guineanos en las calles de Bruselas no ha pasado desapercibida para el apacible pueblo belga. Y para Obiang y su lobby en España tampoco.